Tokio, Japón.-
¿Por qué Japón es la gran potencia del flamenco, después de España? ¿Qué hacen los japoneses para ganar competencias mundiales de tango? ¿Qué tienen de especial la famosa “salsa caliente del Japón” y los grupos de música andina? ¿Qué trajo al famoso trío Los Panchos a grabar discos en un lugar y en un idioma tan distante y distinto? ¿Cómo se han vuelto populares el joropo y la música venezolana entre los jóvenes japoneses?
Entre tantas preguntas hay una respuesta común: la disciplina, y muchas otras que todavía tienen que desentrañarse este 22 de noviembre, en que la celebración del Día de la Música llega a estas latitudes, en diversas formas.
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“Sé que en muchos países del mundo hispano en honor a la música se hacen competencias, festivales, misas o los músicos simplemente lo festejan practicando con mucha pasión su arte. Creo que así lo podemos celebrar también nosotros en este país…practicando con mucho entusiasmo”, comenta Megumi Naito, quien baila, canta y toca guitarra flamenca en una de las más de 600 academias que se ocupan de esta música en Japón.
LA MÚSICA IBEROAMERICANA EN JAPÓN
Como en muchos países, en Japón la historia de la música se ha asociado a la religión. Ha estado presente en los momentos de meditación y oraciones. Muchos de sus instrumentos son sencillas piezas arrancadas del paisaje natural. Por supuesto, también se introdujo en los momentos de celebración, en grandes festivales, o de esparcimiento, en casas de té y otros centros. A esto, se fueron sumando ritmos, instrumentos, y una amplia gama de influencias, particularmente desde la reapertura de la isla al mundo, en el periodo Meiji, a mediados del siglo XIX.
En el siglo XX llegaron a Japón ritmos nuevos, muchos provenientes del mundo iberoamericano. Desde hace casi 100 años se llegó a escuchar tango, proveniente entonces de los salones de París. Luego llegaría el flamenco, a finales de los años 20. Durante la Segunda Guerra Mundial no hubo espacio para adoptar nuevas influencias, sin embargo, tras las hostilidades volvieron los ritmos latinos, esta vez directamente de América. Así llegó la rumba, que al principio no tuvo mucha acogida, porque era polirítmica y difícil de seguir.
En los años 60 apareció el trío mexicano Los Panchos y el bolero ganó inusitada popularidad en la isla. Gracias a ellos quedaron en el repertorio de salones de baile y de los famosos salones de canto “karaoke”, canciones como “Bésame mucho”, de Consuelo Velázquez, “Quizás, quizás, quizás”, de Osvaldo Farrés y “Solamente una vez”, de Agustín Lara.
De acuerdo con el investigador Shuhei Hosokawa, géneros como el bolero y el tango, gustaron entre los orientales debido a ciertas reminiscencias de la música popular japonesa, interpretada por solistas o grupos pequeños, en tiempos lentos, y acompañados por guitarra y orquesta.
Los Panchos visitaron este país y en 1961 grabaron “Viva Japón”, con letra en español y japonés. Para la época, la rumba y el mambo se habían mezclado con los tonos románticos y el requinto. Así aparecieron decenas de tríos, orquestas y bandas japonesas, cantando temas de origen hispano: entre ellos, Tokyo Cuban Boys, Los Indios, y Tomoko Takara, quien incluso interpretaba canciones rancheras.
Para 1963 la venezolana Edith Salcedo “La Negrita cariñosa” había visitado Japón y en este país se editaban ya sus discos, con éxitos como “Moliendo Café”, que ella misma tuvo que grabar en japonés. Jun Ishibashi, profesor de la Universidad de Tokio y especialista en música venezolana recuerda que este tema de Hugo Blanco y José Manzo Perroni, apenas a unos meses de haber sido compuesto, ya tenía versión japonesa: “Coffe rumba”. Además de usarse en máquinas expendedoras de café hasta nuestros días, esta pieza ha tenido múltiples versiones entre artistas populares de Japón.
Llegarían después Armando Manzanero, Julio Iglesias y la lista de artistas de origen latino que han pasado por este país incluye a un gran número de participantes en el festival Yamaha, como el grupo de rock mexicano Los Locos del ritmo (transformados en Mister Loco), el cubano Osvaldo Rodríguez y la argentina Valeria Lynch, que ganaron la reconocida competencia internacional celebrada entre los años 70 y 80. Entre aquella generación tuvo también gran acogida la magistral guitarra del mexicano Carlos Santana.
Numerosos artistas han hecho giras o han podido ver sus discos editados en este país. Es así como los japoneses han conocido a Enrique Iglesias, Ricky Martin, Julieta Venegas, Molotov, Café Tacuba, Los Amigos Invisibles, Eugenia León, Juanes, Shakira, Daddy Yankee, Gian Marco, Juan Luis Guerra, entre muchos otros.
En más de una ocasión, el contacto con este país se traduce en algún homenaje musical, como lo hiciera recientemente el dominicano Juan Luis Guerra, quien luego de una gira por este país compuso su popular “Bachata en Fukuoka”.
A todos ellos se han sumado recientemente los latinos de origen japonés, que cantan mezclando las lenguas: español, portugués, a veces inglés y japonés. Un ejemplo de estas voces que se mueven entre la identidad peruana y la supervivencia en el entorno nipón es el del grupo de reggaetón Los Kalibres.
En la vida japonesa, aún sin mucha conciencia del origen, existen melodías latinas que se han vuelto familiares. En los años 60 y 70 “Guantanamera” acompañó algunos movimientos de protesta estudiantil. En el repertorio de la clase de música de las escuelas básicas solía incluirse “El Cóndor Pasa”. Lo mismo que “Moliendo café” en las máquinas expendedoras, se escucha en las rutinas deportivas de las secundarias el ritmo de “La Cucaracha”. En propagandas de todo tipo es popular “La Bamba”.
Probablemente los ritmos más populares de origen hispano en Japón son el flamenco, la música mexicana, el tango, la salsa, la música andina y, en fechas recientes, la música venezolana. Admiradores, como suelen ser, de las manifestaciones artísticas que la UNESCO ha reconocido como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, los nipones respetan esa categoría concedida en 2009 al tango, en 2010 al flamenco y en 2011 a la música de mariachi. Para aprender y ejecutar la música, los bailes, las canciones, los japoneses invierten tiempo, dinero, esfuerzo y arrancan de alguna reserva escondida, una gran pasión.
EN BUSCA DE UN CORAZÓN GITANO
El resultado de los aproximadamente 80 mil estudiantes de flamenco en cientos de academias en Japón, que ha colocado a este país como la gran potencia en esta música después de España, se puede ver en tablaos locales, así como en escenarios internacionales. Desde que Antonia Mercé “La Argentina” trajo su baile y Carlos Montoya su guitarra flamenca antes de la II Guerra Mundial, algo caló en el alma de esta nación. Para los años 60 llegó Antonio Gades y abriría camino a otras figuras como Paco de Lucía, Vicente Amigo, Sara Baras, María Pagés, Manuela Carrasco, Cristina Hoyos, Joaquín Cortés, el Ballet Nacional de España, etc.
El Instituto Cervantes organiza variados eventos, entre los que la música siempre resulta atractiva, según expresa Teresa Iniesta, gestora cultural de esta sede. Recientemente se celebró una importante Cumbre de Flamenco. Este ritmo tiene alta demanda. No sólo entre los espectadores sino -como se ha señalado- entre practicantes, que toman la lección al pie de la esfuerzan por entender, viajan, observan, aprenden y se desgarran por conseguir un toque de corazón gitano. De este país han salido ya “bailaores” y músicos flamencos reconocidos en España y en el mundo (como Yoko Komatsubara y Shoji Kojima). Algunas opiniones señalan que los japoneses encuentran en el flamenco una forma de liberarse de su rutina, de expresarse. Así lo considera también Teresa Iniesta.
Según datos del periodista David Taranco, la empresa Iberia, Flamenco y Andalucía del guitarrista Teruo Kabaya “factura más de cinco millones de dólares al año entre lecciones de baile y venta de vestidos y accesorios, muchos de ellos fabricados en Japón”. La vida flamenca japonesa se refleja en aulas, tablaos, restaurantes, negocios, festivales, publicaciones especializadas, y en organizaciones formales, como la Asociación Nipona de Flamenco.
ALLA EN EL RANCHO GRANDE…
La música, igual que otras manifestaciones culturales de México, es variada, y así la perciben los japoneses. Durante una celebración denominada “El Día de México”, Reiko Rueda de León cede su espacio cultural llamado Café y Libros a la exposición de trajes típicos del país…el desfile es interminable. Por ahí se ven rebozos coloridos, huipiles, sombreros, penachos, peinetas, listones, huaraches, botas…y no puede faltar la música.
En este espacio nacieron Las Flores de Meguro, coro de damas japonesas que imprimen sentimiento especial a interpretaciones como “La Sandunga”. Reiko Rueda de León también comenta que los eventos musicales son siempre de gran atractivo en este salón de cultura latinoamericana.
Así como en Café y Libros”, también en la gran fiesta de la Independencia Mexicana que se celebra cada año en el moderno sector de Odaiba (Tokio), se puede ver una gran variedad de mariachis japoneses y grupos de danza folklórica. Tras intensas horas de práctica, se logra el intenso zapateado veracruzano, o el cepillado tamaulipeco, con vistosos trajes, sombreros y bigotes muy mexicanos (aunque sean postizos).
Suele haber piñata, bailes masivos a ritmo de “No rompas más, mi pobre corazón…” donde los japoneses vencen la timidez y se lanzan al escenario a girar sonrientes. No faltan las voces de Sam Moreno, el japonés que a los 18 años fue a México y al regreso decidió montar un restaurante y crear el Mariachi Samurai. O los acordes de la guitarra y la voz romántica de Marie Minie, Masami Takaba y Jiro (Hidejiro Mimura). Para alimentar esta mutua relación, figuras como Chucho de México, quien fuera arpista del trío “Los Delfines”, ha sido maestro de varias generaciones de japoneses que ahora destacan dando conciertos de música latinoamericana, como la joven arpista Natsuki Imamura. Su restaurante mexicano tiene una nutrida agenda de eventos donde participan músicos de toda América Latina.
Ante tales homenajes, tant el Mariachi mexicano Agave que acude a esta cita cada año, como el reconocido mariachi Vargas de Tecalitlán, han tenido que corresponder cantando en japonés. Así lo han hecho estos últimos interpretando la que en este país se considera la mejor canción japonesa de todos los tiempos: “Kawa no nagare no you ni” (“Como el fluir de un río”).
LA VIDA ES UN TANGO
El tango llegó a Japón tempranamente en el siglo XX, aunque todavía no era comprensible ni como baile, ni como forma de expresión. En la posguerra, sin embargo, empezó a llamar la atención en cantantes que, sin entender el idioma español, se fueron impregnando del peculiar estilo de interpretación.
Así, a final de los años 40, Ranko Fujisawa escuchó “La cumparsita”, interpretada por la Orquesta Típica Tokio y creció su interés en este ritmo. Después de escuchar a cantantes como Libertad Lamarque, Hugo del Carril y Carlos Gardel, se apasionó por esta forma de expresión y cantó “Caminito”, ante un grupo de marinos argentinos que habían traído alimentos al puerto de Yokohama. Ante la impresión, los marinos promovieron su presencia en Argentina, y al cabo de las siguientes décadas, Fujisawa se convertiría en “La Reina del Tango”, llegando a actuar con figuras como Aníbal Troilo, en presencia del presidente Juan Domingo Perón.
Luego de varias generaciones, en la actualidad ha resurgido la pasión por interpretar este género en la voz de Anna Saeki, quien actúa y canta el tema final en el reciente filme “Mi vida, mi tango”. Reconocida ahora como “La Diva del Tango” esta intérprete japonesa vuelve a sorprender incluso a los argentinos, con discos en homenaje a Astor Piazzola, así como actuaciones en festivales internacionales. Llegó también a grabar un dueto con la desaparecida Mercedes Sosa.
Interpretar tango no es fácil, según comenta Martin Choren, bailarín profesional y maestro de este género en Japón. Además de que las letras y el estilo requieren una fuerza especial, hace falta vivir y entender el contexto en el que surgió el tango. “El tango no es un deporte…es una forma de vida, por eso siempre recomiendo a los japoneses ir a Argentina, recorrer las calles, escuchar, observar, respirar y vivir el tango”.
Cada vez existen más academias de tango en este país y miles de personas han podido captar esa esencia, esa forma de vida que describe Choren, quien baila desde que era niño, en Argentina. Al inicio, siempre es difícil para los nipones, tan ajenos al contacto físico o a la manifestación de las emociones. Finalmente, hay personas que quedan atrapadas en ese mundo de pasiones, como Hiroshi y Kyoko Yamao, ganadores del Campeonato Mundial de Tango celebrado en Argentina, en 2009.
ALMA LLANERA
Cada lunes, en las aulas del Campus Komaba, de la Universidad de Tokio, el seminario de música latinoamericana del profesor Jun Ishibashi, se traslada de lleno a la sabana. A veces con alpargatas y sombrero, otras simplemente cerrando los ojos, concentrados en el sonido del cuatro, las maracas, el arpa y la mandolina, jóvenes de diversas carreras emprenden su viaje musical al llano de Venezuela.
El académico, que aprovechó su experiencia laboral por varios años en ese país, trajo a los japoneses la pasión por una música exótica. Los ritmos hispanos pueden parecerse, pero para interpretar música venezolana hay que acostumbrarse a contar otros tiempos, a reconocer otro tipo de vals, de merengue… Y a maravillarse con toda la música que puede salir de esa pequeña guitarra llamada cuatro, que no es común en este país.
Para su fortuna, el agregado Cultural de la embajada de Venezuela en este país, Maurice Reyna, heredero del arte de su padre, el reconocido músico Freddy Reyna, se una a las sesiones de enseñanza, por lo que los alumnos nipones llegan a conocer a fondo esa especial guitarra de cuatro cuerdas.
Desde el año 2009, periódicamente, los integrantes de este seminario exponen los resultados de su aprendizaje musical…los conciertos de la Estudiantina Komaba se han vuelto ya un espectáculo tradicional. En el grupo se ven estudiantes de ingeniería, de medicina, de lenguas, de historia…todos unidos por la disciplina y emoción de interpretar temas como el tradicional y ya mencionado “Moliendo Café”, “Alma llanera”, “El norte es una quimera”, “Fiesta en Elorza”. Pasan del joropo al vals, al merengue, la gaita y al calipso. Salen de los auditorios cantando y bailando emocionados y…vuelven a su rutina, a ser japoneses comunes.
Algo, sin embargo, debe haber cambiado en su esencia. Aun cuando no todos hablan la lengua española, se han vuelto serenateros, parranderos, que rompen los esquemas de la formalidad académica y pasan cada diciembre a tocar en los salones de clase de la Universidad de Tokio (¡tun tun! …¿quién es?…) anunciándose ante sorprendidos estudiantes y profesores como “gente de paz”.
La Estudiantina Komaba es una agrupación “doblemente exótica”, como expresa el mismo profesor Ishibashi: “se trata de jóvenes japoneses, interpretando canciones de la tradición venezolana, que ya no se recuerdan, o que a veces los muchachos de ese país ni siquiera conocen”. La pasión salta a la vista y algunos de estos chicos nipones ya han sido invitados a tocar con músicos profesionales en Venezuela.
“SALSA CALIENTE DEL JAPÓN”
Los ritmos caribeños, que parecían al principio tan complicados para algunos japoneses, se han vuelto ahora una parte fundamental de la diversión en el famoso sector de Roppongi, en Tokio. El gran éxito de orquestas y bandas de estilo latinoamericano, de los años 50, dejó la semilla para que se organizaran grupos de baile y músicos en géneros, como la salsa, el merengue, el son.
Con gran influencia de orquestas cubanas y puertorriqueñas de Nueva York, muchos japoneses empezaron a practicar estos ritmos. El famoso trabajo fílmico de Wim Wenders “Buena Vista Social Club” posicionó en el interés del público nipón a intérpretes cubanos como Compay Segundo, Ibrahim Ferrer y Omara Portuondo, quien aún en fechas recientes se ha presentado en Japón, con Chucho Valdés, de la Orquesta Irakere. El Gran Combo de Puerto Rico actuó también en el año 2012 en el gran festival “Isla de Salsa” en suelo nipón.
La presencia de este ritmo en Japón ha trascendido gracias a la aparición, en 1984, de la Orquesta de la Luz, que solía repetir en sus letras: “la salsa no tiene fronteras”. Su actuación en los años 90 en festivales de Estados Unidos, los llevaría a presentarse con figuras como Fania All Stars, al tiempo que su álbum “Salsa Caliente del Japón” llegó a los primeros lugares de Billboard.
Con un toque de exotismo, estos japoneses que aún no hablaban español, recorrieron y ganaron importante público en Estados Unidos, Colombia, Venezuela, México, Puerto Rico, Gran Bretaña, Francia, Holanda, y España. Después de grabar varios discos, los músicos se separaron y la cantante Nora, hizo algunas apariciones como solista. En años recientes, la orquesta se ha reagrupado, con algunos cambios, y sigue manteniendo una imagen prestigiosa en Japón, gracias al éxito que ganó en todo el mundo.
Según el ya citado investigador Shuhei Hosokawa, el éxito de la Orquesta de la Luz se asocia a ciertas características de la identidad japonesa moderna: por un lado, respetar profundamente el modelo a imitar, los cánones tradicionales; por otra parte, a falta de la identidad y las raíces latinas, buscar la perfección y la excelencia, a través de la práctica y la repetición, La Orquesta de la Luz buscó imitar a la perfección a los grandes salseros. Han preferido ser exóticos por su apariencia, no por sus sonidos. Es decir, prefieren ser vistos como los japoneses extraños que hacen salsa auténtica.
Probablemente estas características llevan a los japoneses -con la misma pasión- a los otros ritmos de origen hispano: la música ajena les sorprende, les maravilla, les inspira respeto y se imponen la labor de imitarla a la perfección, tratando de mutar su alma. Tocan, cantan, bailan y quieren ser –con toda seriedad- latinos de corazón.
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Redactado por COMUNICANDA/ Universidad de Estudios Internacionales de Kanda:
Yumiko Sekigawa, Aki Ishida, Masako Asami, Sara Iwase, Sonny Tachibana, Chikako Wakabayashi, Ilya Gulchin y Silvia Lidia González
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