Río de Janeiro.-
La que parecía que iba a ser una jornada histórica para los movimientos políticos de Brasil, cuyas protestas pondrían en jaque la apertura oficial de los Juegos Olímpicos de Río se convirtió en apenas breves escaramuzas que a las seis de la tarde, una hora antes de que el acto comenzara en el estadio Maracaná, habían concluido.
La inmensa operación de seguridad que montó el gobierno nacional en conjunto con el estatal y el municipal, con 85 mil policías y militares en las calles, se impuso y controló una situación de creciente tensión en los últimos días. Se reportó un herido en las protestas cercanas al estadio Maracaná y un detenido. En total, serían unos 3 mil 500 manifestantes, repartidos en dos protestas. Un panorama muy distinto al de las protestas en el inicio del Mundial de Futbol en 2014, cuando hubo decenas de detenidos y la situación llegó a salirse de control. Pero Brasil se blindó este viernes.
Antes del comienzo de la ceremonia, a las cinco de la tarde, los radicales de extrema izquierda conocidos como Black Block, que aparecieron con las protestas de 2013, chocaron contra la policía en la plaza Alfonso Pena, a unas 15 cuadras del Maracaná. Los inconformes quemaron una bandera brasileña y otra con los cinco anillos olímpicos, y lanzaron una bomba molotov. La policía dispersó la manifestación —en la que también había comunistas, estudiantes, sindicalistas y activistas culturales; la mayoría, muy jóvenes— con dos bombas de gas lacrimógeno que llevaron a cerrar las puertas del Metro. Algunos vecinos del barrio de Tijuca, donde está la plaza, decidieron cerrar sus negocios.
“Nos reunimos acá porque el estado de Río de Janeiro no tiene plata para pagar la salud de la gente, pero sí la tiene para estos eventos”, se quejó a EL UNIVERSAL Marco Vergara, un estudiante universitario de 19 años, de pie muy cerca de un cordón policial armado hasta los dientes, con fusiles y bastones. “Brasil está en un clima de desentendimiento político y los jóvenes queremos que nuestra voz sea escuchada”.
Luego de que la marcha fuera dispersada, la acción continuó en Cinelandia, una plaza tradicional rodeada de cines, en paz y con debates. A las siete de la tarde unas 300 personas se reunieron a mirar en una pantalla gigante el documental Olympia, crítico de los Juegos Olímpicos.
“Esta ciudad es maravillosa, pero no para mí, que vivo aquí. Sí lo es para los que vienen de afuera. Y la cuenta queda para los que nos quedamos. Hablo en nombre de todos los estudiantes de escuelas secundarias”, dijo a este diario Gustavo, un habitante de la megafavela Complexo de Alemao, de 17 años, luego de pasar, muy cerca del Maracaná, un rato largo insultando a los policías, que le tomaron fotos.
También el presidente interino Michel Temer se “blindó”. Su nombre no fue mencionado al principio de la ceremonia, para evitar abucheos como los que sufrió la hoy suspendida mandataria Dilma Rousseff en la Copa Confederaciones, en 2013, y luego en 2014, en el Mundial de Futbol. Al final, obligado a inaugurar la gesta deportiva, Temer se paró unos segundos. “Después de este maravilloso espectáculo, declaro inaugurados los Juegos de la XXXI Olimpiada”. Y vino la rechifla y los gritos de: “¡Fora Temer! (Fuera Temer”.
Rousseff, quien está a la espera de que se defina su futuro político, tuiteó: “Estoy triste de no asistir a la fiesta ‘en vivo y en directo’. Pero estaré acompañando, alentando a Brasil”. Su mentor, el ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva, quien enfrenta su propio juicio, tampoco asistió. El temor a un atentado terrorista no se hizo realidad y la ceremonia transcurrió en calma. La seguridad funcionó… por ahora.