Venezuela / Dic. 6
Hace 10 años, millones de venezolanos castigaban en las urnas al bipartidismo y echaban a los perros de la historia los 40 años de la IV República surgida del Pacto del Punto Fijo en 1958. Apostaron por el cambio social, se dejaron llevar por el discurso altisonante pero hoy extrañamente moderado de un teniente coronel: Hugo Chávez.
Entonces, la sociedad y su inconsciente colectivo depositaba su confianza en un militar, cuyo antecedente más inmediato era Marcos Pérez Jiménez, el dictador que impulsó la infraestructura venezolana.
Hoy, una década después, el país se debate entre una crisis económica de inusitadas consecuencias y la amenaza de la
perpetuación de esa especie de cesarismo bolivariano que encarna su presidente.
La promesa de refundar al país sobre los restos de la IV República, atravesada por la corrupción y los vaivenes económicos, la propuesta de una nueva Constitución para una nueva democracia y del descrédito en el que habían caído los partidos tradicionales, conformaron el atractivo que usó Chávez para obtener el pasaporte que le permitiría desembarcar en el Palacio de Miraflores.
A la hora del balance de “la era Chávez”, el de hoy es un país polarizado, un gobierno que mantiene las formas democráticas cada vez más escondidas, la economía en un limbo tan peligroso como algunas actitudes gubernamentales, el petróleo a la baja (cerró ayer a 34.90 dólares), como hace 10 años, y los graves problemas estructurales que el país presentaba entonces sin resolución.
Como si el tiempo no hubiera pasado, el presidente sigue proponiendo cambios constitucionales en un país que se hunde en la desorganización y donde los niveles de pobreza apenas si mejoraron del 42 al 37%, aun cuando las arcas del Estado recibieron en 10 años ingresos petroleros por más de 600 mil millones de dólares. O sea, la meta no es hoy la refundación, sino la perpetuación.
Con el correr de los años, Chávez fue radicalizando su discurso y sus contradicciones, pero no dejó de mover a sus alfiles en los cargos del gabinete o en las gobernaciones. Así, el ex vicepresidente, Diosdado Cabello, y el ministro de Interior, Jesse Chacón, dos de los grandes derrotados en las últimas elecciones regionales, volverán ahora al gabinete. El primero como ministro de Infraestructura, el otro nuevamente al frente de Comunicación.
Agotadas de tanto proceso electoral (13 en 10 años), las opiniones sobre la década chavista sufren de la misma polarización y crispación política que el presidente supo cosechar a lo largo de su gestión. Mary Pili Hernández, ex ministra de Chávez, destaca “la transformación del país con reducción de la pobreza, y el protagonismo de las antes olvidadas clases populares”. El sociólogo, Carlos Raúl Hernández, en cambio, opina que “el balance es por demás negativo. El país perdió una oportunidad única en la historia. Se han derrochado cientos de miles de millones de dólares que, si hubieran sido bien administrados, hoy seríamos un modelo de desarrollo”.
Si algo logró Chávez, fue poner a los pobres y a la pobreza en la agenda política del país. Ya sea por los beneficios de las Misiones (el sistema escogido para combatir ese flagelo) o por la utilización político-electoral que el gobierno hace del sector más débil de la población.
Pero lo que más preocupa hoy en Venezuela es la inseguridad, que ya se cobró más de 100 mil muertos en 10 años, incluso mucho más que este nuevo intento presidencial de perpetuación derive definitivamente hacia el totalitarismo.
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