Todos los días, a las 6 de la tarde en punto, doña Euleteria Armendáriz deja todo lo que está haciendo para rezarle un Rosario a San Francisco de Asís. Esta devoción tiene un solo objetivo, conseguir que este santo le conceda el milagro de salvarle la vida a su nieto José Eduardo.
El destino de las oraciones de esta mujer de 85 años, a quien la edad la obliga a utilizar un bastón para poder caminar, es José Eduardo Medellín, uno de los 51 mexicanos que esperan ser ejecutados en Estados Unidos.
Desde 1993 José Eduardo está recluido en el área de condenados a muerte de la prisión de máxima seguridad “Alan Polunski”, ubicada en Livingston, Texas, una pequeña población que se encuentra 117 kilómetros al norte de Houston.
En este lugar existen 382 reos internados en el llamado “corredor de la muerte”, entre los que sobresalen 13 ciudadanos mexicanos.
Y aunque para las autoridades de Texas –una entidad que desde 1982 ha ejecutado a 405 presos mediante inyección letal-, José Eduardo no es más que el preso número 999130, para doña Euleteria este hombre de 33 años es el hijo que crío desde bebé y que no merece morir.
A esta anciana no le importa que en 1994, cuando José Eduardo tenía 18 años, haya sido declarado culpable de participar en la violación y asesinato de Jennifer Ertman, de 14 años, y Elizabeth Peña, de 16, ocurridos el 24 de junio de 1993 en el Jester Park de Houston.
“Ese muchachito se metió en esos líos, si lo hizo o no lo hizo ahí está pagando y los demás que estaban con él sólo Dios sabrá en dónde están. Allá ellos y su conciencia”, aseguró.
Desgraciadamente para esta mujer el tiempo se está acabando. El gobierno de Texas determinó que José Eduardo morirá el próximo 5 de agosto en una ceremonia que marcará el reinicio de las ejecuciones en el llamado “estado de la estrella solitaria”, donde no se registraba un ajusticiamiento desde el año 2007.
Por ello, desde la sala de la casa ubicada en la colonia Hipódromo en Nuevo Laredo, donde José Eduardo pasó los primeros años de su vida antes de irse a vivir a Houston con sus padres; doña Euleteria le pide a Dios y San Francisco de Asís que le permitan volver a ver con vida a su nieto.
“A veces vienen periodistas como usted a preguntarme cosas y yo les digo que ya no quiero hablar mucho, me da vueltas la cabeza y se me seca la boca, aunque también les digo que tengo la fe de que toda la gente que ha venido nos va a ayudar de alguna manera pues yo tengo esperanza en Dios y en San Francisco de Asís de que me hagan el milagro, por eso yo rezo y se lo encomiendo a nuestro señor San Francisco, yo como quiera hago mi deber”, precisó.
AMOR DE ABUELA
Originaria de Doctor Arroyo, Nuevo León, doña Euleteria llegó a Nuevo Laredo desde muy joven donde se casó y tuvo tres hijos.
La búsqueda de una mejor calidad de vida llevaron a esta mujer y su marido –quien falleció hace años- a cruzar ilegalmente a Estados Unidos donde trabajaron en la pisca de verduras de los campos agrícolas de poblaciones como Harlingen y San Benito, una labor que no fue grata para la mujer.
“Estuve un tiempo trabajando pero me regresé México por el agua… es que el patrón nos daba pura agua de pozo y me cayó muy mal”, explicó.
La experiencia de haber buscado una mejor vida en Estados Unidos, hizo que doña Euleteria comprendiera la decisión del segundo de sus hijos, Venancio, de tomar a su esposa y cruzar ilegalmente a la unión americana para buscar un trabajo en alguna de las poblaciones cercanas a Houston.
“Ellos se fueron de aquí por la necesidad, no encontraban trabajo aquí en Nuevo Laredo y pensaban ir para Estados Unidos, por eso les dije: vayan a buscar trabajo”, relató.
Como en ese tiempo los hijos de la pareja, José Ernesto y Martín, eran apenas unos bebés, doña Euleteria aceptó quedarse al cuidado de ellos, a quienes comenzó a criar como si fueran sus propios hijos.
“Los cuidé desde chiquitos, como quiera crecieron aquí, fueron a la escuela aquí a dos cuadras y como quiera les fue bien en la escuela, José Ernesto era muy bueno, tenía muy buena memoria”, apuntó.
Al recordar esos años, la anciana no puede evitar dibujar una imagen muy diferente de la de un hombre que está esperando la muerte por haber violado y matado a una adolescente.
“Yo no batallaba con él, siempre fue muy dócil, aquí se la pasaba con su hermano jugando en el patio y en la noche yo me sentaba con ellos y les empezaba a contar historias antiguas y de espantos y ahí se la pasaban acostadillos en el piso porque hacía mucho calor”, expresó.
Sentada en la cochera de su vivienda que hace las funciones de patio, doña Euleteria recordó que José Ernesto siempre fue un niño tranquilo, que ni siquiera buscaba salir a la calle para jugar con sus amigos.
“Era como todas las criaturas, se la pasaba jugando con la pelota pero muy travieso no era. Era muy obediente conmigo, no era un muchachito que lo dejara salir a la calle por ahí con amigos, no era de andar en la calle.
A veces venían compañeritos de la escuela y jugaban aquí en el patio, no salían y cuando les decía que se metieran se quedaban aquí y los amigos se iban para sus casas”, apuntó.
Incluso aseguró que siempre buscó enseñar a sus nietos la importancia del trabajo y la honestidad, como cuando un día alguien les regaló unos chocolates.
“Les dieron chocolates de esos que venden en la escuela pero les decía: no, mejor los pago yo, no vayan a decir que los traigo en la calle y no tengo cuidado de ustedes, entonces mejor nos comemos los chocolates aquí en la casa y yo los pago”, precisó.
Con el paso del tiempo, el lazo entre doña Euleteria y sus nietos se fortaleció, más por el hecho de que sus padres no podían visitarlos, ya que se encontraban de manera ilegal viviendo y trabajando en Estados Unidos.
“Tengo mucho que no voy para allá y ellos (los padres de José Ernesto) ni vienen porque mi hijo trabaja en la noche y duerme todo el día, nomás se levanta para ir al trabajo”, relató.
Con el paso de los años llegaron los achaques y las enfermedades, lo que hacía cada vez más difícil para doña Euleteria cuidar a sus nietos que ya casi eran unos adolescentes.
Por ello debió de tomar una decisión que, aunque difícil, sabía que era necesaria.
“Me enfermé y ya no pude hacer quehacer, por eso les hablé a sus papás que vinieran por ellos, porque ya no podía yo sola hacer quehacer y vinieron por ellos y se los llevaron, me dijeron que los iban a meter a la escuela del inglés, fíjese que estaban saliendo muy buenos para el inglés”, explicó.
Cuando llegó el momento en que su hijo Venancio regresó a Nuevo Laredo para llevarse a Estados Unidos a José Ernesto y Martín, doña Euleteria no pudo evitar llorar.
“Cuando se fueron me quedé yo llorando, pero ni modo porque no le diré cuántos años lo cuidé, pero si lo crié desde chiquito, mire, de ahí colgábamos la cuna cuando lo tenía aquí”, aseguró al momento en que señala un viejo y oxidado gancho de metal que se encuentra en le techo de la cochera.
Al principio la edad permitía a esta mujer viajar a Houston a visitar a su familia, sin embargo estas visitas ya no suceden simplemente porque doña Euleteria ya no puede salir de su casa.
“Todavía cuando se lo llevaron (a José Ernesto) lo pude ver algunas veces pero luego ya no pude porque me enfermé. Ahora tengo que andar con bordón y ando bien mala de esta pierna (izquierda) pero luego ahí me ando poniendo cosas pero no me pongo mejor”, explicó.
DEVOCION A SAN FRANCISCO DE ASIS
Hace años –no recuerda cuántos- doña Euleteria viajó a Real de Catorce, San Luis Potosí, donde visitó la capilla dedicada a San Francisco de Asís. En ese primer viaje, la mujer quedó sorprendida por la cantidad de retablos de agradecimiento que los fieles han colocado a este santo por algún favor o milagro concedido.
“Allá en su capilla tiene un cuarto como éste todo lleno de retablos. Por eso me he hecho muy devota de él”, explicó.
Desde entonces, doña Euleteria decidió encargarle a San Francisco de Asís el ciudado de sus hijos y sus nietos, más cuando ellos se encontraban en una tierra extraña, fuera de su país.
Cuando se enteró que si nieto había sido condenado a la muerte por las autoridades de Estados Unidos, esta anciana decidió incrementar el fervor para este santo.
Por eso, todos los días desde hace más de una década, apenas dan las 6 de la tarde y doña Euleteria deja todas sus actividades y comienza a rezar un rosario donde sólo pide una cosa: que le perdonen la vida a su nieto.
“Yo estoy haciendo mi parte”, justificó.
A esta mujer no le importa que la mayor parte de las veces esta oración la ha hecho en solitario, incluso hoy que el caso de su nieto ha sido ampliamente difundido por los medios de comunicación.
Para ella, lo importante es no fallar en su cita con San Francisco de Asís, quien está segura le va a ayudar a que las autoridades perdonen a su nieto y no lo maten.
EL “CASO AVENA”
Tras unos años de residir en Estados Unidos, la vida dio un vuelco en la vida de José Eduardo Medellín. En 1993, cuando el mexicano contaba con 18 años de edad, fue sentenciado a morir por inyección letal al ser encontrado culpable de asesinato.
Los reportes que existen sobre el incidente, que llegó a ser conocido como “el caso avena”, indican que cuando fue preso, José Eduardo había sido expulsado de la escuela por participar en pandillas e incluso en ocasiones se le llegó a escuchar decir que un día iba a aparecer en la portada de un periódico por asesinar a alguien.
El 24 de junio de 1993, Medellín y otros seis integrantes de la pandilla “Blacks and Whites” (blancos y negros) se reunieron en el Jester Park de la ciudad de Houston para participar en el rito de iniciación de un nuevo integrante.
La iniciación consistía en que el aspirante debía de pelear con cada integrante del grupo durante un período de cinco a diez minutos.
Cuando todo terminó los pandilleros se encontraron con Jennifer Ertman y Elizabeth Peña dos muchachas de 14 y 16 años respectivamente quienes regresaban a su casa después de visitar a una amiga.
De acuerdo a los reportes del caso, Medellín intentó platicar con Elizabeth Peña quien lo ignoró, cuando el pandillero insistió en hablar con ella la chica se asustó y quiso huir, lo que provocó que José Eduardo la agarrara y tirara al piso.
En ese momento Elizabeth pidió auxilio a su amiga quien al llegar al lugar de los hechos fue atacada por otros dos integrantes de la pandilla. Lo que resultó después fue la violación y el asesinato de las adolescentes.
Tras el crimen, los jóvenes regresaron a la casa de Peter Cantú, uno de los integrantes de la pandilla y presumieron lo que habían hecho al hermano de Peter y su esposa, Cristina Cantú, quien convenció a su marido de llamar a la policía.
Días después de los hechos Medellín fue detenido por la policía, procesado y condenado a muerte por un jurado norteamericano.
Sin embargo el caso logró notoriedad entre los medios pues al momento de la detención de Medellín, la policía de Houston le informó que tenía derecho a permanecer en silencio y a un abogado, pero no que podría solicitar el asesoramiento del consulado mexicano, como lo establece un tratado internacional suscrito por Estados Unidos en 1963.
De hecho, el 29 de abril de 1997 y tras una serie de apelaciones a la condena a morir, las autoridades consulares mexicanas comenzaron a asistir legalmente a Medellín.
En noviembre de 2001 los abogados de Medellín apelaron la sentencia. En enero de 2003 el gobierno mexicano inició un procedimiento en la Corte Internacional de Justicia en contra de Estados Unidos alegando violaciones al artículo 36 de la Convención de Viena en el caso de Medellín y otros 53 mexicanos sentenciados a muerte.
En 2004 y tras analizar el caso de Medellín y otros mexicanos condenados a muerte, la Corte Internacional de Justicia concluyó que Estados Unidos había violado la Convención de Viena de 1963 al no respetar el derecho de los mexicanos detenidos obtener servicio consular, y solicitó la revisión de los casos en cuestión.
El caso “Medellín vs. Texas” llegó al Tribunal Supremo y alcanzó notoriedad por la postura que adoptó el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, de ordenar al estado de Texas acatar el fallo de la corte internacional.
El mandatario estadounidense ordenó en 2005 a las cortes estatales seguir la decisión del tribunal de La Haya argumentando que el no acatar el dictamen sería perjudicial para la imagen de Estados Unidos en el mundo.
Sin embargo el estado de Texas rechazó la orden presidencial alegando que ni el gobierno federal, ni los tribunales internacionales, tienen competencia en el caso de Medellín.
Las autoridades estatales sostienen que el preso no puede invocar su derecho como ciudadano mexicano, al no haber planteado la falta de asistencia consular durante el juicio original contra él.
El Tribunal Supremo de Texas, compuesto por nueve magistrados, dictaminó por seis votos en favor y tres en contra, que el presidente Bush no tiene autoridad para ordenar una nueva audiencia para Medellín.
En el auto, el presidente del tribunal, John Roberts, justificó la decisión asegurando que el dictamen de la Corte Internacional de Justicia no se puede aplicar a los estados y que el presidente Bush “no puede establecer decisiones vinculantes que sean contrarias a leyes estatales ya existentes”.
Los jueces Stephen Breyer, Ruth Bader Ginsburg y David Souter disintieron de la opinión de la mayoría de los magistrados.
Todos estos resolutivos han cancelado cualquier posibilidad de que José Eduardo reciba la oportunidad de un nuevo juicio que le permita aspirar a salvarse de la condena a muerte.
Por ello, la fecha del 5 de agosto se vuelve mucho más dramática.
Al otro lado de la frontera, sentada en una mecedora ubicada en el patio donde solía contarle cuentos de terror a su José Eduardo, doña Euleteria no quiere saber de leyes, abogados o amparos, pero si tiene una opinión muy firme respecto a la pena de muerte.
“Eso es un mal, es un mal que hacen porque luego esas personas vienen siendo asesinos y esto está mal”, sentenció.
Sin embargo para esta anciana el único deseo en lo que le queda de vida es volver a abrazar a su nieto, a quien vio crecer y seguramente no va a poder ver morir.
“Quiero que me lo echen libre para acá, donde lo quiero tener”, finalizó.
LA VOZ DE UN CONDENADO A MUERTE
José Eduardo Medellín tiene 25 años preso en la sección de condenados a muerte de la prisión “Allan Polunsky” de Livingston, Texas.
Como se trata de un penal de máxima seguridad, los internos permanecen encerrados en una celca de seis metros cuadrados durante 22 horas al día y sólo se les permite salir a caminar (solos) a un pequeño patio por dos horas.
De hecho, ninguno de los internos del área de condenados a muerte puede tener contacto físico con otra persona, ni siquiera los custodios del centro penitenciario.
El único “lujo” que se les permite tener es un radio y la posibilidad de intercambiar correspondencia que otras personas en el exterior.
Reportes periodísticos aseguran que Medellín disfruta la música de Los Tigres del Norte y Beto Quintanilla que sólo puede escuchar un rato en la tarde.
Y aunque estas condiciones volverían loco a cualquiera, José Eduardo aseguró que el orgullo es el que le impide perder la razón.
“No le quiero dar la satisfacción al estado de Texas de que me mire quebrado o que me mire que no puedo aguantar”, sentenció.
Gracias a un organismo denominado Coalición Canadiense Contra la Pena de Muerte (CCADP por sus siglas en inglés), Medellín pudo redactar y publicar una especie de blog en el que pide al mundo que le escriban.
A continuación se transcribe la traducción de algunos párrafos de la carta publicada en inglés por José Eduardo y que puede leerse en su totalidad en la página de internet de CCADP (www.ccadp.org).
Hola personas del mundo, el mundo del exterior que no conozco desde hace tanto tiempo. Mi vida está en blanco y negro como las viejas películas de vaqueros. Sin embargo a diferencia de las películas los buenos no siempre ganan (…).
Dejé la escuela en el noveno grado no porque no pudiera con el trabajo, porque si me dan la oportunidad verán que soy bastante inteligente. Yo tenía un plan, conseguir mi certificado y regresar a casa para entrar al Ejército Mexicano (…).
Desde que estoy en la unidad de sentenciados a muerte en Livingston, Texas estoy sin televisión, no hay televisiones en esta unidad, dicen que es un lujo. Pero bueno, tengo un radio (…).
Hago mucho ejercicio, lo hago para mantenerme en forma y para mantener mi sangre y mi mente fluyendo pues la inactividad te puede matar y te puede volver loco, entonces deseas estar muerto (…).
Por favor, intenten conocerme, no soy un muerto caminando. No quiero simpatías o piedad, prefiero que se enojen conmigo. No se sientan mal por mí, estoy aquí porque tomé una decisión de adolescente ¡y eso es todo!
Estar sentenciado a muerte te hace frío, no porque quieras serlo, sino porque todo mundo lo es entonces te obligan a encerrarte. En esta nueva unidad te obligan a encerrarte pues estas prisionero en una celda que casi a prueba de sonido, entonces puedes gritar todo lo que quieras pero nadie más allá de algunas celdas puede escucharte (…).
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