Más que líderes, Rayados necesita un caudillo, en el buen sentido de la palabra, para salir del marasmo colectivo en el que se encuentra.
No es casual que cuando Lucas Ocampos está en la cancha el carácter, la mentalidad, la energía colectiva es otra.
Desde hace algunos años, el equipo no ha escatimado en reforzarse con los mejores jugadores disponibles, pero casi siempre el resultado ha sido la eliminación.
Los errores en los momentos clave, las distracciones, la falta de intensidad han sido la característica muchas de las veces, sin importar la llegada de jugadores nuevos o el cambio de técnico.
Pareciera que se ha creado una cultura en la que todos prefieren seguir los patrones establecidos antes de rebelarse ante la inercia, sin el riesgo de traicionar una forma de ser y actuar grupal.
Suele pasar en las organizaciones, donde muchas veces no sabe cómo empezó una serie de hábitos colectivos, buenos o malos. Una cultura que nadie se atreve a romper.
Necesita llegar un personaje con carácter, rebelde, al que no le importe el qué dirán, ni le asuste el riesgo de equivocarse al intentar romper los paradigmas establecidos.
Aunque parezca increíble, muchas veces los cambios colectivos no se dan por una lealtad a los hábitos existentes, aunque no sean los óptimos. Porque da seguridad lo malo por conocido, y se prefiere a experimentar algo que podría ser bueno, pero desconocido.
No es que se dependa de un solo hombre, sino que ese caudillo es capaz de romper el esquema y permitir que el resto le siga, ya una vez abierta la puerta. Por eso, cuando Ocampos está en el campo, Canales y otros jugadores parecen liberados.
El caudillo entonces despierta otros liderazgos, libera una energía que, como un efecto dominó, inspira al resto del plantel y sube hacia la tribuna.
Entonces, de a poco, comienza, la verdadera transformación institucional, como un fuego interno que todo lo alcanza como una brisa cálida.
¿Sergio Ramos podrá representar también ese papel?
Así puede empezar una dinastía.