Termina el partido. El combinado mexicano empata sin goles ante su similar ecuatoriano y queda eliminado de la Copa América en fase de grupos. El índice popular apunta hacia el entrenador Jaime Lozano como responsable del acostumbrado fracaso del equipo azteca, uno más en su larga trayectoria de estériles participaciones en torneos internacionales.
Pero lo que se vio en la fatídica velada dominical fue a un grupo de jugadores carentes de estatura profesional. Ni uno solo de los uniformados demostró tener hechuras para un desafío intenso, como el de la justa continental. Es de suponerse que los que están en la cancha son los más hábiles jugadores de un país de 127 millones de habitantes. Entre semana pasé por la cancha de El Realito, al oriente de Monterrey, y vi en un partido entre colonias a un extremo derecho de 16 años, que desbordaba mejor que Uriel Antuna. Parece un chiste que la suerte nacional esté en la espalda de un muchacho como Santiago Giménez, que tiene más voluntad que puntería, o que la defensa de la patria tenga a su máximo baluarte en César Montes, que acaba de descender a segunda división en España.
No es una Copa para el olvido, es para que quede en el recuerdo de lo que no se ha hecho en formación de talentos, en la pésima visión de los federativos, que no han podido hacer una nómina de jugadores con carácter. Ojalá la Copa América diera diplomas por eliminación temprana, para que el respectivo fuera colgado en la entrada de la Federación Mexicana de Futbol, en forma de memoria imperecedera de lo que se ha hecho para conformar la peor Selección Nacional en décadas. En un torneo de 16 donde avanza la mitad a la siguiente ronda, quedar eliminado sí está para soltar llanto con alarido de desesperación.
La Selección Mexicana de Futbol tiene un siglo de haberse formado. En 1923 se armó un representativo nacional que tuvo su estreno en las Olimpiadas de Ámsterdam de 1928 donde no pasó nada. Bueno, sí pasó algo notable: en su primera participación en un evento internacional los ratones verdes fueron goleados por España 7-1.
La historia cíclica da un giro completo de una centuria. Ahora el Tri va a la justa continental 2024 que tiene como sede Estados Unidos. La participación es indecorosa. Un miserable gol en los tres juegos de la fase de grupos. Victoria sufrida de 1-0 contra Jamaiquita. A los caribeños se les venció con muchos apuros. Luego hay una derrota también por la mínima diferencia ante Venezuela, país que brilla por la producción de peloteros y telenovelas, pero no de futbolistas. Luego, la cortina se cierra con empate sin goles ante Ecuador. Eliminación automática.
Jimmy Lozano da la cara, obligado por el deber. Estruja gallardo las solapas del blazer y le pide a sus detractores que le disparen al pecho. Él se declara responsable del fiasco del Tricolor. Los federativos le dan el respaldo, lo que significa, casi el beso de la muerte, porque la ratificación al técnico significa, en el balompié mexicano, la antesala del cese.
Pero veo más allá y encuentro que la responsabilidad de este fracaso no está en el banquillo, si no en el césped, que quienes incumplieron con la tarea fueron los jugadores, más que el entrenador. El juego pasa por el once que está en la cancha, el cuerpo técnico no mete goles, si no la nómina de alineados que tienen la obligación de guardar la pelotita en la portería contraria.
Pero no hay material, el departamento de Recursos Humano del Seleccionado Mexicano no tiene prospectos en puestos claves. El nacionalizado colombiano Julián Quiñones, que con un par de buenos torneos deslumbró a los federativos, nunca fue la solución en el ataque, como quedó certificado. Orbelín Pineda caminó artrítico hacia el manchón del penal, con las rodillas temblándole por el pánico y erró el penal clave, in extremis, ante Venezuela.
Se apilan nombres como carpetas sin uso en la bodega del archivo muerto: Jorge Sánchez, Johan Vásquez, Gerardo Arteaga, Luis Chávez. Se exige que en posiciones de ese nivel el trabajador tenga un mínimo de liderazgo, un tantito de iniciativa. Pero lo que se observó en este torneo la falta completa de futbolistas con clase. Ni uno solo tuvo la destreza para destacar. Pueden ser excelentes personas, y con entrega y honestidad, pero carecen de habilidades motrices y capacidades técnicas para ser competitivos, es decir, tener un nivel de juego para competir decorosamente contra los mejores.
Y ya se ve en el horizonte el Mundial donde México será anfitrión.
Espero que, si bien el país no consigue destacar, como se prevé, por lo menos que tampoco haga el ridículo.