Los deportes profesionales requieren una preparación integral, que no solamente reclama el cuidado diario de las potencias físico-atléticas de los participantes, sino también una atención detallada del aspecto mental de éstos. Pero en el último rubro es donde fallan algunos protagonistas de las canchas, las duelas, el ring o cualquier otro escenario de competencia deportiva, especialmente cuando se avecina el momento del retiro o cuando se atraviesa cualquier imponderable que señala el final de un ciclo. Y ocurre así por varias razones, ya sea por querer seguir gozando del jugoso dinero que da un contrato y de la fama o reflectores de los medios y de sus seguidores. También puede ser que haya quienes desean ser parte de la experiencia que se requiere en un equipo a fin de reforzar a los jóvenes y su energía vital, o que el espejismo del presente obscurezca la realidad del futuro y no se quieran resignar al adiós de lo que ha sido su gozo y fuente de emociones.
Es una realidad tangible que muchos de estos entes creen poder estirar su rendimiento más allá de la edad promedio que tolera su profesión. Y no es aventurado adivinar lo difícil que es para algunos ponerle término a su carrera. Ni mucho menos se atreven a imaginar cuál será su futuro, y más si no fueron previsores para ahorrar e invertir sus millones de pesos en bienes raíces, un negocio o una sociedad mercantil que les permita seguir llevando el tren de vida al que están acostumbrados. Ahora que si les sonríe la fortuna y se les hace seguir en otra área en el deporte que cobijó e hizo realidad sus sueños, ya es otra cosa.
Por eso ha llamado tanto la atención el caso de la boxeadora Alma Ibarra, quien hace unos días protagonizó uno de los momentos más angustiantes del boxeo femenil, al pedir a su entrenador no salir al cuarto round de su pelea contra la estadounidense Jessica McCaskill en la Arena Port de San Antonio, Texas. “Quiero regresar con vida a casa”, gritó una y otra vez, fijando en su hijo el motivo de su férrea decisión. Quizá ella pensó en las ocasiones en que la necedad del entrenador y su equipo o de los mismos peleadores y peleadoras de continuar con el combate, a pesar del mal estado físico en el que se encuentra el protagonista, culmina en alguna escena trágica.
Desde luego que se impuso la voluntad de Alma Ibarra, quien fue aplaudida por su determinación, pues el boxeo es un deporte que por su naturaleza los protagonistas reciben golpes, mayormente en la cabeza, lo que llega a causar mucho daño y que incluso se han visto situaciones trágicas de peleadores que terminan perdiendo la vida. Ella, habiendo superado una severa depresión, no quiso formar parte de las estadísticas negativas e inclusive terminó por colgar los guantes. Es digna de seguir el ejemplo por pensar muy a tiempo en su retiro. Vivir es mejor que ser mejor en cualquier profesión.
La peleadora, originaria de Monterrey, se sabía en inferioridad en ese último combate ante la norteamericana. No podía ni siquiera contragolpear a su rival, quien desde que sonó la campana salió decidida a poner a la regiomontana contra las cuerdas y estuvo a punto de lanzarla a la lona con un potente derechazo en la quijada. ¿Qué vergüenza hay, entonces, en dar por terminado el match en el tercer asalto? “Más vale que digan aquí corrió y no aquí murió”, según el dicho popular. Ni debe invocarse malamente el otro dicho que afirma: “Aquí nadie se rinde. Primero morir que rajarse”. Si Alma sabía que solo le quedaba defenderse a su manera y acudir a los abrazos, hizo bien en abandonar el ring gritándose a Jorge Capetillo que ya no saldría al cuarto round. Y luego se despidió del boxeo.
No es el camino que siguen en otros deportes aquellos que se sienten presa del temor de no saber hacer otra cosa que lo que ha sido su motivación diaria desde la adolescencia o juventud. Por eso hay que ponder el carácter de esta chica que ha valorado mucho más su salud y la compañía de su hijo, que el atractivo de subir al ring y continuar tirando y recibiendo golpazos con sabor a miles de dólares, que fue lo que le llevó a pelear en Estados Unidos, porque en México la paga es casi miserable. Pero primero es lo primero. Y ahí ha dejado el modelo de conducta para quienes deben pensar con dignidad en su retiro, cuando llegue el momento de reconocer que todo ha terminado en su profesión deportiva, pero no en la vida.