México, D.F. / Abril 26.-
Hay muchas verdades detrás del escritor y poeta chileno Gonzalo Rojas, quien murió este lunes en Santiago de Chile a los 93 años de edad, el mundo de las letras lamenta el deceso de uno de los más grandes poetas del siglo XX.
El poeta mexicano José Emilio Pacheco lo considera “el mejor oído de la poesía española”; mientras que la directora del Instituto Cervantes, Carmen Caffarel, dice que Rojas representaba “el inconformismo y la valentía” y para el crítico literario Julio Ortega fue “un poeta con una voz extraordinariamente personal”.
Gonzalo Rojas Pizarro, quien nació el 20 de diciembre de 1917, en Lebú, Arauco, fue un obsesivo del amor y de la muerte, admirador de Pablo de Rokha y poeta de la misma estirpe de sus paisanos Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Nicanor Parra. Con su muerte, ya ocupa un lugar entre los inmortales de la poesía en Chile y ha comenzado a vivir el mito.
El poeta, que fue galardonado con el Premio Cervantes de Literatura en 2003; así como con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, en 1992, y con el Premio Nacional de Literatura de Chile el mismo año, fue poseedor de una voz singular y “extraordinariamente personal”, señala Julio Ortega, crítico literario que incluyó a Gonzalo Rojas en la Antología de la poesía hispanoamericana actual, publicada por Siglo XXI.
“La voz de Gonzalo Rojas es extraordinariamente personal. Uno podría reconocerla leyendo cualquier verso suyo. Tiene una entonación salmódica, ceremonial, de íntimo asombro y verdad remota, que nos sigue conmoviendo con su canto mineral y terrestre, y a la vez ceremonial y ritual”, señaló a EL UNIVERSAL el profesor de la Universidad de Brown.
El crítico literario destacó también el hecho de que conforme Gonzalo Rojas fue haciéndose mayor “su poesía se hizo más joven, menos desamparada y más encendida, incluso amatoria y celebratoria del mundo sensorial”.
Gonzalo Rojas es visto por su colega mexicana Pura López-Colomé, como un autor que “encarna un puente entre la poesía que busca decididamente la metáfora y la imagen, a la que parte de ellas y vuelve a la experiencia entrañable del ser humano doliente”.
La poeta opina que la poesía de Rojas, como la de todo poeta que asume riesgos, está marcada por lo que la hace única, sus vivencias propias, llámense carencias, dolores, pasiones, y que va más allá de las conquistas de las vanguardias literarias latinoamericanas.
“Es de los pocos poetas que estuvieron muy alertas a los nuevos recursos de la poesía de hoy, siempre rindiendo homenaje a poetas muy jóvenes, nunca instalado porque sí en modos anticuados. Era un joven patriarca”.
Adolfo Castañón, vicepresidente de la Fundación Gonzalo Rojas en México, dijo que la poesía del chileno se distingue por una rara combinación entre espontaneidad y cálculo, inocencia y sabiduría. “Es indefinible a la par que entrañable y magnética. Lo elemental es su ámbito, no sólo por la feliz aleación de ritmos, sentidos y sonidos, sino por su dolorosa experiencia del silencio, del vacío, la oquedad, lo oscuro y la miseria del hombre, título emblemático de uno de sus libros”.
En señal de duelo por la muerte del “último surrealista”, a consecuencia de un accidente cerebrovascular que había sufrido en febrero pasado, el gobierno chileno decretó dos días de duelo oficial. Sus restos fueron velados en el Museo Nacional de Bellas Artes, de donde saldrán el miércoles hacia la ciudad de Chillán, donde el poeta estableció su residencia en 1995, luego de 25 años de exilio fuera del país.
El Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo 1998, fue calificado por el presidente de Chile, Sebastián Piñera, como “un gran poeta, un gran padre, un gran amigo y un gran chileno”. El mandatario acotó fue “un hombre excepcional, que junto con los poetas Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro y Nicanor Parra, dio a conocer a Chile como el país de los poetas”.
Se fue el último surrealista
Gonzalo Rojas perteneció a la llamada “Generación de 1938” junto con otros escritores como Nicomedes Guzmán, Gonzalo Drago, Andrés Sabella, Francisco Coloane, Volodia Teitelboim, Eduardo Anguita y Teófilo Cid, donde también participaban algunos de los miembros del grupo surrealista “La Mandrágora”, movimiento al que Rojas ingresó en 1938.
Ese poeta que nació en el seno de una familia minera, que tuvo una infancia llena de carencias, que aprendió a leer en tres meses, que desde ese momento amó la palabra y que escribió sus primeras frases poéticas a los 16 años, siempre reconoció que su poesía tenía grandes influencias del surrealismo (aunque él no se consideraba surrealista), de César Vallejo y de algunos poetas latinos como Catulo.
Ampliamente valorada a nivel hispanoamericano, la obra de Gonzalo Rojas se enmarca en la tradición continuadora de las vanguardias literarias latinoamericanas del siglo XX y ha sido traducida al inglés, alemán, francés, portugués, ruso, italiano, rumano, sueco, chino, turco y griego.
Su primer libro “La miseria del hombre”, publicado en 1948, cuando él tenía 30 años, está inspirado en el mundo minero que él conocía bien, pero fue la publicación de Contra la muerte, en 1964, el que “situó mi nombre en América Latina”, como señaló en una entrevista.
El poeta que estudió la carrera de Derecho en la Universidad de Chile, es recordado por Ortega, como el autor de una poesía que es una conquista del lenguaje, una plena respiración. “Lo recuerdo leyendo, de pie, como un sacerdote laico de la misa poética”.
“Gonzalo Rojas admiraba a Pablo de Rokha, poeta torrencial y de aliento cósmico. Gonzalo compartía esa materialidad original, del barro y la piedra, aunque su poética era moderna, no solo por su dialogo con la vanguardia, sino por su culto de César Vallejo y un sentido de la palabra como esencia de lo vivo”, señala Ortega.
Su obsesión por temas tan vastos como el amor y la muerte le han dado un lugar en antologías poéticas hispanomericas, pero también en reuniones de poesía erótica.
Muy reconocido es su poema “Contra la muerte” en el que escribió: “Me arranco las visiones y me arranco los ojos cada día que pasa./ No quiero ver ¡no puedo! ver morir a los hombres cada día”, que en una encuesta realizada por el periódico “El Mercurio”, durante los festejos del Bicentenario, fue elegido por escritores chilenos como uno de los títulos esenciales de toda su historia literaria. También destaca Qué se ama cuando se ama, un poema que ha sido plasmado en miles de pergaminos y postales.
La libertad y la congruencia
Aunque Rojas se dedicó en cuerpo y alma a la poesía, a la que dedicó siete décadas y por la cual escribió más de 40 libros, también tuvo una faceta de activismo político en los años 70.
Fiel a su libertad y a sus propias concepciones, Rojas fue diplomático y embajador en el gobierno de Salvador Allende. En 1970 fue nombrado Consejero Cultural en China y en 1973 se desempeñaba como embajador en Cuba, cuando el golpe de Estado contra Allende. En ese momento optó por el exilio, primero en Alemania Oriental y luego en la antigua Unión Soviética. Volvió formalmente a vivir a Chile en 1995 y se instaló en Chillán, lugar que consideraba su refugio.
El hijo menor del poeta, Gonzalo Rojas May definió a su padre como “un hombre profundamente democrático”, lo que le significó “dificultades no menores” durante su vida. Rojas-May dijo que su padre siempre “se mantuvo activo” y lleno de proyectos, hasta el infarto que lo afectó en febrero y que provocó su muerte. “Fue un privilegio tener la suerte de tenerlo para ver el mundo, para aprender a leerlo con él”.
Hasta su familia llegaron condolencias del presidente Piñera, los reyes de España, la directora del Instituto Cervantes, de escritores y amigos.
En México habrá homenajes, como el del 5 de mayo, en la librería “Rosario Castellanos”, organizado por la rama mexicana de la Fundación Gonzalo Rojas. La presidenta de esta fundación, Fabienne Bradú, dijo que el mayor legado de Rojas fue ser poeta y vivir como tal: “Vivir como poeta, como lo hizo el Premio Nobel Octavio Paz, un hombre comprometido con su tiempo, pero sobre todo con la poesía, que miraba el mundo desde la poesía también”.
Se fue Rojas, pero queda su poesía, su pensamiento y esperanza en el continente: “Nuestra América es nuestra América, y aunque se caiga el mundo vamos a seguir siendo los temerarios y veremos cómo el siglo XXI, o pasando para el XXII, vamos a estar nosotros, con toda la vivacidad”, dijo en una entrevista el año pasado.
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