Matamoros, Tam.-
Ha pasado un año y siete meses desde que su padre murió. Sin embargo, Paloma Marlene, de sólo 12 años, lo echa tanto de menos que por las noches imagina que conversa con él. Está segura de que si un genio se le apareciera para cumplirle un deseo, le pediría que su papá estuviera vivo para poderle platicar las cosas buenas que han pasado y lo que ha hecho desde que él partió, víctima de un cáncer de pulmón.
Sobre todo para que viera que ella obtuvo el mejor promedio de Matemáticas a nivel primaria del país. La prueba Enlace dejó ya testimonio de que ella le ganó a 12 millones de niños en 2011.
Pero no ganó porque sí, sino porque desde que nació su vida es una constante lucha, y porque su papá solía pedirle que estudiara duro. “Era muy cariñoso conmigo, me abrazaba y hablaba mucho conmigo. Me llamaba ´Marlencita´ y yo a él, ´papi´”.
Aunque no lo admite, Paloma era la consentida de su padre. No sólo por ser la menor de ocho hermanos. Quizá porque nació de siete meses y tuvo que estar mes y medio en una incubadora.
Pese a su mirada fuerte y a ese rostro entre duro y tímido, Paloma Marlene Noyola Bueno esboza una fugaz sonrisa cuando dice estar segura que desde el cielo su papá ha de estar muy orgulloso de ella. Siente que su padre es su ángel de la guarda, y que todo lo que ha estado viviendo en los últimos meses es una bendición y un regalo de él.
Paloma ha estado expuesta a los medios nacionales e internacionales a partir de que la revista estadounidense Wired le dedicó una portada en la que la nombró sucesora del fundador de Apple. Ahora le dicen la “niña Jobs”.
“Para llegar a la altura de Jobs, tengo que seguir preparándome”, dice con determinación. Y lo hará porque su padre le pidió que terminara una carrera, cosa que no pudieron hacer sus hermanos. Los tres mayores ni siquiera pisaron la escuela, pues la pobreza los obligó a ingresar desde muy pequeños al mercado laboral. Otros dos cursaron hasta la primaria, y los que son apenas un poco mayores que ella llegaron hasta secundaria. Su padre le decía: “Es bueno que estudies para que puedas trabajar, ya ves cómo son luego los hombres”.
Hija de agricultor
Mientras conversamos, Paloma está sentada en una sillita de plástico color rojo, afuera de su vivienda rojo carmín, ubicada en uno de los barrios más marginados de esta ciudad fronteriza, Matamoros. Pese a ser sábado, viste su playera de la secundaria, además de jeans, sudadera rosa y unos desgastados zapatos tipo flats color ocre.
En el ambiente flota un intenso aroma acre. No se debe sólo por la cercanía de un canal de aguas negras, sino por la proximidad de un enorme basurero, hoy llamado eufemísticamente por las autoridades “centro de transferencia”. En él los pepenadores suelen acudir para recolectar plástico, vidrio, aluminio y hojalata. De hecho, el ejido donde hoy vive la familia de Paloma junto con otros 299 hogares, formaba parte de ese gran depósito de residuos. Ahí, en ese lugar, su padre pasó los últimos años de su vida trabajando como pepenador. Pero no siempre tuvo este oficio. En San Luis Potosí, su estado natal, cultivaba sorgo. La falta de trabajo hizo que la familia emigrara a Matamoros, hace 30 años.
Paloma lamenta no haberse podido despedir de su padre. Sus días postreros los pasó en una clínica del IMSS en Monterrey, a donde lo enviaron cuando ya estaba muy grave. Su mamá, así como sus hermanas Guillermina y Marcela, fueron las únicas que pudieron estar con él antes de morir. Paloma no pudo hacer el viaje, así que la última vez que vio a su papá fue en un hospital de Matamoros. Con el tiempo entendió que era mejor que Dios se lo llevara que verlo sufrir más.
La madre de Paloma, María Guadalupe Martínez, interviene en la conversación. Asegura que las habilidades de la niña para las Matemáticas las heredó de su padre. “A pesar de que fue a la escuela tan sólo una semana, su papá era muy bueno para sacar las cuentas, lo hacía de volada. Le ganaba a todos. Lamentablemente él no pudo estudiar porque su padre lo puso desde muy niño a cultivar el campo”.
La mamá agrega que desde que murió su esposo “la situación se puso difícil”. A partir de entonces, las únicas aportaciones económicas han provenido de dos de sus hijas, aparte de las exiguas ganancias por la venta de tamales que realiza ella los fines de semana, y que no exceden los 200 pesos.
Vivir sin sosiego
El ejido donde viven Paloma y su familia tiene el paradójico nombre de El Cambio, y se encuentra en las afueras de la ciudad y a espaldas del aeropuerto Servando Canales, de Matamoros. Se trata de una zona que no cuenta con agua corriente, drenaje o calles pavimentadas. Tampoco hay líneas telefónicas fijas.
Llegar a la casa de Paloma no es fácil. Para hacerlo hay que transitar entre sinuosos caminos de terracería.
Aquí hay un clima de zozobra y fuerte presencia del narcotráfico. Conforme uno se adentra en las calles van apareciendo lo mismo convoyes del Ejército, la Marina, la Policía Federal que sospechosas camionetas de lujo y vidrios polarizados.
Es tal la fuerza del crimen organizado que es posible ver en algunas esquinas camionetas pick-up, con cisternas en la parte de atrás, comercializando gasolina robada. Y es común ver a los “halcones”, informantes del crimen organizado, jóvenes de entre 18 y 25 años “armados” de radios y celulares en constante comunicación.
En el terreno donde vive Paloma Marlene se encuentran construidas cinco casas. En una, la roja de en medio, habita la “niña Jobs”, su mamá y su hermana Guillermina, la única soltera además de Paloma, quien trabaja en una carnicería. En las otras cuatro viven algunos de sus otros hermanos con sus familias.
La vivienda de Paloma es de alrededor de 40 metros cuadrados. En la cocina sólo hay un pequeño y maltrecho refrigerador, así como una vieja estufa. En el resto de la casa, un comedor para seis personas donde Paloma desayuna, por lo general, Zucaritas junto con sus hermanas. Un sillón, un buró que hace las veces de mueble de TV y una mesa pegada a la pared complementan el mobiliario. El único baño con el que cuenta la vivienda está a un costado.
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