Con lentos y sinuosos pasos, Santos Martínez Méndez intenta sacudirse el estupor de la rutinaria tarde. Sus grises ojos no le permiten distinguir con exactitud la identidad de las personas que lo rodean; sin embargo, aún mantiene la misma lucidez que un niño.
Cada cana, cada palabra esbozada y cada arruga que surca su rostro, son la huella de un largo camino recorrido, sendero al que este espigado anciano llegó en solitario porque sus familiares terminaron por darle la espalda.
Desde hace seis meses que no sabe nada de ellos, como si de los hubiera tragado la tierra. Ya hasta cree que se olvidaron de él. No lo vistan ni siquiera le llaman por teléfono.
Aún así Santos, quien es oriundo del municipio de Villa González, es de los pocos adultos de edad avanzada que pueden moverse por su propia cuenta dentro de la “Casa Hogar de los Abuelitos” en Reynosa, refugio auspiciado por el Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) y al que, afirma, fue llevado con engaños.
“Me trajeron mis parientes y ya no regresaron ni por el cambio… Sinceramente aunque me tratan bien yo no deseo estar aquí, porque me siento como quien dice solo y abandonado.
“Cuando menos en mi tierra uno le hace la lucha a todo lo que se pueda. Allá yo vendía agua fresca, gorditas y tacos, pero hoy me la paso encerrado y triste”, relató el octogenario.
Entrevistado en una extensa sala donde pernoctan varios de ancianos ante el intermitente sonido de un televisor, Santos manifestó que nunca fue mal padre y tampoco se desobligó de sus hijos, a los que con sacrificios les brindó estudios universitarios. Por ello, negó comprender la mala pasada que le ha jugado la vida:
“Uno saca adelante a los chamacos y lamentablemente cuando se hacen adultos se apartan. Así me pasó, nomás los estudié y se olvidaron de mí.
“Humberto es contador del Banco Mercantil de Monterrey y Santos es maestro de la Primaria República de Chile en Ciudad Victoria y ni para un refresco me mandan. No sé por qué se dará esto hacia los padres. Es muy doloroso pues ando aquí como un perrito sin dueño”, refutó conteniendo las lágrimas.
En su juventud este tamaulipeco laboró para el gobierno haciendo caminos con pico y pala. Comentó que con tres pesos de salario al día logró proveer las necesidades de su casa en tiempos de profunda precariedad en su comunidad.
“Yo les daba a mis hijos para los estudios, para los útiles y hasta anduve emproblemado con las escuelas que no estaban incorporadas a la SEP (Secretaría de Educación Pública) para que no perdieran los estudios.
“Mi mujer también me apoyó bastante con el objeto de que de grandes ellos no se anduvieran fregando en trabajos duros. Ahora me pagan con diferente moneda, pero arrieros somos y en el camino andamos…”, consideró.
Tras mirar con maravilla su imagen digital por primera vez, Santos dijo que su único deseo es regresar a la tierra que lo vio nacer, donde cree que no faltará quien le tienda una mano.
“En Villa González tengo amistades que nunca me desdeñarían. ¡Dios quiera que alguien me ayude a volver allá!”, exclamó.
DESPOJO Y DESPRECIO
La historia de Gregorio Alanís no es menos desgarradora, porque tras la muerte de su esposa a comienzos de 2008 este hombre de 88 años fue privado de su vivienda en la colonia Benito Juárez y llevado a la fuerza a la “Casa Hogar de los Abuelitos”, donde dice sentirse “arrumbado”.
La mayor parte del día la pasa sobre un holgado sillón, como descifrando el momento de su partida. Por la tarde su ánimo decae y se resigna al mirar a sus compañeros en peores condiciones. Y al anochecer vuelve a su alcoba apesadumbrado, sin la certeza de regresar a la vida cotidiana que tenía antes de haber pisado este sitio.
“Con artilugios un sobrino de mi mujer que vivía con nosotros se las arregló para quedarse con mi casa que mucho esfuerzo me costó construir y luego la vendió. Me metió aquí y ya no vino a verme; yo me estoy aguantando”, comentó enfadado el adulto mayor.
Señaló que además se encuentra enfermo y requiere atención médica especializada. Recuperar su propiedad es también uno de sus propósitos.
“Me siento muy mal porque tengo una enfermedad alérgica y yo quisiera que me curaran afuera. Estoy con muchos jiotes y comezones en todo el cuerpo, pero si alguien no viene por mí difícilmente voy a recuperarme”, estimó Gregorio.
Ayudado de un andador este señor de blanca piel y delicado aspecto, dijo pasar grandes apuros para ir al sanitario y más aún a la hora de ducharse.
Reconoció que la comida de este albergue localizado sobre el boulevard Luis Echeverría “es buena” y sus cuidadores “cálidos”, más su meta es abandonarlo cuanto antes, pues no tiene descendientes directos ni quien lo visite. Así su futuro es incierto, a menos que algo extraordinario suceda.
MALDICION CRIMINAL
Retorcida sobre una mecedora de madera Dulce Vázquez es una de las 67 personas que residen en esta “Casa Hogar del Abuelito” y de las mujeres quizás la que en condiciones más adversas se encuentra.
Su caso llama la atención por los intensos dolores que padece a causa de una artritis reumática degenerativa y, de no ser por la ayuda que recibe, probablemente ya habría fallecido.
A sus 73 años esta viuda originaria de la colonia Las Lomas de la Ciudad de México, dijo sentirse agobiada y al borde del colapso, aunque de repente coge fuerzas de la nada.
Con desmejorada voz e imprevistos espasmos, doña Dulce manifestó que la sorpresiva noticia de la muerte de su marido (hace cuatro años) fue la que la dejó en desvalidez.
“Desde entonces para mí todo es puro dolor. No hay día en que no me sienta enferma”, balbuceó.
Tampoco puede caminar ni mucho menos resolver el paradero de sus bienes que, asegura, se quedaron en poder de una licenciada a la que le rentaba una vivienda en la calle Palafox y Aldama.
Los vecinos del lugar consideran que doña Dulce divaga y no dejó nada de valor, pero esta delgada mujer (quien jamás tuvo hijos) se aferra a lo contrario.
“Sabrá Dios cuanto tiempo seguiré así, en entredicho, porque mi padecimiento no tiene cura y me dan unos dolores de huesos insoportables. No puedo comer, moverme ni hacer nada…”, lamentó.
Uno de los mayores deseos que esta macilenta mujer exhibió es acudir a la iglesia de la comunidad cristiana a la cual pertenece. Si bien admitió que ha recibido visitas de los integrantes de esta, no deja de sentirse sola.
“Cuando ande por aquí joven deme una vuelta, por caridad. Pregunte por la inválida Dulce”, suplicó al reportero.
Sus brazos, manos, dedos y hasta piernas engarrotadas dan cuenta del sufrimiento al que la septuagenaria está expuesta.
El dolor lejos de mitigarse se ahonda y a medida que transcurren los días doña Dulce advierte cómo se le agota la vida.
“IRRESPONSABILIDAD E INDIFERENCIA”
Para María Magdalena Navarro Padilla, directora de la “Casa Hogar de los Abuelitos”, la carencia de valores en la sociedad moderna es una de las principales causas que obstaculizan los derechos de las personas de la tercera edad.
Destacó que en breve el país contará con una ley que obligará a la gente a responsabilizarse de sus padres o parientes en etapa madura, pues existen infinidad de casos de ancianos que viven en condiciones paupérrimas y en el olvido total, mientras sus descendientes poseen “buenas casas y trabajos”.
Cuenta: “Efectivamente ya no desean hacerse cargo de ellos y luego los quieren mandar a algún hospicio.
“Hay personas las cuales piden que el DIF mantenga a sus papás y luego que ya están aquí se molestan de que se les llama para que vengan a verlos y les traigan el medicamento, porque a una edad avanzada cualquiera tiene una enfermedad degenerativa”.
Esta especialista admitió que la tendencia de incumplimiento hacia los “viejitos” crece desmesuradamente y aunque parte de la población coopera en el sustento de sus familiares, esto no la exime del problema, pues también se requiere el cariño y la compañía de un ser amado.
“Es una falta de cultura geriátrica. En otros tiempos los ancianos eran los más cuidados, los más respetados y se les daba su lugar, pero ahora el ritmo de vida que tenemos los convierte en estorbos. Esto es una realidad.
“Inclusive, se ha dicho que los abuelitos se vuelven transparentes: ya no los ven o no los quieren ver. Se le pide opinión a la esposa e hijos, pero a los mayores de la casa ya no se les toma en cuenta. Los ancianos deben ocupar un lugar especial, porque sin ellos no estuviéramos aquí”, enfatizó Navarro Padilla.
De los casos “vergonzosos” que le ha tocado atender a la directora de esta casa hogar evocó el de una señora (ya fallecida) que tuvo 18 hijos. El último que vivió con ella vendió su casa y la llevó a una iglesia, de donde posteriormente fue trasladada al albergue que dirige.
“Ella, muy conciente, se quejaba muchísimo de que tenía su casita y fue saqueada. De la misma manera notamos que existen hijos a los que les urge la propiedad de sus progenitores y se las quitan a como de lugar. ¡Eso es horrendo!
“Ahorita tenemos a un señor con seis hijos que no quiere estar acá y a diario se pone de mal humor. Nosotros les hablamos a sus familiares y ellos argumentan que están trabajando y si no les llamamos menos vienen para acá. Es bien difícil mantener una integración”, agregó.
Navarro Padilla señaló asimismo que la labor desempeñada en este albergue del adulto mayor le enorgullece y satisface a ella y a todos los que de alguna manera colaboran con los “abuelitos”.
“Yo creo que por eso estamos aquí. Una de las compañeras menciona que nos gusta la mala vida, porque cuando ellos (los inquilinos) están enojados nos echan de todo, pero realmente estamos contentas de hacer nuestro trabajo”, manifestó Navarro Padilla, quien además alabó la asistencia del Sistema DIF, pues gracias a sus apoyos, dijo, se atiende a un elevado número de adultos mayores.
En ese tenor la funcionaria solicitó a la población que “no se olvide de sus ancianitos”, pues ellos son dichosos si tienen con quien charlar.
“Precisamente al escucharlos son felices. Simplemente con que los acompañen un ratito para compartir sus experiencias es suficiente”, sopesó.
MALTRATO FISICO: UNA REALIDAD
En México y el mundo los ancianos no sólo son discriminados e ignorados, sino también golpeados, según un informe de la Red Internacional para la Prevención del Abuso y Maltrato en la Vejez (Inpea, por sus siglas en inglés).
De acuerdo al Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (Inapam) entre enero de 2007 y junio de 2008 se matricularon mil 328 denuncias, de las cuales el 65 por ciento corresponden a varones. Aún así se estima que un elevado número de vejaciones se queda en el anonimato por temor a represalias.
Referente a este fenómeno la directora de la “Casa Hogar de los Abuelitos” reveló que efectivamente existen severos atropellos a las personas de la tercera edad.
“Tenemos a una señora que llegó hace tiempo en esa situación, golpeada y así hemos notado problemas semejantes”, indicó María Magdalena Navarro Padilla.
Según pormenoriza el Inapam el tipo de maltrato o violencia al que se enfrentan los ancianos se divide en físico, que se manifiesta a través de golpes, jalones o lesiones en el cuerpo.
Y en segundo plano se encuentra el abuso psicológico, que comprende insultos, burlas, rechazo, amenazas, humillaciones; la desconsideración de opiniones del adulto mayor o simplemente no platicar con él.
Aunque para los organismos defensores de las garantías individuales se desconocen cifras exactas de violaciones cometidas contra gente en rango de longevidad, ésta es una problemática del mayor orden en gran número de los núcleos familiares mexicanos.
UNA HISTORIA EJEMPLAR
Esperanza Vázquez, es de las pocas inquilinas que por su propio pie arribaron a la “Casa Hogar de los Abuelitos” de Reynosa.
Luego de fallecidos su cónyuge y nueve hijos, esta viuda nativa de Montemorelos, Nuevo León, optó por emigrar a la frontera de Tamaulipas, donde radica desde 1978.
A sus 99 goza además de una envidiable vitalidad e inteligencia que derrocha a la primera oportunidad:
“Soy del 2 de julio de 1909. Me encuentro todavía muy lúcida, muy bien gracias a Dios porque nunca he sido enfermiza. Estoy vieja pero no me creo muy acabada, pues todavía puedo lavar, planchar y tejer”, comentó sonriente.
A diferencia de la mayoría de los miembros de este albergue doña Esperanza dijo sentirse como en su propia casa y rara vez se le mira desanimada.
“Yo sabía que existía este edificio, entonces le pedí a una familia con la que viví por 27 años que me trajera al asilo de ancianos. Al principio no querían, pero respetaron mi decisión.
“Desde entonces han transcurrido cuatro años y yo me siento muy feliz como el primer día, pues aquí nos tratan bien y si queremos comer hasta repetimos plato. Yo estoy contenta porque todavía hago mi cama, la sacudo y la cambio”, valoró.
Doña Esperanza, como su nombre lo indica, tiene la fe de que vivirá muchos más años, a pesar de que todos sus familiares directos ya murieron.
“Yo no tengo quien me vea y por eso estoy aquí. Gracias a Dios me encuentro en lo limpio. Yo le digo al Señor, gracias por la comida que me diste, que no la merezco porque ya no trabajo, pero de todos modos le agradezco”, concluyó.
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