México, D.F. / Nov 17
Los nervios se apoderan del cuerpo, las manos sudan como si se tratara del examen escolar para el que no se estudió. Esta es una prueba, pero no de conocimientos, sino para detectar el ingreso del Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH) al organismo y la creación de anticuerpos que lo combatan.
En la cabeza desfilan los nombres de cada una de las parejas sexuales que se tuvieron y la pregunta es inevitable: ¿Y si el resultado es positivo?.
La respuesta: imposible. La razón es que como dice el médico Tiberio Moreno Monroy, responsable del área de Salud Mental de la Clínica Condesa, “uno piensa que como está sano físicamente y la otra persona también, no es necesario usar protección, pero se puede dar lo que se conoce como una cadena”.
Una cadena es que una persona en apariencia sana sea portador del VIH, tenga relaciones sexuales sin protección e infecte a la otra persona, y ésta a su vez a una más.
Entonces, otra vez la duda. Las cifras están en contra. El 97% de los casos de VIH son consecuencia de relaciones sexuales sin protección, y en el Distrito Federal existen 21 mil casos documentados de personas en esta situación desde que inició la pandemia, según datos de la Secretaría de Salud local.
Además de que en los últimos años mostró una tendencia hacia su feminización, ya que los casos de amas de casa y hombres que tienen sexo con los de su mismo género aumentaron entre 10% y 15%.
“El temor, más que al resultado, es a lo que pasaría después”, pensó Ana, minutos antes de ingresar a la consejería de la Clínica Condesa, la única unidad médica de atención especializada en VIH y SIDA en la ciudad de México.
Ahí, las pruebas de detección son rápidas, como las de embarazo que se venden en la farmacia, en escasos 5 minutos las personas pueden conocer si ingresó el virus a su organismo, de ser positivo se requiere la confirmación con un examen más exhaustivo pues así lo exige la Norma Oficial Mexicana sobre prevención y control de la infección del VIH.
De lo contrario la lápida que cargaba sobre sus hombros mientras era interrogado sobre sus prácticas de riesgo, su edad y su reacción ante un resultado que lo convirtiera en portador del virus, desaparece.
Ana entró al consultorio, escuchó la explicación del médico sobre el procedimiento: “aquí voy a tomar unos datos, la prueba es anónima y gratuita, después vas a pasar con la enfermera a que tome la muestra de sangre, es un piquetito en el dedo, no duele”, la tranquilizó Tiberio Monroy.
Las operaciones matemáticas giran en la cabeza para responder con exactitud la fecha de la última relación sexual sin protección.
La intención es detectar si pasó lo que se conoce como periodo de ventada, que son los tres meses que tarda el organismo en crear anticuerpos contra el virus.
Después viene la pregunta. ¿Qué harías si el resultado fuera positivo? ¿A quién le dirías? La respuesta de Ana: “iría al médico y le contaría a mi familia, creo”.
Ahora sí, la enfermera pica el dedo, limpia la primera gota y la segunda la toma como muestra, si sale una rayita es positivo, con dos, negativo.
Los nervios aumentan mientras el reloj avanza y la sangre sube por el tubo donde fue depositada. La mujer anota algo sobre un papel y lo entrega doblado y engrapado para que el médico dé el resultado… ¡Negativo!
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