México, D.F.-
Noche larga y húmeda, con calles encharcadas y congestionadas. Un viacrucis nocturno, al que se sometieron miles de capitalinos para ver a su ídolo Luis Miguel, el famoso Luismi, quien sigue siendo un sol, pero ya puesto en un horizonte lejano al final del día.
Pero ni la admiración ni el deseo por ver al cantante, quien dejó de ser un joven de figura atlética, lograron apaciguar la ira de sus miles de fans, por el infierno vivido para llegar a la cita de su primero de dos conciertos en la Arena Ciudad de México.
Insultos de todo tipo se sumaron a los claxonazos de quienes atrapados en sus autos, querían llegar a toda costa a la Arena, donde el interprete mexicano (muchos dicen que es extranjero), se presentaría para celebrar sus 30 años de carrera artística.
Las maldiciones y los insultos se vociferaban en todas direcciones. Los caminos cerrados y las calles repletas de autos. Todos los coches parados, apretujados, como en las películas de Hollywood, en la que miles de habitantes buscan salir de una ciudad atacada por algún virus mortal o infestada de zombies come humanos.
Para recorrer un kilómetro eran necesarios 10 minutos. Del centro de la ciudad de México a la delegación Azcapotzalco, se requería de hora y media por lo menos. Y se trata de sólo unos siete kilómetros de distancia. El concierto, incluso, comenzó después de las 22:00 horas, cuando estaba programado pasadas las 20:00 horas.
Pero el infierno apenas y comenzaba. Una vez que se lograba llegar a esa Arena con espacio para 25 mil automóviles, el ingreso se tornaba en una verdadera proeza.
Las filas para entrar el gigantesco estacionamiento eran tan largas que eran necesarios hasta 30 minutos en sus momentos más ágiles. La Arena de la ciudad de México más parecía un monstruo que engullía a miles coches que un centro de entretenimiento.
Martirio para aquellos que querían disfrutar de la voz, el baile y el carisma de un ídolo que a lo lejos, desde gayola, se veía regordete y cachetón , con un pelo con tanta laca que perecía peluquín.
Sin embargo, ese fue un premio valioso para los miles de valientes que lograron llegar a nuevo centro de espectáculos, aún sin acabar de construir, con terminados a medias y cientos de detalles que demostraban su apresurada inauguración.
Se terminó el concierto y el eco de la voz de Luis Miguel aún tronaba en los oídos de sus seguidores, de sus leales, que siguen siendo muchos y muy variados.
“Pues para mí sigue siendo mi rey”, esgrimía Elizabeth Núñez, una emocionada fan, quien estuvo en el concierto y que de rato en rato tarareaba aquella inmortal de Armando Manzanero, “Somos novios”.
“Pues si somos novios, méngache pa`cá”, expresaba con una sonrisa maliciosa, que se desvanecía cuando recordaba el sufrimiento que fue llegar a la Arena, y más aún, para salir del lugar junto con su esposo Miguel.
“Hora y media para salir, fue el colmo”, refunfuñaba Elizabeth, mientras su marido recordaba el momento. “Llegamos a estar parados hasta una hora y media dentro del estacionamiento”. El silenció tras la pesadilla. Su mujer completaba el comentario: “Estuvimos tanto tiempo en el estacionamiento queriendo salir del lugar que hasta escuchamos cuando el helicóptero de Luis Miguel despegó para llevárselo a dormir ¡Es el colmo!”.
Y así fue. Tras concluir el primero de dos conciertos de Luis Miguel en el nuevo centro de espectáculos, inaugurado la tarde del viernes por el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, el estacionamiento se convirtió en una prisión sin salida, pero no una de México, donde las fugas son más que frecuentes, casi habituales y en casos, hasta sencilla.
Entre 30 minutos y dos horas tomó a los simpatizantes de don Luismi salir del inmueble, que para fortuna de muchos o de todos, se dio sólo en medio de enojos y de un sinfín de mentadas de madre. Cualquier emergencia o incidente, seguramente, hubiera causado una tragedia.
Hoy seguramente se repetirá la historia y la histeria, cuando miles de emocionados fans del Sol (así llaman a Luis Miguel) traten de llegar a la Arena Ciudad de México, para escuchar al otrora ídolo juvenil, que dentro de muy pocos años será un cincuentón cantando rolas que lo hicieron famoso cuando era sólo un veinteañero rozagante, con cabellera casi rubia y exuberante, que se acicalaba con frenesí.
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