Tijuana, BC.-
El Departamento de Reforestación y Panteones en Tijuana adelanta la habilitación de alrededor de 3 mil fosas en el Cementerio Municipal 13, debido al incremento en la recepción de cuerpos que fallecieron por Covid-19, un aproximado de entre 40 y 50 cadáveres más por mes.
El Panteón Municipal 13 es una alfombra de tierra rota y seca que fue improvisado entre una serie de colinas clavadas en medio de la nada, casi en el extremo noreste de Tijuana. Inicialmente fue planeado para llenarse en siete años, a partir de 2018, pero con tanto asesinato y ahora con los decesos por coronavirus, terminó por llenarse de huesos en mucho menos tiempo: tres años.
Antes de que fuera declarada la pandemia, el promedio era de entre 230 y 250 entierros por mes, la cifra repuntó a unos 300 o hasta 350, es decir, 25% más, cuenta el jefe del Departamento de Panteones, Jesús Salvador García. Tan sólo en abril —cuando recibieron el primer fallecido por Covid-19— enterraron a más de 40 personas que murieron por el mismo virus, aunque para este mayo advierten aún más.
A marchas forzadas. Mientras las familias entierran a sus seres queridos a espaldas del último cerro del panteón, en la colonia Valle Redondo —al que sólo se llega siguiendo un camino de terracería que parece un laberinto enroscado entre las colinas, como una especie de serpiente— ahí dos trabajadores excavan a toda velocidad un par de fosas apenas a unos metros de cientos de cruces, porque así como llegan los cuerpos van llenando los hoyos.
Ese terreno debía llenarse hasta el siguiente año, dice Salvador, el plan era que a partir de diciembre comenzara el proyecto para habilitar entre 2 mil y 3 mil fosas nuevas en el mismo panteón, pero el Covid-19 los obligó a adelantar los planes.
“Se está habilitando el área pensando en la peor de las situaciones”, explica el funcionario. Mientras los empleados del municipio cavan y se esfuerzan por avanzar, el virus parece hacerlo con la misma rapidez, el último reporte de la Secretaría de Salud en Baja California informó que hasta el 12 de mayo, 292 personas habían muerto por coronavirus, una enfermedad que ha resultado más letal en el municipio que en estados enteros del país.
“Es complicado, porque sin contingencia sanitaria es doloroso, ahora que no se pueden despedir, no se pueden acercar, no se pueden dar abrazos, me imagino que es mucho más doloroso”, se lamenta.
Cada día llegan entre 20 y 30 carrozas con los cuerpos, relata uno de los empleados del panteón que prefiere no dar su nombre. Antes en un día con mucho trabajo acostumbraban a recibir unos 15; los protocolos son diferentes porque ahora todos deben portar un traje de buzo y una máscara que más se siente como si les robara el aire. El panteón lleno de muertos antes se sentía más vivo, hoy le hace honor a su nombre y apenas uno que otro ruido reproduce eco entre las ventiscas.
La tristeza a flor de piel. Cuando alguien muere por Covid-19 no se permite que vayan más de 10 personas a su sepelio, las cajas llevan un plástico que sirve para sellarlas y los empleados las sanitizan, al igual que sus trajes cada que pueden, para luego echar la tierra encima y seguir con el resto de los entierros.
Pero no se trata sólo del Covid-19. Los huecos de ese terreno perdido a las orillas de Tijuana están llenos de víctimas de la violencia. El 27 de marzo, don Jorge enterró a su hijo; era la única tumba en esa área, recién regresó para terminar de construirle una capilla a donde ir a rezarle, pero el lugar ya no era igual: alrededor de 200 cruces se atravesaban en su camino, casi todas de jóvenes de menos de 30 años.
“A mi hijo me lo mataron”, cuenta mientras mezcla la tierra para colocar el piso, lo ayudan otro de sus hijos y un amigo más, “todo esto estaba solo, nadie, nomás mi hijo y su cruz, y ahora casi me pierdo porque, mire, tantos muertitos”.
Sí, la Fiscalía General del Estado (FGE) reporta 726 asesinatos desde enero hasta el 12 de mayo, 65 de ellos cometidos en la primera semana y media de mayo.
“El Muñeco” y “El Rorro” son “Los Hijos de la Muerte”, ambos son los únicos músicos que se aferran a ir a cantarle a los muertos, ya no cobran la hora, porque en realidad sólo asisten los que entierran a los suyos, ya nadie visita porque no se puede.
“Ese virus hasta la música nos robó, nuestros muertos ya no nos escuchan”, dice “El Rorro” antes de irse, luego de que un hombre con olor a ron les pidiera una canción.