Una de las grandes lecciones que me dejarán las puercas campañas electorales en Tamaulipas es que vomito la política y que contaré los años para mi jubilación, pero antes quiero regresar a un ambiente periodístico que fue parte de mis orígenes: los deportes.
Gane quien gane, pierda quien pierda este 5 de junio, no tendré dudas sobre la podredumbre que es el quehacer político en general, pero sobre todo de un partido que quiere regresar al poder presidencial a como dé lugar, cueste lo que cueste.
Por eso vomito a Felipe Calderón Hinojosa que estuvo en Tamaulipas apoyando al gran delincuente, su hijastro candidato del PAN al gobierno.
Por eso vomito a la candidata de Reynosa que en un audio retrata todo lo malandrín que es Cabeza de Vaca, ejemplo del doble discurso de su partido.
Por eso vomito que el PRI, insaciable, dejó a ciudades en completo olvido y no sería raro que el voto de castigo sea la diferencia entre ganar y perder.
Por eso vomito que los partidos políticos, los que gobiernan al Estado y municipios, no se corrijan y sigan viendo al Estado como una bóveda bancaria.
Por eso vomito a quien engañó a la población con supuestos candidatos independientes: Chavira, De León y Xico, comprados por Cabeza desde antes.
Creo que después del domingo 5, repito: gane quien gane, pierda quien pierda, mi destino -si aún tengo humor de seguir en esto- serán los deportes.
Un ambiente donde la grilla existe, pero no pasa de mentadas de madre a un árbitro por no marcar un penalti, pero donde las hazañas enchinan la piel.
Entiendo, porque no nací ayer ni tampoco en Suecia o Noruega donde la corrupción no está en el diccionario: la política mexicana es un modus vivendi.
Es el arte de tragar excremento sin hacer gestos. Es la manera de tener controlada a las bases de un partido, el que sea, con unas humillantes despensas.
Es el México del siglo 21 donde parecía que en mucho iba a cambiar. Y nada cambió. Cuando Fox llegó al poder en el 2000, el PAN fue igual o peor que el PRI.
Y con esa generación se engendraron ¿políticos? como Fernando Larrazábal Bretón en Nuevo León, y Cabeza de Vaca en Tamaulipas, adueñándose del PAN.
Pobres, la historia los juzgará a ellos y a otros, porque el PRI tuvo la oportunidad de meterlos a la cárcel, pero aplicaron la máxima: “Perro no come perro”.
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