México, D.F. / Abril 27.-
La influenza porcina ha generado un nuevo virus entres los habitantes del Distrito Federal: las compras de pánico.
Como si fuera una escena previa a la cena de navidad o de fin de año, decenas y decenas de familias, la mayoría de ellas, sin niños, atiborran las tiendas de autoservicio para comprar cajas de leche y agua embotellada, arroz, frijol, charolas con pollo y carne, además de antigripales, termómetros, guantes de látex.
Cubrebocas no, porque en tres cartulinas que están pegadas en el mostrador de la farmacia del Wal Mart de Fray Servando, se puede leer que no hay, que se agotaron, por lo que con suerte, uno encontrará un puesto del Ejército para obtenerlos de manera gratuita.
Ahí, en una de las largas y eternas filas que se han formado de manera permanente desde el viernes pasado, están Gloria y Fermín, matrimonio con dos hijos, participantes de los recorridos en bicicleta devotos seguidores de Los Pumas y vecinos de la colonia Jardín Balbuena.
Fermín se puso su jersey de azul y oro para gritar frente a la televisión, el agónico empate de su equipo frente a Las Chivas, allá en el estadio de CU, mientras Karla y David, de 10 y 12 años de edad, matan enemigos con su equipo X Box. Las bicicletas tendrán que esperar a que la epidemia sea controlada.
Atrás de ellos, se encuentra una persona desempleada, de expresión desconfiada que cubre sus manos con guantes de látex y que se abstiene de responder cualquier pregunta por temor a un contagio y que casi en un susurro responde que se llama Fausto.
Casi a señas, pide a su interlocutor que se retire para mostrarle a un metro de distancia, que en su carrito lleva termómetros, cremas y líquidos sanitizantes y antigripales.
En la tienda, la ausencia de cubre bocas, permite a algunas personas zigzaguear con facilidad entre el resto de los clientes, ya que en medio de las miradas de desaprobación y reproche, se abren los espacios para evitar un posible contagio.
“Es que en cuanto llegan los cubrebocas se acaban, incluso hay filas esperando”, comenta Luis Becerril, gerente del Walt Mart, quien pone cara de preocupación tras haber saludado de mano y confirmar que desde el viernes comenzaron lo que llamó las “compras de pánico”.
“Yo creo que la gente piensa que a la par de la influenza viene un desabasto o incremento en los precios, pero hasta el momento, no nos han dicho nada… de repente, llegan los cubre bocas, pero siempre hay filas para comprarlos”, comentó.
Los cubrebocas son localizados a un par de kilómetros de ahí, en el Tianguis de Apatlaco, ubicado en la calle y colonia del mismo nombre a dos por cinco pesos, donde Elvia, vendedora de ropa tiene un anuncio, al lado de una oferta de pantalones.
“Yo los doy más baratos que en la farmacia, porque ellos están abusando y la gente no tiene dinero, pero necesita protegerse”, comenta, mientras saca un par de cubrebocas, de una bolsa donde hay al menos unos 200; “es que mi marido trabaja en el sector salud”, explica sonriente a unos calles del Metro Apatlaco. Enfrente de ella, se encuentra el puesto semifijo de El Jaibas, quien vende mariscos, pero este fin de semana, “me ha ido peor que cuando hay marea roja”: no hay clientes.
Allá no hay clientes y El Metro no tiene usuarios, al menos en sus traslados de la línea azul y la que va y viene de la estación Constitución de 1917, los vagones van semivacíos, con personas que se acomodan lo más lejos unas de otras.
Este fin de semana, el deporte se quedó en la televisión, ya que la Ciudad Deportiva está casi desierta y tras el ritual que celebran los corredores matutinos, solamente hay en uno de los campos semi empastados, una docena de jóvenes del Atlético de Madrid, versión colonia El Arenal, cuyos rivales, Las Cobras de Santa Anita, decidieron perder por default.
“No es la influenza, nos tuvieron miedo”, comenta Osvaldo, delantero del Atlético.
En Plaza Universidad, cuatro de cada cinco lugares de estacionamiento está disponible, luego de que varios negocios decidieron cerrar temporalmente, como la cadena de Cinépolis, “hasta nuevo aviso”, como lo explica un guardia, con lo que se rompe una racha ininterrumpida de proyecciones de más de 20 años.
La medida, sorprendió hasta sus empleados, quienes cambian su cara de sorpresa al ver los cordones que impiden el paso, por la de enojo, luego de que se les notifica que tienen que apoyar en el mantenimiento de las salas.
En el Centro Histórico un mayor número de personas usa cubre bocas mientras recorre los contados establecimientos abiertos para realizar compras. Frente al edificio del Gobierno del DF, hay dos puestos del Ejército repartiendo la protección bucal que incluye a un par de extranjeras que toman fotos mientras escuchan los piropos de los militares en un deprimente inglés.
Allá por La Merced en la calle de San Pablo, se encuentra la eterna fila de sexoservidoras que espera con paciencia, todas ellas sin cubre bocas. Esmeralda, costeña de 20 años de edad, piel morena y ojos verdes, ofrece caricias durante media por 200 pesos en el “hotel de a la vuelta”, mientras su padrote la observa a unos metros recargado en la pared, eso sí, con protección bucal.
En plena negociación, a su lado, pasa un cliente que tras salir del hotel, vuelve a ponerse el cubre boca para caminar hacia el mercado de la Merced, Esmeralda sonríe y cuenta que durante no han faltado clientes, ya que ella, antes de las tres de la tarde contaba cinco.
“Es que yo creo que le tienen más miedo a la influenza que al SIDA”, comenta.
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