Este es un pueblo joven, con apenas 31 años de su fundación; sin embargo, adolece de todos los males achacosos. No tiene agua, drenaje, electricidad, empleos, caminos ni dinero.
Bajo ese entorno de total pobreza y abandono, sus hombres hoy despertaron y se dedicaron a sus actividades de sobrevivencia como el corte de leña, mientras que las mujeres se repartieron el tiempo entre la cocina, el lavadero y el tejido.
Nadie aquí sabía que hoy se celebró el Día Internacional de las Poblaciones Indígenas, pese a que la entidad oaxaqueña ocupa el segundo lugar en América Latina con poblaciones indias.
Apenado por su desconocimiento de tal celebración, el agente municipal, Israel Vicente Pin, levantó los hombros y admitió: “No sabía nada” y aunque supiera, añadió: “¿Qué habría que celebrar si estamos jodidos por el abandono?”.
Sobreviven en esta localidad ubicada a unos 400 kilómetros al sureste de la capital unas 500 personas. De ellas, unas 200 mujeres adultas, que tejen huipiles y elaboran totopos, no han podido recibir el Seguro Popular.
“No tenemos el servicio médico gratuito en los hospitales del istmo porque dicen que nuestra clínica no está registrada. La clínica ahí está, pero vacía, sin medicinas ni doctores”, denunció doña Vicenta Martínez.
El aspecto fantasmal de la comunidad se acrecienta en las vacías calles polvorientas, donde de vez en cuando circulan unos vehículos de motor conocidos como motocarga, que llevan a las familias al poblado vecino de Álvaro Obregón.
Nadie en este pueblo posee un vehículo para el acarreo de los alimentos que se adquieren en Juchitán, “menos para sacar a las parturientas o enfermos”.
Lo único que sobresale en las calles son montículos de leña del monte. “De eso sobrevivimos la mayoría, del corte y venta de leña. Una carreta, que cuesta tres días para llenarla, la vienen a comprar aquí a 200 pesos”.
“Así es de pobre la vida aquí”, sentenció don Sócrates Gómez López, uno de los fundadores del poblado donde todos los hombres combinan la pesca con la albañilería y el campo.
La fundación de este pueblo zapoteco, allá por los años 70, “costó vidas y derramamiento de sangre porque el entonces gobernador, Eliseo Jiménez Ruiz, nos echó a más de 200 policías para que dejáramos las tierras”, recordó.
Los niños, que juegan en los patios de tierra con los cerdos, gallinas y borregos, constantemente “se enferman de calenturas y diarreas”, señaló doña Vicenta.
Los jóvenes “nomás esperan que terminen la telesecundaria”, que funciona en un local prestado de la agencia municipal, “y se van a Huatulco o a Los Cabos” porque aquí “no hay chamba”.
“Pues ahora que es Día de los Pueblos Indígenas, escriba ahí que queremos que vengan los gobiernos a atendernos porque de plano estamos jodidos”, dijo Israel Vicente.
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