Como metrópoli, Monterrey es atractivo para un sinfín de espectáculos, aunque no tanto para los deportivos. Muestra de ello es el actual torneo de futbol femenil de la Concacaf, clasificatorio para la Copa Mundial de 2023 y los Olímpicos de 2024.
El torneo, que se juega en los estadios de Tigres y Rayados, ha contado con poquísima afluencia, con excepción del juego de anoche entre México y EE.UU. al que asistieron poco más de 20 mil aficionados al Universitario, alrededor de 5 mil de ellos con boleto pagado.
En su segundo juego del torneo, celebrado en el BBVA en horario estelar, México jugó ante Haití, contando con la visita de poco más de 6 mil aficionados; antes de este partido se enfrentaron EEUU y Jamaica.
Bien lo dijo el periodista Héctor Hugo Jiménez: en Monterrey, por lo general, la gente sigue ciegamente a Tigres y Rayados. Y muy cierto, pareciera que no simpatizan con ninguna otra causa deportiva, así sea futbol.
Y lo que son las cosas, ni juntos Tigres y Rayados les llegan a los talones a lo que representan las dos mejores selecciones que participan en este torneo clasificatorio: EE.UU. y Canadá.
Las estadounidenses han ganado cuatro de las ocho ediciones de la Copa Mundial, triunfando consecutivamente en las de Canadá 2015 y Francia 2019, además del subcampeonato en Alemania 2011 y los terceros lugares en Suecia 1995, EE.UU. 2003 y China 2007.
Como vemos, en todos los Mundiales en los que han participado EE.UU., ha hecho podio; de admirarse, ¿no?
En este nivel, la participación de Canadá ha sido más que modesta: apenas un cuarto lugar en la Copa de EE.UU. 2003, pero ya encontró la senda del éxito al haber logrado la presea de oro en los Olímpicos de Tokio 2020, en los que EE.UU. fue tercero.
Aunque México ya no esté en el torneo por haber sido eliminado, es probable que los aficionados locales asistan en mejor medida a las semifinales y a los juegos por el tercer y primer lugar; claro, si sigue habiendo boletos de cortesía.
La apatía de la población hacia eventos deportivos que no sean Tigres o Rayados, de cierta forma es normal. Y no debemos achacar esa indiferencia a que es por falta de cultura deportiva de la sociedad, porque ésta bien que existe entorno a los dos equipos.
Los fanáticos de éstos, y quienes no lo somos, formamos parte de ese entorno subcultural creado alrededor de los dos equipos: vestimos sus playeras en días de juego, preparamos la carne asada, participamos de la carrilla y de cierta forma disfrutamos de ese ambiente matizado por patrones y significados compartidos.
Entonces, si no es falta de cultura el no responder a torneos del mismo deporte, ¿qué es? Llamémosle carencia de refinamiento deportivo. ¿De qué otra forma podemos entender ese desinterés? Es por ausencia de gusto o de sensibilidad por las cosas buenas del deporte.
Imagínense, si eso le pasa al futbol, qué respuesta pueden tener eventos de otros deportes. Y vaya que en Monterrey se han celebrado competencias de mucha calidad en muy diversos deportes, de lo mejor: el hípico de La Silla, con los mejores jinetes del mundo; tenis, con rankeados de primer nivel internacional, copas mundiales de ciclismo de pista; campeonatos mundiales de beisbol, karate y boliche, y entre otros, torneos internacionales de voleibol, basquetbol y tiro con arco, que tuvieron escasa respuesta de la gente.
Después de todo, el gusto por las cosas buenas de la vida, y del deporte, dependen de cada persona. De su disposición a abrirse a otras dimensiones y de tener muy presente que el deporte es mucho más que Tigres y Rayados.