A veces cuesta entender la naturaleza humana.
El sábado, un grupito de inadaptados, enfermos y descerebrados atacó a quien se le puso enfrente afuera del estadio BBVA después del empate en el clásico regio.
El lunes, otro grupo no menos repulsivo instaló un retén a la salida del entrenamiento del Cruz Azul para detener y amenazar a los jugadores después de la humillada deportiva del 7-0 que recibieron del América.
Muy probablemente hay todavía personas recuperándose de la golpiza que recibieron en aquel trágico partido de Atlas vs Querétaro y todavía la violencia en el futbol mexicano no ha parado.
Los curitas que los dirigentes de la liga BBVA usaron para detener -o tratar de detener- la hemorragia de la violencia no han servido más que para dos cosas.
El argumento de los equipos es que los “incidentes” ya no ocurren en las gradas o durante los juegos es cierto, pero insuficiente. La experiencia del aficionado no comienza ni se acaba cuando llega a la butaca.
El negocio del futbol se ha encargado de que todos los días éste se consuma, y por montones: redes sociales, programas especializados con polémicas baratas, pastelazos y griteríos, además de souvenirs originales y “piratas” forman parte de la estrategia de mercado que alcanza la cima cuando el fan acude al estadio para derrochar pasión, y dinero, en apoyo a sus colores.
Lastimosamente, muchos inconscientes sin criterio se dejan arrastrar por una pasión malsana, malentendida o incluso rentable económicamente, y se dejan llevar por el primitivo estado de la violencia como respuesta o canalización de sus frustraciones o pérdidas en la cancha.
Seguramente las directivas de Rayados y Cruz Azul se van a lavar las manos de lo que pase fuera del graderío, y seguramente las bestias que agredieron en Monterrey y amenazaron en CDMX van a seguir entrando a los estadios, amparados por su condición de “animadores” del espectáculo.
Es cierto, un empate en un clásico deja sabor amargo, y si, perder 7-0 es humillante; pero de allí a que el resultado de un partido haga pensar a algunos que tienen derecho de atacar o amenazar a otra persona hay mucha distancia, que jamás se debería de recorrer.
Lo más triste de la golpiza del sábado y las amenazas del lunes es que tarde que temprano van a repetirse, porque está claro que ni como sociedad, ni como directivos, ni como autoridades se ha aprendido nada del doloroso pasado reciente.
Horacio Nájera es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la UANL y maestrías en las Universidades de Toronto y York. Acumula 30 años de experiencia en periodismo, ha sido premiado en Estados Unidos y Canadá y es coautor de dos libros.