La propensión a escribir es mayor y se hace una obsesión cuando tienes que entregar los escritos dos veces por semana y esa actividad se hace una obligación en la mente de quien tiene la vocación de plasmar en letras lo que se aloja en su existencia por diversas razones; hasta el azar juega su papel, como todo en la vida, en esto de escribir.
En algún momento de mi existencia mis padres me barajearon con sus lecturas mi destino y pude ver en esa baraja existencial figuras como Miguel Ángel Granados Chapa, Margarita Michelena, Manú Dornbierer, Roberto Blanco Moheno, German Dehesa, entre muchos otros que describían en forma magistral cómo los políticos de sus respectivas épocas vivían afrontando los riesgos más tremendos del poder como máximas autoridades del poder ejecutivo.
Todos ellos ironizaban con frases como: Desconozco que se sienta ser jefe de Estado y no hacer nada, aunque eso sea lo usual. El no hacer nada es el trabajo más extenuante de todos. Todos ellos hablaban sin pudor de sus vidas personales y hasta de sus mascotas como para dejar en claro que la inspiración para escribir puede venir de cualquier lado.
Por ejemplo, puedo mencionar que mi hija me dice que en el radio soy un lenguaraz, que se me da eso de hablar con descaro y desvergüenza. Muy agradecido con quienes amablemente y no tan amablemente me corrigen los gazapos, porque después de tanto tiempo escribiendo en castellano, cometo horrores gramaticales y de otras clases. Recuerdo como mi hermana me decía en Monterrey: “No puedo creer, tanto que lees y aun con errores ortográficos”. Esas sentencias me fustigaban la mente, pero heme aquí, en mi mejor esfuerzo deleitándome con la estructura de las letras que se hacen palabras y las palabras que se hacen oraciones que pretenden decir cosas.
Recuerdo que hace muchos años cuando íbamos avanzando en la fila del puente hacia EEUU, mi madre nos decía: “Aprendan a observar a las personas y saquen conclusiones nomás de ver”. En ese sentido mi vida ha sido una serie de navegaciones, he ido de un lado a otro en esta existencia. He sido un constante viajero de la inseguridad a la certeza y viceversa, sin saber que tenía raíces profundas en una buena familia llena de errores fascinantes.
Creo que fue mi madre quien me sembró la necesidad de observar para escribir y de leer para escribir mejor, y mis ojos y mis oídos están siempre alerta para detectar historias. En la fila del súper para pagar el mandado mis oídos son unos metiches indiscretos al escuchar conversaciones de manera involuntaria, pero como siempre estoy pensando en qué voy a escribir en mi columna para ti, sesudo lector, puse atención en la siguiente plática. Prometo que la escuche más por la indiscreción de los involucrados que por el morboso que me habita.
El varón dialogaba con una mujer, que por la fisionomía parecía un diálogo entre padre de la tercera edad y su hija madura:
-La tristeza, mi enemiga, va ganando terreno, hija. A este paso, en los años que me quedan voy a terminar convertido en un ermitaño.
—Eso sería como morirse en vida, papá. Hazle como yo. No esperes a esa enemiga para defenderte, sal con ella a su encuentro.
El padre, a quien iban dirigidas las palabras, y yo, que andaba de metiche poniendo mi mandado en la transportadora y mis oídos en la conversación ajena, con más intención de escuchar que de poner mi mercancía, nos quedamos meditando profundamente, como iluminados y encandilados por las palabras que fluían de esta mujer.
En ese momento me acordé de cuando Ciro Gómez Leyva le dice al Padre del análisis superior en su espacio editorial: “Remátala David”, para que con una frase lapidaria concluya su comentario; pues yo con la mirada le decía a la mujer: No tienes solo la atención de tu padre: Remátala ignota mujer. Y ella después de pagar con su tarjeta y poner la clave, volteó hacia su padre y me pareció que también hacia mí y dijo con un tono triunfal: “Me ha costado años aprender esto en terapia”.
Querido y dilecto lector, yo llegué a mi casa sumergido en mis meditaciones por esta plática escuchada. Mis dos perras, Penny y Tequila, corrieron a saludarme en un estado de excitación desproporcionado; y pensé que es injusto para ellas que yo no las quiero tanto como ellas a mí, pero en el orden del universo así tocó, yo las cuido y me agrada su compañía, pero no proyecto tanto entusiasmo desbordado cuando las veo. Mis hijos sí, pues parece que los mileniales y pos mileniales vienen con un chip especial para amar a las mascotas.
Esa mujer en el súper me dejó pensando y fue instigación para escribir. Lo dicho, la inspiración viene de donde sea.
El tiempo hablará.