El Clásico 128 no será de los que en el futuro ocupen el centro de acaloradas conversaciones entre aficionados.
Ni tampoco entrará en los guiones de quienes relaten las historias fantásticas y épicas el Clásico Regio. Rayados y Tigres igualaron 0-0 la edición del Clásico 128, en una acalorada jornada donde el sopor apretaba la respiración, tanto como en la cancha la intensidad por la disputa del balón impedía el tránsito del esférico.
Pero si hubiera una estadística que midiera objetivamente los duelos estratégicos, el de esta noche entraría entre los más agudos (memorables respecto a estudio, planeación y reacción desde la banca, para sacar provecho a sus planteles) de la historia del Clásico Regio.
Pero no en el desarrolló dentro del último tercio. Convertido desde hace años en una especie de Kasparov del futbol mexicano, Víctor Manuel Vucetich tiró de la cuerda para arrastrar a Miguel Herrera hacia esa zona que tanto ha buscado “El Piojo” a lo largo de su carrera: el equilibrio, producto de una intensidad en todos los sectores para defender, y claridad para atacar.
Faltó esa asignatura que suele fallar en el futbol mexicano, sobre todo en duelos con esta paridad estratégica: la contundencia. Un partido como el de esta noche requería de un alto nivel de definición, que no llegó.
Es la falta de técnica para definir partidos muy cerrados es lo que separa al futbol mexicano de otras alturas. Por eso la afición despidió a los equipos con un abucheo, porque el grito de gol se quedó ahí, inhibido, aguardando ese instante de liberación
Kasparov estuvo a punto de colocar sus piezas en jaque, en la segunda parte. Rayados mandó a la cancha primero a Gallardo y Rodolfo Pizarro, por Vegas y Romo, al minuto 61´, lo que mejoró la recuperación, claridad y llegada. Que incrementó con el ingreso de Kranevitter.
El ingreso de Fulgencio por el “Diente” López no le dio a Tigres ese verticalidad que buscaba por el lado derecho.
Un movimiento de piezas que casi puso a Tigres en jaque mate, si no es porque Ponchito González estaba ligeramente en fuera de lugar, cuando le pegó un balón que luego Maxi Meza envió a las redes, al minuto 70´
En la primera parte, Rayados había tenido más el balón, y creó algunas oportunidades ante el arco, que fallaron Celso Ortiz (tras una mala entrega de Nahuel), y otra de Héctor Moreno, sólo en la portería, de aire.
Pero a Miguel Herrera le redituó la movilidad del “Diente” López tirándose de derecha al centro, pues pegó dos disparos al poste, y en otra acción punteó un balón que Vegas debió sacar con muchos apuros sobre la raya, para evitar un gol inminente.
Herrera envió una línea de cinco, con tres en el fondo (Reyes, Lichnovsky y Angulo), para maniatar a los explosivos Aguirre y Berterame, a quienes les faltó la marca que suele jalar el lesionado Rogelio Funes Mori.
Tigres evitó su disperso discurso futbolístico, provocado por el exceso de revoluciones, a base de esa intensidad que suele dar pie a un proceso químico que deriva en concentración, intuición para medir el espacio y el tiempo en el terreno de juego, y tomar decisiones sensatas.
Antes del partido, los Rayados rindieron un tributo al gol, pues homenajearon a dos de sus principales artilleros de la historia: Mario de Souza Mota “Bahía” y Guillermo Franco, acompañados en la cancha del fenómeno futbolístico más importante que ha dado el club: Francisco Javier “El Abuelo” Cruz.
En la cancha, cosas del futbol, faltó esa contundencia que le hubiera dado a ese alto nivel estratégico una etiqueta de memorable, y que, en cambio, cerró con abucheos de la afición.
André-Pierre Gignac se quedó sin lograr el 11 que le permita empatar a Bahía como máximo anotador de los Clásicos Regios. En la segunda parte, Andrada enfrió sus aspiraciones, al recostarse para atajarle un disparo.
En el fondo, un Clásico que genera buenas expectativas hacia el futuro, si es que se mejora la definición. Si no, quedará sólo como anécdota.