México, D.F.-
La violencia y el narcotráfico, la corrupción y el abuso del poder, el terror, la intriga y los asesinatos en serie; pero también el erotismo, el amor y los desengaños amorosos, la vida en las grandes ciudades, los viajes, a aventura vital y científica y la vida desenfrenada han sido temas reconocidos con el Premio Alfaguara de Novela, que está cumpliendo 15 años de una nueva vida.
Ese galardón que promueve las letras hispanoamericanas y que ha sido concedido, entre otros, a Sergio Ramírez, Eliseo Alberto, Tomás Eloy Martínez, Laura Restrepo, Xavier Velasco, Manuel Vicent, Hernán Rivera etelier, Santiago Roncagliolo, Andrés Neuman, Juan Gabriel Vasquez y Elena Poniatowska, es cuestionado por los críticos literarios mexicanos, quienes ven, como en todos los premios que dan las casas editoras comerciales, un interés de ventas más que de calidad literaria.
Para el crítico literario y escritor Geney Beltrán la regla del Premio Alfaguara ha sido comercial, no literaria, por eso la calidad de los libros premiados es dispar “con predominio de lo mediocre y lo olvidable” y le confirma que Alfaguara no tiene un interés en la literatura por sí.
“Tiene interés en las ventas y para eso ha venido organizando un premio con el aval de escritores importantes en el papel de jueces, pero que ha decepcionado al ser otorgado en la mayoría de los casos a novelas convencionales, formalmente timoratas y acríticas con el lenguaje y la materia a la que se acercan”, dice Beltrán.
Opinión semejante es la de Armando González Torres, Rafael Lemus, David Miklos y Roberto Pliego, pues aunque celebran una que otra novela -dos de ellos mencionan El ruido de las cosas al caer de Juan Gabriel Vásquez-, hacen una severa crítica.
Roberto Pliego dice que a través de ese galardón se erigen prestigios sobre cimientos muy endebles. “Un libro premiado alcanza enormes tirajes, lo que supone enormes ventas. Un premio no es sinónimo de calidad literaria, de hecho, significa justamente lo contrario: sometimiento al mercado, condescendencia con el gusto mayoritario, moda, apresuramiento”.
Pero varias novelas premiadas con el Alfaguara han recibido el reconocimiento internacional: “El vuelo de la reina” del argentino Tomás Eloy Martínez; “Delirio” de la colombiana Laura Restrepo; “Margarita está linda la mar” del nicaragüense Sergio Ramírez; “El viajero del siglo” del argentino Andrés Neuman; “El arte de la resurrección” de Hernán Rivera Letelier y “Diablo guardián” del mexicano Xavier Velasco.
El poeta Armando González Torres dice que la lógica comercial del premio en el género narrativo es muy parecida: mandar señales a ciertos segmentos del mercado, crear para el consumidor potencial un producto a su medida y venderlo rápido. “Esto no es intrínsecamente malo, pues, como toda publicidad, la literaria puede contener exageraciones y falacias. El problema es la ingenuidad con que el consumidor asume el prestigio del premio y la forma aquiescente con que muchas veces la crítica ratifica los prestigios fincados en la mercadotecnia”.
Eduardo Mejía, colaborador de EL UNIVERSAL señala que se trata del premio más internacional, sobre todo por la calidad de los jurados, como Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Jorge Semprún y Eduardo Mendoza “que saben de literatura”, pero además es un premio que “ha dado títulos sobresalientes, como “La piel del cielo”, la mejor novela de Elena Poniatowska, y “Diablo guardián”, que convirtió a Xavier Velasco en el favorito de toda una generación de lectores”. Mejía también destaca las novelas de Eliseo Alberto y Sergio Ramírez.
Geney Beltrán es enfático, dice que “a la editorial Alfaguara parece importarle más el prestigio del autor galardonado (Elena Poniatowska, Sergio Ramírez), o la temática particular de la novela en turno (la violencia, el narcotráfico), que supongan una venturosa explotación comercial, antes que una propuesta innovadora, venga de quien venga y trate el tema que trate.
El premio Alfaguara, en ese sentido, no tiene prestigio literario”. Incluso, para Rafael Lemus, crítico literario de Letras Libres, es un poco ingenuo tomarse demasiado en serio este premio e ir revisando, año por año, quién ganó y con qué novela y qué tan buena” o “mala” es ésta. “Desde luego que se han premiado un par de obras estimulantes y otras complacientes”.
Lemus afirma que “lo importante, creo yo, es que este premio -como otros premios patrocinados por poderosos grupos editoriales- no consiste tanto en descubrir y premiar la ‘literatura’ como en producir capital: capital simbólico para nuevos y viejos autores y capital a secas para el grupo editorial que organiza todo el tinglado. Al final es menos un premio que una inversión: se le dan al autor no sé qué tantos miles de dólares porque se sabe que, después de meses y meses de publicidad, su obra se terminará vendiendo y que la casa editora acabará recuperando su inversión de una vez o poco después, cuando el autor, ya revestido del prestigio que da el premio, vuelva a producir una nueva obra que, después de meses y meses de publicidad, se terminará vendiendo y…”.
David Miklos, por su parte, asegura que tanto Planeta como Alfaguara “distan mucho de ser apuestas y son la prolongación anual de más de lo mismo” y los sitúa en el contexto de galardones: “Creo que el premio Anagrama, pese a que no es el mejor remunerado, es el más codiciado en un sentido crítico: se premia cierta literatura de altos vuelos”.
González Torres señala que en premios como el Alfaguara los incentivos apuntan a que se reconozca a autores ya conocidos y a obras con fórmulas probadas; sin embargo, puede haber sorpresas, como la novela ganadora de 2011 (de Juan Gabriel Vásquez) que lo sorprendió gratamente y contrasta con la mínima calidad de muchos de los premios anteriores. “No creo en la práctica elitista que sataniza los premios como basura, pero desconfío absolutamente del lector que solo se guía por los premios para orientar sus decisiones de lectura”.
A 15 años de la nueva época del premio que Camilo José Cela creó en 1965 y que se interrumpió en 1972, otro escritor argentino, Leopoldo Brizuela, fue premiado por una historia que tiene como telón de fondo la dictadura argentina.
Antes de conocer el veredicto y luego de celebrar el premio a la novela de Juan Gabriel Vásquez por tener “una escritura finísima y una sapiencia narrativa que solemos echar en falta”, Pliego afirmó: “Si este año Alfaguara vuelve a premiar la calidad y no a inventar un falso prestigio literario, podremos seguir considerándolo como el único y verdadero reconocimiento a las letras en lengua española”.
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