México, D.F.-
Aunque los escenarios catastróficos de cintas como “Armageddon” e “Impacto Profundo” son sólo ciencia-ficción, en la realidad la Tierra no está exenta del riesgo de colisión de un objeto celeste de grandes dimensiones. Por fortuna, la frecuencia de estos casos- que se mide en tiempos geológicos- es muy baja para la escala humana.
El más conocido es el que ocurrió hace unos 65 millones de años, cuando cayó en el actual territorio de Chicxulub (Yucatán) un meteoroide que probablemente provocó la quinta extinción masiva de organismos en el planeta, incluidas todas las especies de dinosaurios.
En cambio, las colisiones de objetos pequeños -como el meteoroide que se fragmentó al entrar a atmósfera en las inmediaciones de la ciudad rusa de Cheliábinsk el pasado 15 de febrero- son mucho más comunes, aunque la mayoría de ellas ocurre en zonas despobladas.
“A la Tierra cae aproximadamente cada tres días un objeto mayor de un metro de diámetro, mientras los de más de 10 metros se esperan cada dos años”, afirma la investigadora Guadalupe Cordero Tercero, del Instituto de Geofísica de la UNAM.
La especialista del Departamento de Ciencias Espaciales consigna los cálculos estadísticos publicados en Planetary and Space Science en 1999 por los científicos universitarios Arcadio Poveda, Miguel Ángel Herrera, Karla Curioca y José Luis García en su artículo The diameter distribution of Earth-crossing asteroids.
Basada en esas estimaciones, Cordero explica que un objeto con dimensiones de unos 10 kilómetros -como el meteorito de Chicxulub, que liberó energía mil veces mayor a la de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki- podría caer a la Tierra cada 197 mil años.
La NASA ha catalogado a 1379 asteroides potencialmente peligrosos por su cercanía.
Objetos cercanos
Dicha clasificación se inscribe dentro del programa Near Earth Objetcs (Objetos Cercanos a la Tierra), lanzado por la NASA en 1995 con la meta de monitorear y clasificar hacia 2020 el 90% de los cerca de 1,100 objetos cósmicos con un diámetro mayor a un kilómetro que se aproximan a la órbita terrestre (son los más peligrosos).
Tras la sorpresa por el evento de Cheliábinsk, Lindsey Johnson, director de dicho programa, descartó que en los próximos cientos de años alguno de ellos pudiera significar una amenaza para nuestro planeta. La NASA calcula que las probabilidades de colisión de uno de estos objetos de al menos un killómetro es de una cada cien millones de años.
Pero hablamos de riesgos estadísticos: ¿qué sucedería si no se cumplen las estimaciones promedio? La respuesta evoca nuevamente a la ciencia ficción: además de rastrear cometas o asteroides para caracterizarlos, habría que actuar con anticipación para evitar algún inminente choque.
Ingenieros del Departamento de Conceptos Avanzados del Centro Espacial Marshall de la NASA en Alabama presentaron en 2007 un proyecto para diseñar y eventualmente enviar al espacio naves deflectoras equipadas con proyectiles nucleares para desintegrar objetos detectados en ruta de colisión con la Tierra.
La idea ha sido criticada por otros expertos espaciales no sólo porque aún no hay ningún bosquejo, sino por los riesgos implícitos en el manejo de energía nuclear y la probabilidad de que al ser desintegrado, el objeto se fragmente y produzca daños equiparables a los que se busca evitar.
Una alternativa parece ser la de sólo “empujar” al asteroide para sacarlo de la zona de peligro: “desintegrar un objeto sería complicadísimo, lo mejor sería desviarlo de su trayectoria”, comenta el doctor Jaime Urrutia Fucugauchi, también del IGf de la UNAM, quien ha estudiado los restos del cráter de Chicxulub.
Quijote en el cielo
El doctor Urrutia recuerda que ya se han propuesto otros proyectos similares, entre los que destaca la misión Quijote de la empresa española Deimos, que ahora evalúa la Agencia Espacial Europea, que la dio a conocer en 2003. La idea es lanzar dos naves hacia un asteroide que se aproxime: una, llamada Sancho, lo caracterizaría y la otra (Quijote) lo movería de su órbita.
Otros proyectos contemplan opciones como canalizar el viento solar (partículas cargadas provenientes del Sol), lanzar haces de energía o tractores gravitacionales (pequeñas naves no tripuladas que influirían en la gravedad) para desviar a un cuerpo potencialmente peligroso.
El especialista del IGf considera que estas propuestas son factibles y que existe la tecnología para llevarlas a la práctica, aunque tendrían ciertas desventajas, además de su alto costo: “el problema sería detectar al objeto con suficiente antelación y poner en claro cómo está orbitando, en velocidad y trayectoria, de manera que pueda estimarse hacia dónde moverlo”.
Aun así, Jaime Urrutia apunta que vale la pena impulsar esos esfuerzos, no sólo porque eventualmente podrían salvarle la vida al planeta, sino porque aportarían valiosos datos que apoyarían la investigación científica sobre el origen del Sistema solar y la composición de los asteroides.
El científico universitario sugiere también ampliar los sistemas de monitoreo de objetos, ya que aún los pequeños, como el que cayó en Rusia el 15 de febrero, podrían detectarse con los equipos que se usan para ver otros de mayor tamaño: “El problema para detectar estos pequeños objetos es que hay que monitorear una gran parte del cielo, y no hay suficiente personal ni telescopios para ello”.
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