México, D.F. / Marzo 14.-
Alguna vez el pianista cubano Chucho Valdés declaró que a veces cuando se sentaba frente al instrumento y comenzaba a tocar, una magia indescriptible iba apoderándose de sus manos y de todo su ser, hasta llegar al punto en que su alma era tomada por el diablo y se transportaba a otro universo donde sólo existía la música.
Con las reservas del género musical, valga decir que hay otra clase de pianistas, como Leslie Howard, considerado uno de los mejores del mundo, que en sus manos hay precisión, sabiduría y dominio absoluto de la música que interpreta. Así lo demostró la noche del sábado en el Palacio de Bellas Artes, durante el concierto que ofreció en el marco del 27 Festival de México (FMX).
Leslie Howard tenía dos años de edad cuando a través de un codazo le advirtió a la directora de la guardería, que su interpretación al piano era incorrecta.
A los nueve años tocó para la televisión de su país, a los trece también aprendió a tocar el oboe y a los 19 años debutó ante un público.
Podría decirse que Howard nació con el oído exquisito y desde su infancia la música forma parte de su ser. Sus biógrafos aseguran que es un músico enciclopédico y es el artista que más grabaciones a hecho (ciento treinta discos han salido hasta ahora al mercado internacional), siendo Franz Liszt el compositor que ha privilegiado a lo largo de su trayectoria; gracias a él se ha grabado la obra integral del maestro húngaro.
Pero el repertorio de Howard es enorme y versátil, Bach, Beethoven, Chopin, Clementi, Franck, Schumann, Grieg, Granados, Sibelius, Glazunov, Rachmaninov, Stravinski, Tchaikovsky, Busoni, Honneger, obras desconocidas para piano de Bruckner, Rossini, Wagner, entre mucho otros, incluido él mismo. Además es conferencista, comentarista en radio, televisión y maestro.
La actriz húngara Zsa Zsa Gabor dijo alguna vez que a las personas a quienes nada se les puede reprochar, de todos modos tienen un defecto capital, no son interesantes. Howard, al menos en su faceta creativa, es la excepción. Durante su interpretación del Concierto para piano y orquesta en la mayor, de Liszt, el pianista fue sutil, refinado, elegante, moderado en el temperamento de la pieza del mejor pianista y compositor de su tiempo.
Su virtuosismo provocó los aplausos estruendosos del público que ante el fin de la ejecución, pidió saborear más del arte del australiano quien volvió al escenario para obsequiar un encore.
No sólo el pianista fue elogiado con el sonido del aplauso y los “¡bravo!”, también la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, a pesar de no contar con una dirección artística desde el 2008.
La presencia de Monsiváis
Tras la interpretación de la orquesta y de Howard, se dio paso a la entrega de la Medalla al Mérito, otorgada a Carlos Monsiváis, fallecido en junio pasado. La encargada de recibir la distinción dedicada a aquellas figuras cuya trayectoria han contribuido a la dignificación del Centro Histórico, fue Beatriz Sánchez Monsiváis. Un acto desangelado, carente de emotivas palabras.
La emoción volvió al recinto con la interpretación de la Sinfonía núm. 1 en re mayor, Titán, de Gustav Mahler. José Luis Castillo, el director huésped, movía la batuta y sus manos con energía, con la fuerza y la suavidad que la partitura exigía. Su dirección también arrancó vivas del respetable que no logró llenar el recinto de mármol.
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