Durante la segunda mitad de la década de los ochentas, leer las páginas de los principales diarios de esta frontera era como escuchar las estrofas de los corridos compuestos en honor de los llamados “pistoleros famosos”.
Una serie de masacres, sucedidas apenas con unos años de diferencia, marcaron a punta de balas y sangre a esta población fronteriza, dotándola de una leyenda negra que aún persiste.
Los crímenes de los narcosatánicos, la masacre de la clínica Raya y el sangriento motín en el viejo penal de Matamoros, fueron algunos de los eventos que colocaron a esta ciudad en el centro de la opinión pública nacional.
Y aunque pareciera que nadie quiere recordar estos hechos, es evidente que nadie en esta ciudad puede olvidarlos.
Recorrer los escenarios de cada una de estas masacres -donde perdieron la vida 37 personas- se convierte en una impresionante experiencia pues aunque las huellas de las balas han desaparecido, aún se siente un extraño ambiente.
Quizás por ello, como reconocen cronistas locales, cada uno de estos lugares son la principal atracción de un macabro estilo de turismo que visita esta frontera sólo para conocer donde se empezó a escribir la leyenda negra de Matamoros.
LA “MALA VIBRA” DEL SANTA ELENA
Hace 18 años, los crímenes de una secta de narcotraficantes seguidores del “Palo Mayombe” –una religión afroantillana- marcaron a Matamoros, otorgándole un estigma del que todavía no puede despojarse.
El culpable de esta mala fama se llamó Adolfo de Jesús Constanzo, mejor conocido como “el Padrino”, el líder de un grupo de narcotraficantes quien ordenó a sus seguidores asesinar y mutilar a 14 personas cuyos cuerpos fueron enterrado en el tristemente célebre Rancho Santa Elena.
La leyenda negra de este predio ubicado sobre la autopista Reynosa-Matamoros –actualmente abandonado y en venta-, inició el 11 de abril de 1989 cuando agentes de la hoy extinta Policía Judicial Federal y el departamento del Sheriff del Condado de Cameron, allanaron el rancho y encontraron 14 fosas clandestinas.
La leyenda de los “narcosatánicos” inició a mediados de la década de los 80, cuando los grandes cárteles de la droga eran pequeñas bandas con poderío local y la marihuana, en vez de la cocaína, era la mercancía preferida.
En ese entonces Adolfo de Jesús Constanzo, inició un lucrativo negocio vendiendo “protección” sobrenatural a diversos personajes de las altas esferas sociales de la época. Se cuenta que sus “trabajos” de magia negra se cotizaban entre 8 mil y 40 mil dólares.
Con el tiempo el joven brujo se inició en el tráfico de drogas. Para entonces “el Padrino”, como era llamado, ya contaba con varios adeptos.
Entre sus discípulos sobresalía Sara Villarreal Aldrete, una joven divorciada, estudiante de Educación Física y pariente del ex gobernador de Tamaulipas, Américo Villarreal Guerra, quien es elevada al estatus de sacerdotisa y amante de Constanzo. De acuerdo a los biógrafos del grupo, Sara se dedicaba al reclutamiento de nuevos integrantes de la secta, además de que tenía un papel protagónico en los rituales del grupo.
Con el tiempo Constanzo logró que sus seguidores creyeran que poseía poderes sobrenaturales al grado que llegaron a pensar que eran invulnerables a las balas e invisibles a los ojos de la policía.
Gracias esta fe ciega, la realidad era que los “narcosatánicos” se consolidaron como un importante cartel de la droga en Matamoros. De acuerdo al departamento del Sheriff del Condado de Cameron, la banda llegó a introducir a Estados Unidos hasta 3 mil libras (2 mil 720 kilos) de marihuana al mes.
Cuando alguien se interponía en los planes del grupo, “el Padrino” ordenaba su asesinato que generalmente se cometía en el rancho Santa Elena, una regular extensión de tierra ubicada a 26 kilómetros de Matamoros y a un lado de lo que ahora es la autopista Reynosa-Matamoros.
Este predio, que ahora luce totalmente abandonado e invadido por maleza y nopaleras, era utilizado como bodega, panteón clandestino y templo para las ceremonias de la banda.
De hecho al visitar el predio, todavía pueden verse las 14 fosas donde estaban enterradas las víctimas del grupo encabezado por Constanzo, incluyendo a Mark Kilroy, un estudiante estadounidense quien en 1989 y durante la celebración del Spring Break (como se le llama al periódico vacacional de Semana Santa de Estados Unidos), fue secuestrado y asesinado por el grupo
Según los testimonios, “el Padrino” necesitaba a un joven de tez blanca, preferentemente de origen estadounidense, para uno de sus ritos de protección a sus actividades ilegales.
Según los reportes de la época, Constanzo quien asesinó a Kilroy con un machete, para posteriormente amputarle las piernas, sustraerle el cerebro y parte de la columna vertebral, con la que se elaboró un collar.
La desaparición de Kilroy, sobrino de tío un jefe de Aduanas en la ciudad de Los Angeles, generó que las autoridades estadounidenses pusieran atención a lo que estaba sucediendo al sur de sus fronteras.
Esto es porque el 9 de abril de 1989 David Serna Valdez, uno de los integrantes de la banda, fue detenido en un retén de la PJF ubicado en el kilómetro 22 de la carretera Reynosa-Matamoros, apenas a 4 kilómetros de distancia del rancho Santa Elena.
Tras ser interrogado, Serna Valdez llevó a la policía al rancho Santa Elena, donde se encontraron 110 kilos de marihuana y 14 cadáveres correspondientes a las víctimas de los “narcosatánicos”.
Al enterarse de la detención de sus compañeros, José de Jesús Constanzo logró darse a la fuga acompañado por sus cómplices Sara Villarreal Aldrete, Martín Quintana, Alvaro de León Valdez y Omar Orea Ochoa.
Andrés Cuéllar, cronista de la ciudad, recordó que en estos años Matamoros era una población en crecimiento que no estaba preparada para los acontecimientos que estaba presenciando.
“En ese entonces había mucho miedo pues se inició una especie de cacería de brujas por toda la ciudad, donde se encontraban por todos lados símbolos satánicos y de Palo Mayombe, la realidad es que la gente verdaderamente se asustó”, dijo el cronista.
Finalmente el 6 de mayo de 1989, la policía logró dar con Constanzo y sus cómplices en un departamento de la Ciudad de México. Tras un enfrentamiento a balazos, el llamado “Padrino” fue encontrado muerto. La versión oficiales es que se suicidó.
El cronista de Matamoros, aseguró que los “narcosatánicos” dejaron una marca que será muy difícil de olvidar.
“Hubo libros, reportajes y artículos en revistas importantes -incluso años después de los hechos- que nos impiden olvidar lo que sucedió. Podemos decir que ya es una leyenda, que es parte de la imaginación popular pues es increíble como en todo este caso influye mucho toda la tradición mágica que se generó alrededor de este caso”, dijo.
Cuéllar indicó que el momento en que se encontraba Matamoros también ayudó a que la leyenda creciera, pues en ese entonces el narcotráfico era una actividad muy diferente a la que existe ahora.
“La ciudad estaba en un proceso de crecimiento y al crecer fue registrando cambios en su cultura, por eso podemos decir que estos hechos cambiaron el rostro de la ciudad; sin embargo, no podemos decir cuánto la cambiaron, eso es algo muy difícil de medir pero lo que es claro es que estos lamentables eventos fueron una característica de ese crecimiento que registró Matamoros”.
El cronista reconoció que aunque han pasado 18 años de los crímenes, la memoria popular ya los ha convertido en una leyenda donde, en muchas ocasiones, se exagera en los hechos.
“Esto ya se volvió un mito y como sucede con los mitos es muy difícil de saber qué es lo que sucedió en realidad. De hecho, los historiadores hemos pasado como 30 años intentando convencer a la población de que Matamoros no es tres veces heroica y nadie nos cree. Si no podemos convencer a la población de algo como eso, mucho menos de un mito como el de los narcosatánicos”, sentenció.
LA MASACRE DE LA CLINICA RAYA
En 1984 el narcotráfico en Matamoros no contaba con el poder que hoy tiene y que ha hecho que el gobierno federal lo considere “un peligro para la seguridad nacional”.
En esos años, la delincuencia organizada era encabezada por un grupo que por medio de la violencia estaba logrando quedarse con el control de esta actividad y que enfrentaba la competencia de Casimiro Espinosa Campos, mejor conocido como “el Cacho”.
Buscando eliminar la competencia, el 16 de mayo de 1984 se ordenó un el asesinato de “el Cacho” pero se falló. De inmediato, los secuaces de Espinosa Campos lo internaron en la Clínica Raya, un centro médico ubicado en la calle Ocampo entre las calles 2 y 3, precisamente frente al domicilio del lesionado.
Como sabían que la situación era delicada, las autoridades municipales de Matamoros determinaron enviar una patrulla con un par de policías a vigilar el exterior de la clínica. Mientras tanto, al otro lado de la calle, sicarios de Espinosa Campos también montaban guardia.
Y aunque la tensión era grande, lo que pasó a las 6 y media de la mañana del 17 de mayo fue algo que nunca nadie pudo haber previsto.
A esa hora, una vieja camioneta Ford pick up cuyas redilas estaban cubiertas con planchas de acero para repelar las balas y un auto Grand Marquis color gris se estacionaron frente al centro médico.
De estas unidades descendió un comando conformado por cuatro o cinco sicarios –las cifras son confusas- que vestían ropa tipo miliar y cubrían sus rostros con pasamontañas.
Sin dar tiempo a nada, el grupo comenzó a disparar contra todo lo que se encontraran frente a ellos. El primero en caer muerto fue el policía preventivo Nestor Torres, quien se encontraba parado junto a la patrulla estacionada en la puerta de la clínica.
El grupo de sicarios -quienes portaban pistolas, metralletas y hasta cartuchos de dinamita que afortunadamente no alcanzaron a utilizar-, entraron a la clínica y sin dejar de disparar balearon cada uno de los cuartos de las personas internadas en el centro médico.
Uno de los primeros en caer herido fue el enfermero David Arévalo quien milagrosamente salvó la vida.
Quienes no corrieron con la misma suerte fueron Norberto Ruvalcaba Ruvalcaba y su hijo Víctor Ruvalcaba Ortiz, que en ese momento visitaban a Zoila Cortes, esposa de Norberto y madre de Víctor y quienes cayeron muertos en la refriega.
Otra de las víctimas del ataque fue Virginia Sifuentes, quien se encontraba internada dentro del hospital.
En la balacera también falleció Norma Emilia Espinosa, hermana de “El Cacho”.
Los reportes de la época señalaron que en esta labor de exterminio se dispararon más de 300 balas solamente en el interior de la clínica, sin embargo el principal objetivo de este ataque –Casimiro Espinosa- salió ileso pues logró cerrar la puerta de su habitación con llave y se escondió debajo de la cama.
Tras la masacre los sicarios fueron atacados a balazos por los pistoleros de “el Cacho” Espinosa quienes se encontraban al otro lado de la acera.
Después de un enfrentamiento donde no hubo muertos, el comando logró escapar sin que hasta la fecha se sepa, de manera oficial, quién lo conformaba o bajo órdenes de quien actuaron.
Tras la masacre y bajo un fuerte operativo de seguridad, Espinosa Campos fue trasladado ciudad de Monterrey para que se recuperara de sus heridas pero, irónicamente, falleció en el traslado producto de las heridas que sufrió en el primer atentado.
Al recordar este incidente, Andrés Cuellar, cronista de Matamoros, indicó que estos hechos marcaron la consolidación de un grupo como líder de la delincuencia organizada en esta frontera.
Señaló que con esta masacre, este comenzó a terminar con toda la competencia de la mejor manera que sabía hacerlo: a punta de balazos.
LOS MUERTOS DEL PENAL
El 17 de mayo de 1991, el antiguo penal de la ciudad de Matamoros fue el escenario de uno de los más violentos motines que se tengan historia, con un terrible saldo de 18 personas muertas.
El responsable de esta masacre fue -otra vez- la búsqueda del control del tráfico de drogas, que en esos años disputaban algunas bandas como la de Oliverio Chávez Araujo, quien aunque se encontraba preso en el penal matamorense, podía operar una organización que lograba ganancias de más de 100 millones de dólares al año.
De acuerdo a los reportes periodísticos, los problemas iniciaron cuando un hombre identificado como Germán Yepez intentó asesinar a balazos a Chávez Araujo.
Tras el ataque, el narcotraficante no murió, pero si sufrió heridas el rostro (una de las balas casi le destroza la quijada) por lo que sus pistoleros ultimaron a Yepez, cuyo cuerpo fue empalado en el patio de la cárcel. En ese momento inició un enfrentamiento entre el grupo fiel a Oliverio y bandas rivales que se encontraban dentro del penal.
Los reportes periodísticos dan a conocer que después de tres horas de enfrentamientos -donde se usaron armas blancas, bombas molotov y metralletas AK-47, mejor conocidas como “cuerno de chivo”- 18 personas estaban muertas y 5 heridas.
Tras la trifulca y aunque se encontraba seriamente herido, Chávez Araujo tomó el control del penal y junto a sus sicarios se acuarteló dentro del centro penitenciario.
De esta forma empezó un sitio de dos semanas en el que los medios de comunicación dieron cuenta de la corrupción que existía en la cárcel de Matamoros y que le permitía a Chávez Araujo y sus cómplices tener toda clase de lujos, desde teléfonos celulares, alcohol y drogas.
De hecho la cárcel se había vuelto el centro de operaciones de este grupo delictivo y su líder era tan poderoso, que existen reportes en la prensa de que logró introducir un equipo médico –dotado con Rayos X- para practicarle una operación quirúrgica.
El sitio de la cárcel de Matamoros, se convirtió en un frenesí mediático que era alimentado por el propio Chávez Araujo, quien aunque no podía hablar, pasaba a los medios de comunicación mensajes escritos.
En estas pequeñas cartas, denunció la complicidad entre sus bandas rivales y los agentes de la desaparecida Policía Judicial Federal, quienes fueron bautizados por el narcotraficante como “la banda de la charola”.
“Fui víctima de un intento de asesinato por parte de uno de mis enemigos como lo había predicho públicamente. Voy a probar lo que digo con casets grabados en contra de los agentes de la PJF”, escribió el traficante en una nota enviada al periódico norteamericano The New York Times.
Incluso, Chávez Araujo aseguró que sus enemigos ofrecieron a su atacante 500 dólares por su asesinato.
Tras dos semanas sitio, Oliverio decidió entregarse a las autoridades de la Procuraduría General de la República, quienes lo trasladaron a la Ciudad de México para que recibiera atención médica y luego lo internaron en el penal de máxima seguridad de Almoloya de Juárez, de donde fue trasladado a la cárcel de Puente Grande, en Jalisco.
Terminada la crisis las autoridades de la PGR ejercieron acción penal contra varios mandos de la PJF e incluso esta corporación desapareció años después.
Mientras tanto el viejo penal de Matamoros fue demolido y en el predio que ocupaba se construyó el Palacio de Justicia del Poder Judicial de Tamaulipas.
A la fecha y fuera de los recuerdos, las blancas pareces del Palacio de Justicia de Matamoros no ofrecen ningún rastro de una de las peores masacres dentro de un penal que se recuerden en la historia del país.
Sin embargo esta balacera, así como el resto de los hechos violentos sucedidos en Matamoros, marcaron para siempre la vida de esta comunidad, que hoy todavía no puede sacudirse el estigma de ser un pueblo de pistoleros.
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