México, D.F.-
“Es la alarma sísmica, es la alarma sísmica” dice Liliana, primero con duda y luego elevando el tono hasta convertirse en preocupación: “Te lo juro, así suena por mi casa”. Ninguno de sus compañeros le cree, quién va a creer que temblara justo cuando un grupo escolar y varios turistas están sobre una de las cúpulas de la Catedral Metropolitana en el Zócalo, a un lado de las campanas que suenan cada hora.
Pero Lily tenía razón.
Al mediodía los comercios ya están abiertos, los desayunos cambian por comidas corridas en los restaurantes, ya no se sirve jugo sino agua. Quienes caminan por la plancha del Zócalo escuchan el sonar de las campanas de la Catedral al mediodía.
Subir al techo del templo cuesta 20 pesos: “Ya le subieron, antes costaba 12”, dice Santiago quien, junto con sus casi 30 compañeros y dos grupos de turistas, subirá dentro de unos minutos a la parte alta de la Catedral para tomar fotos.
Caminan ya sobre las cúpulas del recinto, excepto algunos tramos donde hay tablas de madera. Finalmente, el grupo completo está en el punto más alto del recorrido, con una vista que, a lo lejos, permite ver todos los cerros que rodean a la capital.
Más de 30 cámaras, entre profesionales, de bolsillo y de celular, apuntan a todos lados, a las campanas, a las calles, a las personas, al paisaje, pero todos se juntan a las 12 en punto para ver a Adrián y el sonido que produce la campana. Es ahí cuando Lily escucha la alarma sísmica, segura de que no es la campana quien hace ese sonido, como si el sismo estuviera esperando el momento en que todos estuvieran en lo más alto.
Unos segundos pasan antes de que surjan los gritos. El movimiento es brusco, algunos se toman de las manos o del borde de piedra; otros, aprovechando la cámara, toman fotos de la gente en la plancha del Zócalo.
“Tranquilos, es campo santo, no puede pasar nada”, dice Alejandro. “Casual que te agarre el sismo arriba de Catedral”, bromea Evelyn. “Fue de 6.8”, avisa Santiago mientras todos empiezan el descenso.
“Yo tengo foto de la gente en el Zócalo”, dice Bethsabé. “Pues yo le tomé foto a Luis y su cara de miedo” presume Lily, y entonces el miedo se convierte en risas y futuras historias que cada uno tendrá para contar.
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