Era un sábado de verano lleno de sol, y yo tenía el esplendor de los 18 años. Mi familia tenía una quinta campestre en Santa Catarina, cuando eso quedaba “a las afueras de la ciudad” pero lo suficientemente cerca como para ir con amigas a nadar y asolearnos brutalmente, como se hacía en los 80’s, sin protector solar y ¡echándonos cerveza en el pelo para que se aclarara y brillara!
Mi papá recién le había comprado a mi madre una camioneta guayín Dodge Dart, de esas con vistas de madera a los lados, automática, hidráulica, con asientos beige de auténtica piel de vinyl y con clima. Yo, normalmente manejaba el Renault 12 estándar, sin clima y casi siempre sin gasolina que me habían heredado. Pero ese sábado, le pedí a mi mamá que me prestara “tantito” su camioneta nueva para ir por mi amiga Irma.
El plan era ir por Irma, luego regresar a mi casa, cambiarnos de carro (al Renault) e irnos a nadar a la Quinta Levy. Medio a regañadientes, mi mamá aceptó prestarme la camioneta, lo que no vio y ni cuenta se dio mi madre, fue que a mi se me hizo fácil irme manejando en traje de baño (a los 18 años casi todos nos vemos bastante bien)…
Entonces, y así iba yo rumbo a Mitras Sur, en bikini, con unos pequeños shorts de mezclilla deshilachados y unos zapatos suecos blancos con plataforma de madera y el pelo largo, suelto y al mero estilo Farrah Fawcett. (¡Imposible ser más ochentera!).
Recogí a Irma en su casa y claro, ella venía en las mismas fachas: en bikini, con solo unos micro shorts encima y chanclas de plataforma. Veníamos con el radio a todo volumen y tan tranquilas…Pero, no habían bajado la pluma para detener el paso, así que pasé y, al cruzar las vías del tren en Fleteros ¡se me mató la maldita camioneta!
El volante “hidráulico” se puso tieso, los pedales también, le daba vuelta a la llave y no hacía ni “click”. Yo entré en pánico… y para amolarla de acabar, allá y no tan a lo lejos, venía el tren. ¡¿Qué hacemos?! ¡Mi mamá me va a matar! ¡Bájate hay que empujar la camioneta y quitarla de las vías! “Ding, ding, ding, ding”¡Puuuuuu…. puuuuu! se oía el silbato del tren que afortunadamente venía despacio.
A tan solo unos metros de nosotros, el tren se detuvo. ¡Increíble! Hicimos que se detuviera el tren. Poco después de que el tren se detuvo, por fin la camioneta volvió a encender. Nos subimos y nos fuimos a la casa, sin pronunciar palabra. Apagamos el radio tratando de calmar la taquicardia y el temblor de las rodillas. No le dije ni media palabra a mi mamá, solo dije: “Aquí están tus llaves mami, gracias”. Nos cambiamos de carro y nos fuimos a nadar toda la tarde sin tocar el asunto de nuestra experiencia aterradora.
En ese tiempo, sin celulares, ni internet ni nada más que los teléfonos de línea, la información fluía lenta. Pero, cuando llegué a mi casa a eso de las seis de la tarde, mi mamá me detuvo en la puerta y se me quedó viendo con sus ojos verdes y la mirada de lince: “¿Qué pasó hoy?”- me preguntó. “¿Eh? Nada mamá, ¿por qué preguntas?”.
“Porque me habló tu tía muy preocupada para contarme del escandalo que armaste sobre las vías del tren en Fleteros ¡Te vieron! ¡Mucha gente las vio! ¡Prácticamente sin ropa! ¡Las ‘güeritas’ en bikini que pararon al tren! ¡Debería darte vergüenza! ¿No te dio miedo que te matara el tren?”
–La verdad me dio más miedo que me mataras tú si el tren se llevaba tu camioneta nueva!-contesté.
“¡No es posible! ¡¿Deveras?! ¡Arturooooo! (le llamó a mi papá) ¡Haz algo, dile algo a esta niña zonza!”.
En fin, sobrevivimos milagrosamente tanto a las locuras de la juventud, al tren y a mi querida mamá a la que tantas angustias le causé. En conclusión, creo que a los 18 años, en medio de la avenida, atravesadas sobre las vías del tren, en bikini…la bella juventud puede detener el trafico y hasta al tren.