Reynosa, Tam.-
Han pasado 11 años de aquel fatídico 18 de septiembre de 2012, cuando se registró una de las peores tragedias en instalaciones de Petróleos Mexicanos, con un saldo de 31 personas fallecidas y decenas de heridos.
La Central de Medición de Gas del kilómetro 19, situada sobre la carretera Reynosa–Monterrey, registró un desperfecto en sus operaciones, causando un serie de detonaciones en cadena que paralizaron la ciudad entera, movilizaron a todos los cuerpos de emergencia y causando un caos nunca antes visto en los diferentes centros hospitalarios.
A pesar de que fue un incidente muy grave, el dictamen de las investigaciones fue clasificado hasta el año de 2025.
Pemex y las autoridades prefirieron guardar silencio, mientras las familias de los deudos y los heridos, que no fueron indemnizados, exigieron justicia. Hace dos años la compañía paraestatal fue blanco de fuertes críticas por un polémico boletín (posteriormente borrado) en el que aseguró que el Complejo Procesador del kilómetro 19 cumplía 17 años operando “sin accidentes”.
La catástrofe que enlutó a decenas de familias fue relegada al olvido. La señora Leticia Aguilar se cansó de buscar justicia por el caso de su hijo Ignacio Cedillo, fallecido aquel fatídico martes abordo de una pipa. Transcurridos varios años ella también murió en el intento.
Para el resto de los familiares las heridas, provocadas por una negligencia técnica (a raíz del desgaste en un codo metálico que no soportó la presión, de acuerdo con versiones de algunos trabajadores) siguen calando hondo.
En su informe los anteriores directivos de esta compañía energética quisieron olvidar la catástrofe de un plumazo, pero ésta aún se mantiene fresca en la memoria de esta comunidad fronteriza.
‘¡ME SALVÉ POR SEGUNDOS!’
En la Central de Medición del kilómetro 19 todavía quedan algunos trabajadores que sobrevivieron al fatal accidente.
Portando un casco, un paliacate sobre su cuello y vestido con pantalón y camisa gruesa de algodón en color caqui, el señor Alfredo (el nombre que optó por el anonimato), relató que: “Ese día me tocaba trabajar con unas válvulas dentro de las instalaciones y posteriormente necesitaba dirigirme a un ejido cercano donde tenía tareas asignadas. Siendo honesto yo preferí ir primero afuera del complejo y después regresar para continuar mi trabajo aquí.
“Un compañero me sugirió que me quedara, pero decidí salir mejor en mi vehículo para la labor del día y justamente cuando iba atravesando el portón se produjeron tres explosiones grandes”, describió hace dos años en una entrevista para Hora Cero.
Con un sonido ensordecedor y varias llamaradas gigantescas que fueron arrasando todo a su paso, por lo que Alfredo pisó el acelerador de su unidad intentando ponerse a salvo, al igual que el resto de los compañeros que pudieron correr, algunos de los cuales terminaron con quemaduras de primero, segundo y tercer grado.
La columna de humo podía divisarse desde cualquier punto lejano de la ciudad, e incluso, más allá en la frontera de los Estados Unidos. Inmediatamente después se activaron en su totalidad los protocolos de emergencia.
Todas las unidades de rescate y los cuerpos de bomberos respondieron a lo que hasta ahora sigue siendo el mayor accidente petrolero de la región y al llegar se encontraron con un desastre.
“Hubo una zona donde se encontraron 17 cuerpos… pero los más cercanos al sitio de la explosión literalmente desaparecieron por la ola abrasadora. Había obreros que iban por primera vez, que ni siquiera eran de planta, o que, incluso, pertenecían a otras compañías y también murieron. Llegaron a trabajar apenas y tuvieron la mala suerte de perder la vida”, recordó.
Puede sonar irónico pero dichas instalaciones del Activo Integral Burgos habían tenido previamente un simulacro contra incendios. De poco o nada sirvió, porque los trabajadores estaban en una bomba de tiempo.
¿QUÉ LO ORIGINÓ?
Aunque todavía resulta inexplicable por qué la paraestatal decidió cerrar el caso al público hasta el año de 2025, evitando exponer las verdaderas causas del accidente con un carácter confidencial, los empleados que diariamente conviven en medio de las instalaciones petroleras aseguraron saber qué es lo que realmente produjo una tragedia de tal magnitud.
“Fue un codo desgastado que no tenía el grosor requerido, el que la provocó. Precisamente hubo una cuadrilla de trabajadores que había llegado ese día para ‘sandblastear’ las tuberías que se encontraban en la zona y fue cuando se presentó la explosión.
“Por lo general ese tipo de tubería lleva una forma de candado de protección en forma de zigzag, pero ignoro por qué justamente ahí no había. Estaba directa en manera lineal y no permitió que las personas se salvaran”, expuso mientras apuntaba con su dedo el lugar donde comenzó la catástrofe.
Este empleado de Pemex contó que diariamente se encomienda mucho a Dios y le agradece el haber salvado la vida, pero al mismo tiempo lamenta la muerte de compañeros y conocidos.
Ahí perdió amigos ahí y confesó que todavía hay alrededor de diez personas sobrevivientes trabajando en el mismo lugar.
De los trabajadores muertos todavía es posible encontrar perfiles públicos en Facebook, como el de Héctor Javier Ramírez Rojas, quien se desempeñaba como externo con la compañía Iansa.
Solía escribir frases alegres e, incluso, eventualmente mostraba su felicidad por compartir momentos con su familia.
De igual modo empleados como José Luis Ávila Cabriales, de la subcontratista Invensys Process Systems, tenía una vida que fue cortada de tajo al interior de una estación repleta de hidrocarburos.
PERMANENCIA EN EL KM. 19
Once años han transcurrido desde la tragedia del Complejo Procesador de Gas de Burgos, pero no mucho ha cambiado la atmósfera que envuelve a este lugar.
El zumbido de los vehículos y de un respiradero de la red de ductos interrumpe de vez en cuando el dominante silencio que se percibe al exterior.
En los estacionamientos no se observan muchas unidades, pero dentro hay un grupo numeroso de personas trabajando.
La amurallada construcción se encuentra celosamente vigilada por elementos del Ejército Mexicano y el acceso está restringido a la gente que es ajena, aunque desde afuera se puede observar cuando los empleados petroleros terminan sus turnos. Es evidente que nuevos trabajadores han llegado.
Los más jóvenes eran prácticamente niños o adolescentes cuando la explosión sucedió y se dejan ver con la alegría que los caracteriza: A la hora de la salida bromean entre los compañeros que, en dos filas, abandonan la planta para marcharse a sus casas, pero también resalta uno que otro ingeniero o técnico de mayor edad (como el señor Alfredo) para quienes no pasa desapercibido que por los mismos rincones donde diariamente desempeñan sus labores hubo personas que murieron, y desaparecieron casi en un suspiro.
LOS VECINOS
Pasando por enfrente, desde la carretera Reynosa–Monterrey, es posible alcanzar a ver las imponentes instalaciones petroleras, con tuberías gigantes y a un lado izquierdo de la Central de Medición unas enormes boyas construidas con tecnología criogénica.
De ahí en fuera los únicos vecinos que Petróleos Mexicanos tiene en esa zona son los Matamoros, situados hacia su lado derecho en el rancho Vista del Carmen.
Ellos son los propietarios de la taquería Jerry, la misma que el día de la explosión quedó completamente abandonada, con las puertas de par en par abiertas porque todos corrieron para salvar sus vidas.
Justo a un lado tienen una vulcanizadora y en la parte trasera una vivienda de dos plantas con techo de lámina.
Los divide de la Central de Medición un camino de siete metros de ancho, por donde aquella vez entraron y salieron las unidades de emergencia buscando personas desaparecidas. La ola expansiva también aventó por el aire varios cuerpos a 50 metros de distancia.
Es por eso que algunos de estos vecinos aseguran que en los días posteriores al accidente fue difícil reanudar las actividades cotidianas, porque en sus tierras solían encontrar restos humanos.
Pensar en el sufrimiento que pudieron pasar los trabajadores, confiesan, todavía les afecta, pero es algo con lo que han tenido que aprender a vivir. Una imagen de la virgen de Guadalupe se erige en la parte baja de su vivienda y desde lo alto el señor Sergio Matamoros contesta las preguntas del reportero, de lo que para él, su cónyuge y su padre significa vivir en el kilómetro 19.
“A la muerte no le tenemos miedo, convivimos con ella diariamente”, mencionó el lugareño con marcado acento norteño.
Su mujer, quien pide no ser fotografiada, sale brevemente de la casa para decir que intentan permanecer ahí de manera normal como en cualquier otro lugar, sin pensar mucho en el peligro (de tener a un lado una infraestructura que procesa cada día mil 200 millones de pies cúbicos de gas húmedo dulce y 18 mil barriles de condensados).
“Antes teníamos el puesto, pero ya lo cerramos, porque a raíz de la pandemia dejó de venir clientela. Dentro de lo que cabe se va acostumbrando uno a estar aquí y obviamente que se cuentan muchas historias.
“Esa vez de la explosión yo no estaba, pero sí supimos de personas que al intentar escapar se atravesaron la carretera y una fue atropellada. Es una cosa sorprendente, a ese muchacho no lo mataron en sí las flamas, pero de todos modos no deja de ser lamentable”, comentó la dueña de la taquería a la que es muy probable que alguno de los trabajadores fallecidos de Pemex ingresó para comer.
Se trata de seres humanos, empleados que no sólo daban mantenimiento, sino que también se encargaban de mejorar las instalaciones petroleras, los mismos que hoy para la empresa paraestatal son prácticamente destinados a permanecer en el olvido.
Enfrente de la Refinería, sobre el boulevard Lázaro Cárdenas, fue colocado un memorial con el nombre de las víctimas, pero son los deudos quienes colocan ofrendas póstumas, en conmemoración por los aniversarios luctuoso.
A Pemex se le olvida, pero hace justamente 11 años Reynosa era un infierno.