Ciudad Juárez, Chih. / Junio 13.-
Mamá, sácame de aquí. Nos van a venir a matar”, imploraba José hace dos semanas en un mensaje de texto. Tenía miedo porque en el mismo recado dijo: “Unos chavalos de los Mexicles se vinieron a esconder aquí”. Su ruego no fue escuchado y el jueves pasado a las 11 de la noche sus temores se cumplieron. Un grupo de hombres armados llegaron a centro cristiano de rehabilitación Fe y Vida y abrieron fuego contra todos sus ocupantes. No sólo murieron los rivales de la pandilla, también José y varios de sus compañeros.
José, de 21 años de edad, ya había estado en otro centro de rehabilitación para superar su problema de adicción a la heroína. En aquella ocasión logró que su mamá lo sacara del lugar, alegando que lo maltrataban: “Regresó a las andadas. Esa vez me mintió y por eso ahora no le creí. Pensé que era otra de las suyas para salirse a drogar”, lamenta Beatriz, mientras camina al lado del ataúd de su hijo rumbo al cementerio. “Esta vez lo veía muy bien, tenía dos meses ahí y le estaba echando muchas ganas”.
Este sábado las capillas ardientes de las funerarias Miranda de esta ciudad fueron escenario de lamentos, llanto y cánticos cristianos. Con la Biblia en la mano y cargando su guitarra, Juan Carlos recorrió los oratorios fúnebres para “llevar la palabra de Dios”. “Todos somos hermanos, si alguno de los muchachos andaba de malandro a mí no me toca juzgarlo”.
-Una segunda oportunidad
Al salir de la capilla donde se vela el cuerpo de Luis, de 29 años de edad, Juan Carlos lamenta que el centro de rehabilitación Fe y Vida se encuentre cerrado, tras la masacre, porque fue ahí donde él conoció a Dios hace cuatro años y desde entonces “estoy limpio de drogas”. Reconoce que a todos los que llegan a pedir ayuda se les recibe por igual porque “es parte de la misión”, pero “a veces se ha colado gente que anda huyendo de la policía o de los narcotraficantes, pero no les podemos negar la atención porque ante los ojos de Dios todos merecemos una segunda oportunidad”.
-“Ahora más que nunca”
Daniel de los Reyes Villareal, presidente de la Confraternidad Nacional Evangélica de México, lanzó un mensaje a los hombres que atacaron el centro cristiano: “Nuestros recintos merecen respeto porque son lugares de esperanza, es posible que esos hombres, que actuaron con tanta violencia contra nuestra gente, mañana necesiten la ayuda, sino ellos, tal vez sus hijos”.
Triste y preocupado por la violencia en el país, advierte: “Ahora menos que nunca nos vamos a dar por vencidos. La nación nos necesita. Tenemos que llevar principios y valores a jóvenes y adultos que perdieron el rumbo.
—¿Los centros van a seguir abiertos y operando igual?
—Sí, porque esa es nuestra misión. De ahora en adelante vamos a tomar algunas medidas de seguridad, pero vamos a seguir llevando nuestro mensaje espiritual y terapéutico a todos los que lo soliciten.
De visita en la capital del estado para marcar las pautas a seguir en materia de seguridad, el también superintendente general de las Asambleas de Dios en México, dice que continuarán trabajando los 100 centros que tienen en Chihuahua. “Nuestra gente es valiente y está dispuesta a arriesgarse para servir a Dios”.
De los Reyes lamenta las 19 muertes. “La noticia estremeció mi alma. No juzgo a ninguno de los que murieron, pero sé que algunos de ellos no estaban buscando a Dios, eso lo saben los asesinos no nosotros”.
-Dispuestos a morir
Desde otra de las capillas dolientes, Andrés, un adicto en recuperación, despide a su hermano Omar de 37 años. “Lo vi el jueves como a las ocho de la noche. Estaba muy bien. Tenía tres meses en el centro. Sé que mi hermano está en el cielo porque murió en un lugar sagrado, por eso no estoy triste. Me duele lo que le hicieron a su cuerpo pero yo se que Dios lo recogió”.
Andrés recuerda que esa tarde hizo varios servicios para el centro Fe y Vida. Su última actividad fue llevar los donativos que les dan varias empresas e instituciones. Casi para salir Omar, su hermano, le pidió que le llevara a su mamá unas bendiciones (pan, verdura y fruta) que le tocaron en la repartición de los donativos. Otro compañero escuchó que aceptó entregarlos y le pidió que le diera un aventón a su casa para hacer lo mismo.
-“El infierno de las drogas”
Los tres se conocían muy bien. Los tres sufrieron “el infierno de las drogas” y ahora estaban luchando para superarlo.
“Le dije que sí, que para eso estábamos. Lo llevé a su casa. Llevaba su caja en las piernas. Iba contento de llevarle a su mamá algo de comida para que se apoyara. Le dije que, con gusto, lo regresaba al centro y me dijo que no, que él se iba más tarde o se quedaba con su mamá”.
Andrés lanza un fuerte suspiro y dice: “A Luis ya le tocaba. Se regresó al centro a morir. Se pudo quedar en su casa a dormir, pero no lo hizo porque atendió el llamado de Dios”.
Los vecinos de la calle Tarahumara, tienen cerradas sus puertas. Doña Laura, sale por un refresco, se detiene a unos metros de la puerta del centro de rehabilitación. “En la mañana extrañé sus cantos. Oraban todo el día. Tengo miedo de pasar por aquí. Siento el olor a la muerte”.
La casa de Laura está a cinco metros del centro. Ella y su familia despertaron por la balacera, pero no vieron nada. Se tiraron debajo de la cama los “10 minutos de balazos se nos hicieron eternos. Aquí en Chihuahua nada va a volver a ser igual. Estamos indefensos, a la deriva, cualquiera puede venir a matarnos y nadie hace nada”.
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