Ante la amenazadora posición política del gobierno ruso para que el arquitecto Manuel Robledo Treviño, aún en el vientre de su madre en Stalingrado no llegara a su país de origen si nacía en aquellas lejanas tierras del vodka y del Ballet Bolshoi, su padre, el coronel Robledo, determinó junto con su esposa preparar los tres grandes baúles de madera y de metal que recuerdan aquellos donde se guardan los grandes tesoros para perfilarse con rumbo a México. Doña Alicia Treviño, mujer inteligente y sensible, con sus seis meses de embarazo sufría por los argentinos que a su leal saber y entender el único que podía salvarlos era su marido, y si se iban a México era prácticamente su condena a una muerte segura.
Salieron de la embajada mexicana de noche y tuvieron que recorrer los casi dos mil kilómetros desde San Petersburgo hasta el puerto de Odessa, la perla del Mar Negro en Ucrania, ciudad que al igual que Matamoros lleva el adjetivo de Heroica, pero desde 1945. Y así iba la pobre mujer con el arquitecto Manuel Robledo en su vientre y llorando desconsolada por los argentinos que ella asumía se habían quedado en su último domicilio en Rusia, el patíbulo de la muerte para los hijos de Carlos Gardel.
Salieron de la Heroica Odessa en un barco suizo hasta Nueva York, doña Alicia embarazada seguía llorando por los argentinos, cuando de repente su esposo abrió los baúles y cuál sería su grata sorpresa, que surgieron de los mismos los tres argentinos; su esposo demostró solución e intrepidez y tomó el gran riesgo de sacarlos de la embajada; acostumbrado a revisar como Napoleón toda clase de ejemplares humanos, como buen militar conocía la química de las emociones y sabía que si los agentes rusos veían llorar a su esposa desconsoladamente era porque ella, sinceramente equivocada, les haría creer que los argentinos se habían quedado. Toda una añagaza. La inteligencia de un militar mexicano le ganó la partida a la inteligencia rusa de Stalin. Que orgullo narrarlo. En cuanto a los argentinos, surgió de lo más íntimo de su alma un clamor de agradecimiento infinito.
Un mes de viaje en barco. El arquitecto Robledo aún conserva uno de los boletos de dicho trayecto escrito en francés a nombre de “Mademoiselle Alicia Robledo”. Llegaron a Nueva York y el gobierno mexicano aún quería mantener lejos de nuestro país al coronel, así que lo asignó como asesor militar de la OEA. Ante esta situación doña Alicia tuvo que planear su viaje a Monterrey, el cual haría sin su marido, quien le dijo:
-Alicia, te vas a tener que ir sola porque yo tengo ya mucho trabajo con estos de la OEA.
-Pero con este embarazo de ocho meses no me puedo ir en avión.
El coronel Robledo, muy penetrado de la situación del momento y un hombre acostumbrado a ser parte de la solución y no del problema le vuelve a decir:
-Pues te vas en el carro; dile a tu hermano Jaime que venga por ti y se van en el Ford Lincoln azul hasta Monterrey, quiero que el niño nazca allá y se llame Manuel.
De esta forma comenzó el viaje desde Nueva York hasta la Sultana del Norte, que duró, entre paradas sanitarias y de comida, tres días, en los que Alicia fue invadida de todas las adversidades a que estuvo expuesta durante el embarazo del que sería su cuarto hijo y se preguntaba de qué manera esas emociones estaban conformando místicamente el temperamento de su hijo, procreado en Stalingrado, y desarrollando la parte creativa de su cerebro en situaciones de reto constante en viajes largos con cambios de países, de horarios y costumbres para venir finalmente a nacer justo al centro de la ciudad, en Allende 1113 entre Nicolás Martínez y Gómez Farías, a cuatro cuadras de lo que hoy es la Macroplaza en Monterrey. Quizá todo eso derivó en el característico ímpetu del arquitecto Robledo después de haber superado antes de nacer varias posibilidades de “no nacer” y finalmente nació con un inmenso valor familiar para afrontar tantas vicisitudes.
Querido y dilecto lector, era imposible esta narrativa sin la mención de los padres, y también lo es no suponer que todas esas vivencias algo aportaron al temple del arquitecto Manuel Robledo, confeccionado desde el vientre de su madre, y que poco a poco se fue convirtiendo en el fuego de su inspiración creadora aterrizada en sus prodigiosas esculturas con una claridad rebosante de luminosa arquitectura que fluye desde su mente innovadora, de la cual daré parte a partir de la siguiente entrega.
El tiempo hablará.