El audio en el altavoz que repetía una y otra vez las indicaciones para después de ser vacunado se mezclaba con llantos, gritos y regaños, incluso alcancé a escuchar: “¡Auxilio!, ¡ayúdenme por favor!”.
Era una niña de unos 10 años, ella, como muchos, acudía finalmente a recibir su primera dosis antiCovid, después de que la pandemia llegara a México hace poco más de dos años.
Esta jornada fue diferente a las demás, porque las lágrimas fueron el sello distintivo del día; y aunque hubo algunos pequeños grandes valientes que no derramaron ninguna, otros parecían pelear por su vida, mientras brotaban a cántaros.
Yo con mi corazón de pollo que siempre he tenido, y siendo mamá de tres niños, me conmovieron, pero solo los más pequeños, los mayores no tanto.
Me refiero a los chiquitines de 5, 6 y 7 años, puede ser que alguno de 8; me enternecía verlos llorar desconsoladamente; uno de ellos le dijo a su mamá: “tengo mucho miedo”, y la abrazó.
Lo cierto es que esto en gran parte, en mi humilde opinión por supuesto, se debe a los padres; particularmente cada que mis hijos pasarán por alguna experiencia que puede resultar difícil para ellos, antes les platico sobre el qué, cómo, para qué y porqué; casi casi, como alumnos de Comunicación cuando hablamos sobre las 6 interrogantes del periodismo.
En una ocasión, cuando estábamos en el zoológico, uno de mis hijos estaba muy inquieto e iba pasando la Policía Estatal, entonces le dije que si no se portaba bien se lo iban a llevar; uno de ellos me escuchó y me dijo: “señora no le diga eso al niño, porque si nos tiene miedo y un día necesita ayuda no se acercará a pedírnosla”.
¿Cuántas veces hemos asustado o amenazado a nuestros hijos con llevarlo al doctor, con las inyecciones, y no se que más cosas?
Pensemos quizás que ese “oso” que nos han hecho pasar ha sido en gran parte responsabilidad de nosotros; comuniquémonos con nuestros hijos y evitemos que anden a ciegas.