Nueva York, E.U. / Junio 3.-
El fabricante de automóviles General Motors debió acogerse el pasado lunes a las leyes de bancarrota porque durante años sus administradores ignoraron las tendencias del mercado automotriz.
Tras su creación en 1908, General Motors superó en ventas a su rival Ford hasta 1932 y durante más de medio siglo se mantuvo no sólo como la empresa más grande del mundo, sino como uno icono de las corporaciones estadunidenses.
Sin embargo, las primeras señales que evidenciaron que su estrategia podría no ser la adecuada provinieron de Japón, cuyas automotrices comenzaron a fabricar durante la década de 1980 autos compactos de alta calidad y más ahorradores de gasolina que los norteamericanos.
Pero en lugar de adaptar su producción a los crecientes precios del combustible, General Motors decidió presionar al gobierno de Estados Unidos para que impidiera la entrada de automotrices extranjeras a su territorio.
Una vez abierto, los fabricantes japoneses de vehículos invadieron el mercado de Estados Unidos con varias lecciones para las automotrices locales.
Mientras los japoneses operaban bajo una administración industrial que adelgazaba inventarios y flexibilizaba producción, General Motors mantuvo su rigidez operativa, debido en buena medida al recio sindicato de la industria automotriz (UAW, por sus siglas en inglés).
Además, General Motors cobijó durante años demasiadas marcas que se parecían mucho –Buick, Pontiac, Oldsmobile, Saturn, entre otras–, e impulsó en años recientes vehículos conocidos como SUV pese a su gasto ingente de combustible.
Finalmente, fue incapaz de prepararse para una eventual recesión que, con la creciente pérdida de mercado que sufría a manos de empresas japonesas, probablemente acabaría con ella, como en efecto sucedió.
En 2006, el recién nombrado director de Ford, Alan Mulally, decidió hipotecar todos los activos de la compañía en caso de que la economía experimentara una recesión.
General Motors, en cambio, no se ocupó por recapitalizarse y hoy, a diferencia de Ford, debe reestructurarse en una Corte, la consecuencia final para una empresa que durante años ignoró la realidad y se negó a adaptarse.
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