México, D.F.-
Las mujeres tenemos náuseas, nos sentimos gordas, feas, inseguras de todos los cambios que sufre nuestro cuerpo. No queremos que “él” nos vea desnudas y tal vez, por seguir alimentando los sueños románticos de las novelas rosas, queremos que, si acaso, nos mire como diosas inalcanzables cubiertas de virtud, pues traemos en el vientre a su mayor tesoro. Somos dadoras de vida y nos halaga que nuestras parejas nos coloquen en un altar cuando nuestro vientre se vuelve cuna… ¿O no?
¿No será que más bien nos ponemos más cachondas que nunca? Los pechos se hinchan, las hormonas revolucionan nuestras reacciones, nuestra vagina necesita ejercitarse y prepararse para lo que viene. Entonces, ¿a las mujeres nos gusta o no el sexo en el embarazo?
Mitos hay muchos. Desde que no se siente lo mismo hasta que se puede lastimar al bebé, incluso “picarle los ojos” y traumatizarlo. La verdad, no he preguntado a mis hijos si conocieron primero “el tercer ojo” de su padre y lo confundieron con un cíclope o no.
Lo único que hoy puedo decir es que yo estoy absolutamente a favor de practicar sexo durante el embarazo, hasta el último día, es más… ¡un rapidín antes de ir al hospital!
Un beneficio
Existe evidencia científica de que el sexo provoca la producción de oxitocina, conocida también como la hormona del amor. Cuando uno está enamorado, además se producen endorfinas, las responsables de nuestra felicidad. Así que felicidad y amor, aunado a ejercicio físico y posterior relajación ¿no se supone que son benéficos para mamá y bebé?
Y al padre no lo dejemos de lado, el no sentirse desplazado por alguien a quien aún no conoce también ayudará a que se involucre con el proceso del embarazo, a que él también se asuma como dador de vida.
Mi marido no podía cargarlo hasta después de diez días de nacido; creía que le haría daño. Pero eso sí, durante el embarazo no tuvo miedo de “dañarlo”, no hubo momento en el que dejáramos de desearnos y de tener sexo, todo el tiempo, en cualquier momento.
Puedo decir, orgullosamente, tras 17 años de aquel embarazo, que no tengo una sola estría en el vientre. Y es que, religiosamente, mi marido me ponía todas las cremas para conservar la textura y elasticidad de mi piel, mínimo tres veces al día. Y el ritual resultaba tan excitante que siempre terminábamos haciendo el amor.
¡Tres veces al día durante al menos siete meses! Claro, los dos primeros también nos la pasábamos teniendo sexo, pero no sabíamos que era por el embarazo.
Conforme mi vientre iba creciendo, ver que el deseo de mi pareja también subía, me hacía sentir amada, deseada y aceptada.
Pero es cierto, no todos los embarazos son iguales, y cada cabeza es un mundo. Hay quienes sufren los efectos hormonales a la inversa y entonces pierden todo deseo sexual. He leído en foros de internet a alguno que otro hombre diciendo que no se les antoja tener sexo con una mujer embarazada, pero esos son comentarios hechos por jóvenes.
Los hombres maduros con los que he platicado del tema reconocen que no sólo disfrutaron mucho el sexo con sus parejas durante el embarazo, sino que incluso desde antes fantasearon con hacerlo con una mujer en esa etapa.
Y si uno piensa un poco en biología básica, no suena descabellado. Finalmente, el objetivo de la cópula es la reproducción, así que una mujer cuyo cuerpo le grita al mundo ser apto para la fertilidad, con caderas ensanchadas y pechos crecientes, con piel tersa y con ese brillo especial en los ojos, por supuesto que puede desatar las más candentes fantasías, y no sólo en su pareja.
Y una cosa más, yo pienso que tener sexo durante el embarazo no sólo es delicioso, es incluso una oportunidad de reafirmarnos como mujeres, como seres sensuales y sexuales. No somos vírgenes inmaculadas por obra y gracia de ningún espíritu santo. Convertirnos en madres no nos vuelve santas ni mata nuestros deseos. Así que, señoras mías, si su médico no dice lo contrario, ¡no teman en ponerle Jorge al niño durante los nueve meses enteros!, ya luego pensarán en el nombre real de la criatura.
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