Monterrey, N.L.-
Sin trabajo, sin saber leer, ni escribir y abandonada por su pareja cuando estaba a punto de dar a luz al décimo hijo de ambos, Irene Ramírez Juárez, de 34 años, vio cambiar su suerte. Desde que Fabián nació el pasado 31 de enero, su condición precaria comenzó a transformarse, como si el pequeño hubiera traído bajo el brazo “fortuna” para toda la familia.
La descendencia de Irene y Martín Andrés Pedro está conformada por Fabián, Esmeralda, Sara, Santiago, Irene, Vicente, Celina, Alejandra, Daniel y Ana Lizbeth, con edades que van de un mes y medio a los 17 años.
Fue en febrero cuando comenzaron a ocurrir las modestas, pero sustanciales mejoras. Ello, gracias a la difusión de su historia en una televisora local, cuenta Irene.
La familia vive en un predio irregular de la colonia La Alianza, una zona popular que se ubica a sólo 20 kilómetros de Monterrey, la llamada “Capital industrial de México”, en un estado que presume contar con el menor índice de pobreza y el segundo de mayor ingreso per cápita del país.
Habitan una casita de láminas y tablas, con piso de tierra y formada por una sola pieza de aproximadamente 8×4 metros, que sirve de sala, cocina, comedor y dormitorio. Al fondo, el sanitario está separado por una cobija que hace las veces de puerta. Hasta hace unos días, la taza del baño estaba casi hasta el tope, porque el pozo donde se descargaban los desechos había agotado su capacidad.
Pese a las carencias propias, sus vecinos comenzaron a compartirles alimento; en el barrio viven comerciantes, pepenadores y familias de alta marginación social que dependen de la economía informal para sobrevivir.
La reconstrucción
Después llegó ayuda de la agrupación Cadena de Favores, puesto que su representante, Blanca Marcial, ha gestionado y aportado apoyos para hacer su situación “más llevadera”.
Ropa, colchones, comida, un comedor de medio uso, una parrilla de gas LP, la reconstrucción de la casa con láminas y maderas nuevas, así como el nuevo sanitario, son parte de los beneficios que han recibido.
El domingo 18 de febrero, señala Irene, jóvenes guiados por la señora Marcial, reconstruyeron la vivienda, dando prioridad al servicio sanitario. El siguiente fin de semana nuevamente la visitaron para “echar” la mitad del piso de cemento.
Blanca Marcial, dice, se conmovió tanto con el caso que asumió el compromiso espiritual de ser madrina de bautizo de ocho de los 10 hijos de Irene, mientras que su hija, Leslie Puente, lo asumió con los dos chicos restantes. La ceremonia se celebró en la Parroquia de Santa Filomena, de la colonia La Alianza, el pasado 10 de marzo.
El futuro
Irene quiere volver a trabajar en la venta de semillas y dulces en los cruceros de la ciudad, para ello, afirma, no ve problema en llevarse al pequeño Fabián terciado a la espalda, pues así lo hizo con los otros niños.
Argumenta que necesita dinero para pagar los 15 o 20 pesos que le piden en la escuela primaria para que Vicente, Irene y Santiago tengan derecho a presentar exámenes. Dos de los mayores, Celina, de 12 años, y Alejandra, de 13, no fueron admitidos en la primaria debido a su edad, por lo que acuden dos días a la semana al Instituto Nacional de Educación para Adultos (INEA) para aprender a leer y escribir.
Sarita, de tres años, quiere ir al kínder. Y Daniel, uno los mayores, cuida a uno de sus abuelos, mientras Ana trabaja para apoyarla con los gastos de la casa.
Irene detalla que no puede depender sólo de la ayuda que le brinda su comadre Blanca y otras personas. “Vendiendo semillas y dulces, aquí en Sendero, no saco mucho, pero por lo menos para darles de comer una tortilla, luego me piden algo para la escuela y no tengo para darles”.
Sin embargo, cuando se le pregunta qué necesita para salir adelante, responde “no sé”, pero reconoce que nunca ha tenido un refrigerador, que lava a mano y que para la educación de sus hijos faltan útiles básicos como libretas, lápices y borradores. Admite lo difícil que resulta apoyar a sus niños con las tareas, si ella no sabe leer ni escribir. Los maestros la mandan llamar y lo único que puede hacer, dice, es insistirles que estudien “para que no estén como yo” y cuando crezcan tengan un trabajo.
Asegura que no ha podido gestionar el apoyo del gobierno estatal para jefas de familia, que consta de 500 pesos al mes, porque en su credencial de elector aparece su antiguo domicilio en el municipio de Escobedo, y tendrá que obtener una carta de un juez auxiliar para acreditar su residencia.
Vivir en la marginación
Irene Ramírez considera estar acostumbrada a lidiar con la pobreza desde que vivía en la zona rural de su natal Amealco, Querétaro, lugar que abandonó hace más de 25 años juntos con sus padres y hermanos para buscar en Nuevo León un mejor porvenir.
En su tierra donde el maíz, el frijol y los nopales eran la fuente principal de alimentación, dice, “fue a la escuela muy poquito tiempo”, por lo que no pudo aprender a leer y escribir.
Su padre le prometió que en Monterrey le daría escuela; sin embargo, nunca pudo o no sintió la necesidad de hacerlo. En Amealco, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, hasta 2010, de sus 39 mil 483 habitantes, de 15 años o más, al menos 6 mil 850 eran analfabetas.
Desde niña, Irene se encargaba de las tareas domésticas. Y siendo adolescente, en el municipio de Escobedo, Nuevo León, combinaba esa labor con la vendimia semillas y dulces.
Mientras convivía con jóvenes provenientes de Querétaro, conoció a Martín Andrés Pedro, con quien, a los 15 años, hizo vida de pareja en unión libre. Después, su numerosa prole los hizo buscar un lugar propio dónde vivir y se asentaron en un predio irregular de La Alianza que les vendieron por 3 mil pesos. Desde entonces, dice Irene, lucha por mejores condiciones para su familia.