Monterrey, N.L.- “Uno se adapta al peligro. Recuerdo que un día dije: hay un mortero acá, ráfagas aquí, paso donde hay un tira bombas y todo el mundo está corriendo como pollos en un corral, sólo que los persiguen; y yo ahí caminando pensé: y ¿para qué agacharme, si no sé de dónde viene la bomba? esto es una locura, nadie está tirando (hacia) a mí.
“Entonces, da igual si me agacho, me tiro al piso o sigo caminando: desde ese momento sentí una frialdad y no me pasó nada nunca”, compartió Jon Lee Anderson durante la presentación de su libro “Crónicas de un país que ya no existe. Libia, de Gadafi al Colapso”, en el Centro Cultural Universitario Colegio Civil, ayer por la noche acompañado de Eduardo Rabasa, editor de Sexto Piso.
El corresponsal de The New Yorker dedicó esta compilación de crónicas a nueve de sus compañeros que murieron en esta guerra, la cual, observó que estaba plagada por jóvenes que desde su iPhone enviaban fotos e información a sus blogs o páginas de Internet, un nuevo fenómeno al que denominó “La guerra del iPhone”.
“Cada guerra tiene su tecnología. Y había fotógrafos experimentados que resintieron mucho que un veinteañero pasara y con un iPhone sacara fotos de los mismos acontecimientos y una vez que tuviera Internet, iba a despachar esas imágenes a dónde fuera”.
El periodista, quien ha vivido diferentes conflictos bélicos tanto en América Latina como en el Medio Oriente, consideró que muchos de estos jóvenes han vendido su trabajo en 15 euros, tarifa que no corresponde a un profesional de la información.
“Las nuevas generaciones quieren ser periodistas y lo hacen aunque no les paguen nada. Había muchos diarios y canales en el occidente que estaban pagando 15 euros por nota ¡no es nada! cuando en tiempos tradicionales no podías mantenerte en la ética sin pagar por lo menos mil”, reveló el también autor de La caída de Bagdad y la Herencia colonial y otras maldiciones, entre otros títulos.
“Así como los jóvenes árabes habían sido incitados a la acción política por las desigualdades de sus sociedades expuestas por la televisión satelital, Internet y las redes sociales, de igual modo lo había sido una nueva generación de periodistas occidentales.
“Tan pronto como se aquietó la excitación de la plaza Tahrir en El Cairo, varias decenas de jóvenes estadounidenses y europeos viajaron a Bengasi, ansiosos por presenciar y reportear los acontecimientos. Unos pocos eran documentalistas y fotógrafos en ciernes, pero la mayoría de ellos no eran periodistas en absoluto; se hallaban en la región por pura coincidencia, o estudiando árabe, o viajando por el mundo tras terminar la universidad “, refiere Anderson en el prólogo de su libro.
Gadafi, un niño con poder
Por otro lado, Eduardo Rabasa mencionó que el periodista realizó una minuciosa semblanza sobre Gadafi, en la que muestra al líder político y al ser humano.
Adjetivos como “el máximo profeta beduino del Norte de África”, “libertador socialista” son algunos de los que Muamar el Gadafi se adjudicó en vida, pero ante los ojos de Lee Anderson, este hombre fue “un superviviente diabólicamente astuto, quien ha burlado a sus enemigos utilizando el engaño y la traición”.
Entre sus anécdotas, recordó el Palacio subterráneo de este dictador que permaneció 42 años en el poder y algunos rasgos particulares de su personalidad.
“Unos caminos llevaban a través de un montículo artificial, en cuyo suelo estaba hundida, como un ovni semienterrado, una casa con forma de disco: la residencia de Gadafi. Los libios vagaban alrededor con expresión estupefacta. Muchos de ellos, al parecer habían creído las repetidas afirmaciones de Gadafi de que recíbia un modesto salario y llevaba una austera vida de beduino.
“En cambio vieron un gimnasio privado, una piscina interior, un salón de peluquería, y exploraron una red a prueba de bombas, construido por una compañía alemana en los ochenta y los noventa. En el interior de un búnker cubierto de césped, a ciento cincuenta metros de la Casa de la Resistencia, descendí por una escalera adosada a la pared y 10 minutos más tarde me hallaba dentro de la casa de Gadafi”, así lo narra en la crónica del 31 de Octubre de 2011 a los 11 días de la muerte del líder de Libia.
Y sobre aspectos personales de Gadafi, Jon Lee destacó que fumaba hachís y tenía delirios de grandeza, pues se atrevió a plasmar en el “Libro Verde” una especie de mandamientos y su propia teoría de cómo gobernar al país, al país que ya no existe.
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