Los niños chinos se buscaron a Dios debajo de las camisetas. Inclinaban la cabeza y se asomaban sin lograr ver nada. Fue consecuencia de la exposición de Mateo, que les habló por primera vez de Dios y no de Buda. Llegó con una Biblia en la mano a su clase de siete de la mañana, y les dijo que Dios estaba en su corazón.
Como ésta, Mateo cuenta historias vividas en China. En ocho años de vida se ha enfrentado a diferentes culturas. Fue a la escuela en Noruega, de donde es originario su papá, y ahora cursa el cuarto grado de primaria en China.
Es el reportero más joven de estos Juegos Olímpicos. La camiseta con el logo de Televisa le queda de vestido, pues no hacen pequeñas. Su tarea, buscar a niños por todo Beijing, nada fácil, pues sólo 8% de la comunidad pequinesa son niños y de ese porcentaje 60% se fueron de Beijing durante el tiempo que duren los Juegos Olímpicos.
Dice que habla mandarín, un dialecto chino, noruego, inglés y mexicano, así le dice al español. Con ocho años de edad, no asume como difícil el chino, “es complicado para ustedes que están grandes, para mí, no”.
Todos sus libros escolares están en Pinyin. Habla más chino de lo que puede leer o escribir, al menos se sabe algunos ideogramas. Pero eso no es lo más difícil de ir a una escuela china, lo más complicado son los recreos.
“Los niños chinos no son tan libres como los mexicanos o los noruegos, porque aquí dejan mucha tarea y ellos nunca salen a jugar. Sólo estudian y los fines de semana la pasan con sus abuelos”, cuenta.
Cuando visita Tiananmen, los niños y grandes hacen fila para tomarse fotos con él, no porque lo confundan con alguna pequeña celebridad mexicana sino porque piensan que trae peluca. Con su peinado a la príncipe valiente con cabello rubio y lacio, es la sensación entre las chinitas.
De hecho, sus mejores amigos en China son tres niñas. Dice que los niños son raros, pues les gustan juegos muy diferentes a los suyos y que ha sido difícil entrevistarlos. “No son muy seguros, sienten que se van a ver mal en la tele, que se van a burlar de ellos”.
En Youtube y blogs mexicanos a Mateo le han llovido comentarios de todo tipo.
La gente se pregunta cómo un niñito habla chino, ya hubo hasta un apuntado que dice que es su maestro de mandarín en México y otro arriesgado que se atreve a decir que Mateo es hijo de un alto ejecutivo de Televisa. Nada es cierto, es hijo de un ingeniero que trabaja creando energía en China. Lo contrataron porque su mamá es amiga de un productor que llevó a Televisa el proyecto de niños en Beijing.
No pudieron acreditarlo como reportero, porque el Comité Olímpico Internacional nunca contempló niños como parte de los periodistas que cubren las olimpiadas.
Mateo también ha sido víctima del “Big brother” chino, pues la policía secreta de la ciudad cada vez que lo ve trabajando comienza a seguirlo. No se le despegan, pues les interesa saber qué le pregunta a los niños con un micrófono. Según su productor, Dan Carrillo, lo han fotografiado hasta el cansancio, y eso no es muy agradable para Mateo. Es su primer trabajo. Con lo que gane se comprará un X-box. No sabe si será reportero, pues dice que eso se lo dirá la vida, conforme avance.
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