México, D.F.-
Los mensajes del cuerpo no necesitan de palabras. El rostro refleja cansancio luego de un largo viaje. Pero la sonrisa, en cambio, habla de lo satisfactoria que resulta esa travesía. Apenas la puerta de arribos internacionales, los flashes iluminan el interior del Aeropuerto Internacional Miguel Hidalgo, de Guadalajara. Sergio Pérez está en su casa.
El piloto tapatío de la escudería Sauber vuelve a la Perla Tapatía luego del segundo lugar en el Gran Premio de Malasia. Es apenas el primer mexicano en más de cuatro décadas en subir al podio en la Fórmula 1. Esa es precisamente la razón por la que su presencia convoca a un gran número de medios de comunicación.
En la terminal aérea no hay mariachis. De los presentes, no todos reconocen a Checo. “¿Quién es?”, pregunta uno de los vigilantes. Al escuchar la respuesta, su cara permanece tan inexpresiva como al principio. Tampoco aparecen porras. Ni siquiera una bandera nacional. Sin embargo, el joven automovilista vive su propia fiesta. La familia ya lo espera.
Fotografías llueven sobre Pérez. Las cámaras lo siguen con detenimiento. Frente a la puerta de arribos internacionales se ha improvisado una mesa en espera de una conferencia. Pero no es así. El tapatío se limita a dirigir un mensaje de 40 segundos y en él reconoce que todavía no asimila el éxito de Malasia.
“Primero que nada quiero agradecerles a todos por recibirme. Estoy muy contento. La verdad todavía no asimilo lo que ha sido, lo que he hecho. Estoy muy agradecido con la vida, con Dios por la oportunidad que tengo de estar en donde estoy y bueno, muy contento la verdad”, dijo.
“Espero tener unos días para poder disfrutar y asimilarlo con mi familia. Todos los sacrificios que hemos hecho han valido la pena. Estoy muy contento y obviamente muy agradecido con todos. Muchas gracias por todo su apoyo. Gracias”, concluye.
En el camino a la salida, su padre, Antonio Pérez Garibay, lo intercepta. El abrazo es efusivo. Encierra el esfuerzo de toda la vida que por fin recibe el premio soñado.
Poco después, aborda una camioneta que lo lleva a su hogar, para disfrutar el éxito con la familia. La alegría no desaparece del rostro. Tiene motivo: su nombre ya está en la historia del automovilismo nacional.
Minutos antes de la llegada de Sergio, su padre camina por el aeropuerto con paso ansioso. Antonio Pérez Garibay compra un café. No se compara con los ocho que bebió durante la inolvidable madrugada del domingo pasado, cuando veía, junto a su familia, la espectacular carrera de su hijo en Malasia.
Recuerda la emoción. “Ya no sabía si la taquicardia era por tanto café o era la carrera, pero al final todos muy contentos. Hubo llanto. Pero hay que estar preparados, lo mejor está por venir, esto es sólo el inicio, es el primer escalón de lo que puede seguir”, asegura el orgulloso padre, un hombre apegado al automovilismo desde años atrás, cuando trabajó con Adrián Fernández.
Las llamadas comenzaron en aquella madrugada. La más importante se recibió en casa de los Pérez minutos después de la carrera. El padre tiene frescas en la memoria las primeras palabras que dirigió a su hijo. “Te amo, eres mi ídolo. Estaba llorando. Le dije: te amo, cabrón, eres mi ídolo”.
El también piloto, Toño Pérez, acude para recibir a su hermano Sergio. El abrazo fraterno que se dan evoca el recuerdo de una pieza importante de la familia que acaban de perder y a quien Checo le dedicó el primer podio de su carrera en la Fórmula 1.
“Fue algo difícil. A mí me tocó decirle a Checo lo que estaba pasando con Frida. La tuvimos que dormir porque estaba sufriendo mucho y había que dejarla descansar. Me pidió mi familia que no le dijera nada a Checo, pero creo que eso no se pueden ocultar, se le tienen que decir las cosas como son, frías. Le dije que no perdiera su enfoque y fue un momento difícil porque Frida más que una perra, era un miembro de la familia”, relata, antes de alcanzar a su padre y hermano en la camioneta, para partir.
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