Los niños y niñas de la cuadra donde yo viví en mi infancia, íbamos a jugar por las tardes a un parque ubicado a la vuelta de la esquina. Algunos íbamos acompañados de cuidadoras (nanas) o con nuestras mamás; pero otros, como el intrépido Kike, iban solos. Una de esas tardes fue que, a mis escasos seis años, el bicho del amor se introdujo por primera vez, en mi cabecita y mi corazón: el intrépido Kike se volvió de pronto, el centro de toda mi atención.
A partir de esa tarde, yo iba al parque con la esperanza de ver a Kike y sobre todo, de que él me viera a mí, cosa que no sucedía. Pero, yo veía llegar a aquel niño como en cámara lenta y mi visión se convertía en un embudo.
Sólo podía ver a Kike y el resto del entorno desaparecía. Allá venía Kike entrando al parque, caminando de brinquitos, con sus flecos largos, su camiseta vieja, los shorts de mezclilla, las rodillas terrosas, los calcetines percudidos, chimuelo, con un moco seco asomándose por su pequeña nariz y los tenis desabrochados. ¡No podía ser más atractivo! Y yo, -que para él no existía- no podía quitarle los ojos de encima.
Pero, Kike llegaba al parque y se ponía a jugar con sus amigos, casi siempre a las luchas y después, como en parvada, aquella cofradía de hombrecitos recorría cada uno de los juegos: los columpios, los resbaladeros, los sube-y baja, se colgaban de los tubos…jugaban rudo y tosco, se empujaban, se tiraban patadas, se tumbaban, se levantaban y se reían como changos, mientras yo suspiraba a la distancia, pensando como podría “conquistar” a Kike. Necesitaba un plan y una estrategia. ¡El intrépido Kike, tenía que ser mio!
Al día siguiente, le pedí a mi mamá que me peinara, que me hiciera unos chongos bien restirados y me puse mi vestido de piñata, mis calcetines de olanes y mis zapatos de charol blancos con suela de baqueta. Así me iba a ir al parque…echando tiros…porque ya no iba a jugar, iba de “cacería” y la presa era Kike. Además, mi instinto me decía que una mujer elegante y con dinero puede ser más interesante, traía yo en mi haber, cinco pesos con los que compré unas palomitas de maíz y un refresco.
Me senté en una banca a la entrada del parque, como una tigresa asechando el momento en el que se acercaba la víctima. El tiempo de espera parecía eterno.
Por fin vi llegar al susodicho y deliberadamente me atravesé en su camino. ¡Era imposible que no me viera, así que me vio….pero como dice la canción de Pedro Infante: “Pasastes a mi lado, con gran indiferencia”.
Kike estaba buscando a sus amigotes, quienes aún no habían llegado. Así que mi plan estaba en marcha. “Hola Kike”-le dije –“¿Quieres palomitas?” (Dicen que al corazón de los hombres se puede llegar por el estómago), así que Kike agarró un puño de palomitas y se las comió sin decir palabra. Caminamos juntos por el parque y nos subimos a un juego que tenía unas agarraderas de las que uno se colgaba y daba vueltas… así estuve un rato, como Voladora de Papantla, borrachita de amor y girando en el aire. Luego le dije que si quería ir al sube-y baja.
Y, como en ese momento no parecía él tener nada mejor que hacer, aceptó y pensé: “¡Ya cayó!”… Poco sabía en esos tiempos, que la que había caído redondita era yo y que iba derechito a mi primera decepción amorosa.
En el sube-y-baja estábamos… yo feliz y él haciendo tiempo cuando finalmente llegaron sus amigos que a la distancia se rieron y burlaron de que Kike estuviera conmigo. Incapaz de soportar la presión de sus amigos, Kike se bajo del juego intempestivamente y me dejó caer de sentón desde las mas sublimes alturas de la ilusión. Se fue corriendo con sus amigos que le dieron “pamba loca”, le tiraron carrilla un rato y luego se pusieron a jugar como si nada.
Asíí fue que aquella tarde romántica terminó de sopetón para mi. El intrépido Kike se había comido mis palomitas y me había roto el corazón. Regresé a mi casa con mis zapatitos nuevos raspados, un raspon en la rodilla, un moretón en una nalguita (por el sentón que me di), mis expectativas frustradas y sin esperanza. Y es que a veces, el amor, es un sube-y-baja….el “sube” nos hace volar y el “baja” siempre duele. ¡’Che Kike caón!”