Vallegrande, Bolivia.-
Cuando el Che tenía que escoger entre cargar una caja de balas o de medicinas, no lo dudaba, dejaba las medicinas y seguía por la sierra con las balas. Su vocación de guerrillero era casi suicida, superaba la de sus estudios de medicina o su perfil político. Esa tenacidad lo hizo dejar el escritorio del Ministerio de Industria en Cuba para viajar a Bolivia y abrir un nuevo frente revolucionario, a pesar de haber fracasado ya en el Congo.
Quizá el recuerdo de su triunfo en Cuba era lo que alimentaba su confianza en esa aventura boliviana que terminó en la Quebrada del Churo, donde fue capturado el 8 de octubre de 1967; al día siguiente fue ejecutado en el poblado de La Higuera.
A 50 años de aquellos hechos, el recuerdo de Ernesto Guevara permanece en la sierra y en sus habitantes y es posible documentar de primera mano los últimos momentos del Che en estas tierras.
Nuestra llegada a Bolivia se da en la ciudad de Santa Cruz, la capital de estado del mismo nombre. Casi seis horas en auto separan a Santa Cruz del municipio de Vallegrande. Son menos de 400 kilómetros pero la carretera es de sólo dos carriles y está en muy mal estado.
En Vallegrande hace frío, el viento cala los huesos. Está a unos 2 mil 30 metros sobre el nivel del mar. Aquí lo primero es ir al Hospital del Señor de Malta para visitar la lavandería, el lugar donde fue colocado el cadáver del Che el 10 de octubre de1967. El sitio es escalofriante.
En esta localidad vive Susana Osinaga Robles, la enfermera del hospital a la que le ordenaron lavar el cuerpo. Ahora tiene más de 75 años y atiende una tiendita de abarrotes en el centro de la ciudad. Dice no haber sentido nada en especial cuando cumplió con su tarea, no tenía idea de quién era el hombre, pero recuerda su mirada y la herida del corazón. Hoy que ya sabe quién era él se sorprende de lo “importante” que era.
En Vallegrande la población dice sentir respeto por este personaje pero también hay un aire incómodo por la manera como se dieron los hechos. Los taxis tienen calcomanías del Che, hay tienditas de ropa que venden playeras con su imagen, al igual que tazas y gorras. En estos días el lugar está lleno de argentinos, cubanos, franceses e italianos que no alcanzan habitación en los hoteles. Son dos o tres mil visitantes en la semana previa al 9 de octubre. Hasta aquí llegarán el presidente de Bolivia, Evo Morales, y los cuatro hijos del Che, entre otros personajes, para rendir homenaje a su memoria.
La Higuera
Para llegar a La Higuera hay que recorrer 70 kilómetros de terracería que suben hasta los 2 mil 900 metros y luego bajan a unos mil 600 metros. A esa altura está el poblado donde el comandante Guevara pasó sus últimas horas. Montañas con vegetación mínima es el paisaje de los alrededores.
¿Se equivocó el Che al venir aquí? A la distancia, la respuesta puede parecer obvia; nunca reclutó a un solo campesino boliviano, jamás consolidó un apoyo urbano y menos el político, lo dejaron solo, se quedó sin medicina para el asma, pero no se rindió. Su diario relata con dignidad la crónica de su debacle. La última página la firma el 7 de octubre. No contó con el silencio y la complicidad de los campesinos en Bolivia. La mayoría ni lo conocía y desconfiaban de él y su grupo. Hoy en La Higuera hay 20 familias, no más de 50 habitantes con una docena de niños y tres perros, una tiendita y un hostal administrado por franceses.
Tres bustos del Che dan la bienvenida. Hay una pequeña réplica de la escuelita donde lo asesinaron, ambientada con unos bancos y cientos de mensajes de todo el mundo para el guerrillero. Este pueblito vive de la historia de Guevara y se puede recorrer en 30 minutos, no hay nada más. Hace apenas uno días terminaron de ponerles electricidad y de aplanar la terracería para recibir a los cientos de visitantes que llegarán a recordar al hombre que les ha dado fama.
Irma Rosado tenía 21 cuando vio al Che, el día que lo subieron al pueblo y lo encerraron en la “escuelita”. Le llevó de comer una sopa con agua que tenían. No sabía quién era ese hombre y lo recuerda con miedo: “Nunca habíamos visto un hombre así de barbudo por aquí”. Dice haber escuchado unos disparos y que vio cuando lo subieron, muerto, a un helicóptero.
La mayoría de la gente en esta ciudad muestra respeto por la historia del Che, aceptan que quizá era un “buen hombre” que “luchaba por los pobres” y que aquí terminó su vida, así en abstracto, sin culpas.
Quien lo mató fue el oficial Mario Terán Salazar, miembro del ejército boliviano a quien —según los relatos— le temblaban las manos segundos antes de dispararle con una M-2 en las piernas, para después rematarlo con un tiro en el corazón. Así murió el guerrillero y nació el mito.
El asesinato
En octubre de 1967, tras casi 11 meses de operaciones clandestinas en la sierra, el grupo que comandaba Ernesto Guevara (el Ejército de Liberación Nacional, también conocido como la guerrilla de Guerrilla de Ñancahuazú), fue capturado en la Quebrada del Churo. Lo subieron caminando durante tres horas, herido, hasta La Higuera. Al día siguiente fue ejecutado.
Entre sus objetos personales, los militares encontraron su diario con los detalles, día a día, de su operación. Aunque el original es conservado en Bolivia, para marzo de 1968 Fidel Castro ya contaba con una copia microfilmada que más tarde se publicó como libro: El diario del Che en Bolivia. En 1983 ese texto estuvo a punto de ser subastado en Londres, pero el gobierno lo recuperó y hoy lo resguarda en una bóveda del Banco Central de Bolivia.
El 21 de noviembre de 1995 un general boliviano le confió al periodista estadounidense John Lee Anderson que el Che y algunos de sus compañeros fueron enterrados en una fosa común a un costado de la pista de aterrizaje de Vallegrande. Ahora ese lugar es un jardín y un espacio cultural que incluye un memorial y un museo sobre la operación en Bolivia del Che.
En 1997 se encontró la fosa con varios cadáveres y el 11 de julio del mismo año se anunció la identificación positiva de los restos de Ernesto Guevara, que fueron llevados a Cuba a petición de su familia. Ahora descansan en Santa Clara.
En Bolivia hay quienes le rezan a Ernestito. Los sitios en los que estuvo han adquirido un aire “sagrado”. El Che está de regreso, su diario lo conocen todos, su figura y sus hazañas están en un memorial, sobran los libros, biografías y películas sobre él.
El ejército boliviano abandonó su cuartel en Vallegrande hace ya más de 20 años. El lugar es actualmente el nuevo centro cultural Che Guevara. Su leyenda crece y la gente de a pie ya sabe quién era el barbudo que rondaba sus montañas, un hombre que murió en el intento de lograr un mundo más igualitario y teóricamente mejor. El cemento frío y gris de la lavandería del señor de Malta aún estremece.