Aquí estoy en la Ciudad de las Montañas. Vine a cuidar a mi madre. Recién cumplió 94 y apenas si se la pasa despierta. Supongo que por la edad prefiere estar en la cama, con la tele encendida que ya no oye, pero que no me deja dormir en la noche.
-¿Quién eres? -me pregunta.
-Soy yo tu hijo Pepe.
-¿El Prieto?
-Sí Mamá.
Apenas si oye, al parecer perdió la audición con el golpe de un accidente el 26 de agosto de 1998, cerca del centro, donde Don Chuy (mi padre) salió muy golpeado y ahí falleció después.
Cada vez la veo a ella más débil, con los fríos de enero está llena de colchas y casi no quiere sentarse para comer. Eso sí, se sigue preocupando por sus hijos como si fueran chiquillos.
-¿Le puedes hablar a mi nieta para decirle que su papá Chuy está muy malo de la gripa?
Este jueves en la tarde apenas se asoma el sol para calentar la ventana del patio. “No cabe duda: de niño a mí me seguía el sol. Andaba detrás de mí como perrito faldero”, escribió Alfonso Reyes.
Aquí hace mucha falta el sol. El frío cala las manos y las pone tiesas. Salir a la calle con bufanda, chamarra y gorro, para no perder la costumbre de largas caminatas.
Caminé con mi grupo de amigos al Parque Fundidora 0 grados centígrados. Hasta hielito me cayó en la chamarra roja. Esa ansia loca por no dejar de caminar, que tanta falta le hacen falta a mis piernas, para no entumirme como le ocurrió a mi papá en sus últimos días.
-¿Y cuando viene Rosa María?
-Ya pronto, vendrá a cocinarte un caldito de verduras con calabacitas, zanahoria y papita.
– Qué rico.
En sus 94 mi hermano Chuy chico le organizó a doña Esther una cena con sus hijos y nietos, con el apoyo de Lety y Lacho “El Coyotito”, como le decía mi apá Chuy.
Habría que celebrarla porque no todos los días alguien cumple tantos años.
Qué Dios me la cuide.