Monterrey, N.L.-
Gilberto contiene el llanto, es un hombre fuerte, pero su voz se quiebra cuando mira el féretro de su hijo Roberto Carlos, lo mira una y otra vez apretando los puños, diciendo enardecido: “A mi hijo me lo mataron, me destrozaron la vida, estaba a punto de salir”.
Roberto Carlos se cuenta entre las 49 víctimas que fueron asesinadas apenas el jueves entrada la madrugada en un motín y un enfrentamiento entre bandas rivales del penal de Topo Chico. Sus familiares no conocían su paradero hasta que una de sus hermanas vio las noticias en una página web que lo contaba como uno de los muertos: Roberto Carlos Puente, de 29 años. Muchas horas más tarde, su cuerpo fue entregado, velado y este sábado será sepultado.
Las versiones de varios de los padres de las víctimas revelan las extorsiones impuestas dentro del penal. Hasta cinco mil pesos al mes por prisionero. Sin embargo, con miedo, titubean al mencionar que un cártel mantenía el control, a manera de autogobierno.
Gilberto cuenta que desde que su hijo pisó la prisión por el robo menor de un celular, hace tres años y medio, fue cruelmente golpeado y “el cártel” le pedía hasta cinco mil pesos a manera de extorsión. Los escasos recursos de su familia impedían que pudiera cumplir con la cuota, propiciando que dentro de Topo Chico lo obligaran a trabajar.
“A mi hijo le decían que llevara a sus papás para que cumplieran con la cuota mensual. Los primeros días lo estuvieron golpeando, le daban tablazos, hasta que supieron que la familia no les iba a dar dinero y entonces le dieron un cajoncito para vender papas, chicles y cigarros. Todo el dinero se lo quitaban”, sostiene.
Otros padres prefieren guardarse en el anonimato, pero aseguran que sus hijos también eran extorsionados, y también fueron asesinados por el cártel que controlaba el penal previo al motín.
Don Gil, como su familia le dice, repite que le destrozaron la vida, le mataron a su hijo; su esposa también falleció hace algunos años. Pero es uno de los pocos que toman valor y no callan, se cuestiona al decir “por qué lo mataron, por qué tantos muertos, por qué motivo no intervinieron los guardias, por qué tanto tiempo pasó para que la autoridades reaccionaran”.
A pesar de ello, reconoce que no peleará más “porque tal vez a mí también me maten”.
A Roberto Carlos sólo le faltaban seis meses para cumplir los cuatro años que el juez le dictó. Diez días atrás fue trasladado del ala B6 al C2. En esa última sección ocurrió el choque entre bandas rivales y el asesinato brutal de los presos.
Dentro de los velatorios de Monterrey las lágrimas de los familiares se mezclan con las historias que vivían sus presos en el centro penitenciario. Entre veladoras y coronas de flores funestas, narran que el gobierno sí los apoyó y hasta les envió coronas, pero sólo para que no revelaran los crueles tratos que los reos tenían que soportar.
Al poniente de la ciudad, en un barrio popular, otro cuerpo es velado. La madre del muchacho de 22 años tiene miedo, se niega a hablar abiertamente de los hechos, pues su hijo es uno de los presos calcinados en el enfrentamiento. La señora agarra con fuerza la fotografía de su muchacho, llora inconsolable al lado de su esposo. El féretro luce cerrado, nadie más que los padres han visto el cuerpo.
El Charly fue recluido por el delito de robo de dinero en efectivo de una casa que se rentaba, pero que estaba abandonada; le dieron cinco años de prisión y había cumplido cuatro. Su hermana cuenta que la familia apenas reunió los 50 mil pesos que pidieron “los malos” que controlan el penal, para no pegarle, pero aun así recibía golpizas.
Los velatorios de Monterrey seguirán abarrotados, los cuerpos de las víctimas serán sepultados este sábado, a dos días del motín en el Topo Chico.
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