Estaba seguro que Monterrey volvería a sucumbir ante los tricampeones del América por tantas dudas sobre la dirección técnica, y el enrarecido ambiente entre los jugadores a raíz de la confrontación verbal entre Sergio Canales y Martín Demichelis.
Como pasó en la final del Torneo de Apertura en diciembre pasado, asistí al estadio BBVA acompañado de mi pequeño hijo mayor Héctor Hugo, pero esta vez también iba el menor de cinco años, Marco Sebastián con su jersey del América, y mi esposa Paola.
Un empate era a lo más que pronosticaba, pero nunca una victoria que, no imaginé antes de llegar al estadio, renacería el optimismo de los aficionados rayados que festejaron como si hubieran ganado el título. Normal la reacción de fiesta, pues eso ha sido siempre cuando se le gana al odiado América.
Héctor Hugo, desde que empezó a gustarle el futbol hace dos años cuando se interesó en practicarlo, es un pequeño hincha de Rayados a sus nueve años y medio, mientras Marco Sebastián llegó un día del colegio con la sorpresa que es seguidor de las Águilas, y sus ídolos son el portero Luis Ángel Malagón y el atacante Henry Martin.
O sea, tanto en la cancha con los jugadores, como en la tribuna con mis hijos, se disputaba el partido de la revancha después de esa amarga final del 15 de diciembre de 2024 cuando Monterrey sucumbió en el BBVA.
Como padres hemos educado a nuestros hijos a que la afición por sus equipos de futbol tiene límites, y que en casa no caben las frases de odio, sobre todo de Héctor Hugo contra Tigres. Y sin duda ha dado resultados.
El más reciente Clásico Regio lo vimos por televisión porque evitamos ir a los estadios por el riesgo, aunque mínimo, ha tenido episodios violentos que ponen en riesgo a las familias. Gracias a Dios los hechos más graves han sucedido en las calles.
Rayados iba ganando hasta el minuto 73 en el Volcán y Tigres no tenía por dónde emparejar. Luego vinieron las expulsiones de Berterame y Torres, y los goles de Córdova e Ibáñez, y lo mejor fue que Héctor Hugo sólo lamentó la derrota de Rayados.
Pero quien nos sorprendió fue Marco Sebastián, que luego del gol de Nelson Deossa con un misil de su botín izquierdo que no pudo detener Malagón cuando el balón le botó centímetros antes, se puso a llorar. Paola lo consoló y se le pasó en minutos.
Creemos que su afición por el futbol está bien encaminada. Cuando ganen sus equipos que sean felices, pero cuando pierdan que no crean que se acabó el mundo.
Mientras tanto, y cuantas veces podamos, seguiremos yendo a los estadios siempre y cuando sean seguros. A la fecha igual vamos al BBVA que al Volcán, porque nos gusta el futbol como espectáculo… no como un pasión enfermiza.