Se escucha el himno de la Liga MX, los jugadores en filas paralelas desfilan hacia la cancha, mostrando un mensaje de unidad, con pasos lentos se dirigen hacia el campo verde para formarse en fila viendo hacia la tribuna, probablemente lleven una camiseta con un mensaje alusivo, tendrán semblante serio denotando concentración y consternación, una pancarta se mostrará especialmente para la foto, ambos equipos y cuerpo arbitral abrazados antes de despedazarse a patadas y mentadas.
La afición expectante, con la emoción de un partido que iniciará en instantes, con la camiseta de su amado equipo, con la expectativa de ver goles, de celebrar un triunfo, de cantar, saltar y festejar para sacar todo el estrés acumulado; todos viendo hacia el rectángulo verde, su felicidad del fin de semana depende de 22 jugadores que correrán para divertir, jugarán para animar, lucharán para sobrevivir en el Coliseo donde todo está justificado.
Los directivos en la tribuna, en las oficinas, en sus trincheras, expectantes de que idea se les ocurrirá para controlar los daños, salir bien librados y cuidar el negocio que da de comer a pocos, pero necesita de muchos para perpetuarse en la mente del colectivo y llenar algunos bolsillos.
Los medios listos para teclear cada instante como si nadie viera lo que están a punto de describir, pero a la vez solo repetirán lo que todo mundo está mirando igual que ellos. Los flashes se encienden, los teclados suenan, los micrófonos, cámaras y audífonos están listos, las ideas resuenan en las mentes de todo el que requiere expresarse para vivir.
Los árbitros vestidos para la ocasión, de pantaloncillo corto, camiseta ajustada, relojes, silbatos y tarjetas de colores para impartir justicia; llega el momento y decretan un minuto de silencio, 60 segundos para recordar, celebrar, lamentar, exigir, pedir un cambio, cambiar el pensamiento, soñar que algo estará mejor.
Suena el silbato, 60 segundos, el tiempo pasa lento pero rápido a la vez, silencio sepulcral, los aplausos comienzan a resonar, es momento de celebrar una vida, de recordar una pasión, de saber que alguien tuvo el impulso de recorrer kilómetros por un deporte llamado fútbol, de seguir a 11 jugadores que puede o no importarles lo que pase más allá de sus narices.
Sesenta segundos, lo necesario para dar carpetazo a una vida, de pasar la página, de olvidar lo que siempre tendríamos que recordar, de aprender lo que en toda una vida no se ha podido, a convivir en paz.
Un minuto, 60 segundos, es todo lo que una aficionada tendrá, después de haber osado viajar a otra ciudad, de haber comido un elote, de haber usado un pedazo de tela alusivo a un equipo deportivo.
No habrá justicia, no habrá cambios, no habrá memoria, para recordar que tenemos una naturaleza violenta, propensa a consumir sustancias que no sabemos controlar y nos llevan a sacar eso que llevamos dentro, que se supone deberíamos reprimir.
Ni el gobierno, ni la Liga, ni los equipos, ni los jugadores, ni los medios, ni la afición harán algo, se escribirán unas letras, se indignarán ante la cámara, platicaremos en las carnes asadas, correrán algunas lágrimas y al final de esos segundos, se consumirá alcohol, se celebrará un gol, se mentará la madre del contrario y todo será como siempre, una mera anécdota, una que se llevó una vida, una persona, una mujer, una amiga, una madre, una hermana, una hija, una…Rayada, una que tuvo aguante y que dio su vida, por ser campeona, su nombre: Maribel.
¡Saludos desde el sillón!