Texto y foto José Manuel Meza
Camino a Playa Bagdad. Las paredes del huracán ‘Dolly’ asedian con fuerza la costas tamaulipecas. A las siete de la mañana ninguna alma se aprecia en tierra firme ni a los integrantes de la Marina y la Armada de México; de su destacamento sólo se miran costales de arena y cuartos vacíos.
Las palmeras se agitan al ritmo de los endiablados vientos de más de 180 kilómetros por hora; las olas alcanzan hasta ocho metros de altura y revientan sobre la zona de bañistas la cual se comen con demasiada facilidad.
A 15 metros de ahí, unos locales de concreto protegen al único auto que se observa de cerca, mecido abruptamente, pero emplazado con el objeto de registrar -con cámaras de video y fotografía-,la trayectoria de este fenómeno climatológico.
A medida que transcurren los minutos, mayor es la energía desplegada por ‘Dolly’, pero también el miedo.
En un vehículo del Cyclone Research Group (CRG, por sus siglas en inglés) un investigador alerta la llegada frontal del huracán y sugiere la retirada, pues afirma, que el único lugar seguro a esa hora es Matamoros.
Y es que a decir de Alfredo Vela, portavoz del Servicio Meteorológico Nacional en Brownsville, el agua que cargó ‘Dolly’ fue la suficiente como para “aplacar una sequía”.
Por lo mismo, horas antes los servicios de rescate evacuaron a la mayoría de los habitantes en zona de riesgo; no obstante, en los poblados pesqueros de Higuerillas, La Capilla y el Mezquital, hubo al menos unas 50 familias que no quisieron ser transportadas a los refugios. Obcecadas resistieron la tempestad bajo sus techos de madera y lámina, a merced de la naturaleza.
Este fue el escenario que se observó en la zona costera del norte de Tamaulipas, no así en el sureste de Texas, donde la población aceptó ponerse a salvo.
Aunque ‘Dolly’ tocó tierra en sus mínimas categorías y luego se desvió hacia el norte, la peligrosidad que representó fue elevada: en Matamoros derribó anuncios espectaculares, varias decenas de árboles e inundó calles, mientras que en Brownsville, Puerto Isabel y la Isla del Padre, el meteoro se sintió con mayor fuerza, dejando a más de cinco mil 500 personas sin energía eléctrica.
Colmados, los albergues establecidos por las ciudades de ambos lados de la frontera, dieron cuenta del terror con que se percibió este huracán formado en el Océano Atlántico.
Y esto es apenas el comienzo de la temporada ciclónica 2008…
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