Me gustaría que el presidente nacional del PAN, el jovenazo e inteligente Ricardo Anaya no se mostrara tan eufórico y triunfalista, sino mesurado y humilde con los resultados de las elecciones del domingo pasado. Porque lo primero que debe reconocer es que no ganó el partido albiazul sino más bien perdió el Presidente Enrique Peña Nieto y, por supuesto, el PRI con sus pésimos antecedentes y peores candidatos.
Sí, es histórico que el PAN haya sido favorecido en las votaciones de siete gubernaturas, aunque, antes de todo festejo, debemos esperar a que no prospere ninguna de las impugnaciones que los derrotados lleven a los tribunales electorales. Y aun asegurando la decisión favorable de las autoridades respectivas, pensemos que el voto de las mayorías fue un voto de castigo contra Peña Nieto y sus corifeos.
El hartazgo contra el PRI en algunas entidades sacó a la gente a cobrarse con el voto las afrentas del señor Presidente, pues nunca un primer mandatario de México había tenido tan bajo nivel de aprobación y su imagen de estadista está por los suelos ante el juicio de sus propios ciudadanos, no importa que sus lambiscones traten de convencerlo del éxito de sus reformas y de los elogios del exterior.
Luis Videgaray, el superministro de Hacienda, tiene mucho qué hacer en este rubro para tratar de convencer a los mexicanos de que el país no está en crisis y que la pobreza es una mentira de los opositores del PRI con la que tratan de ganar espacios de poder. Ha de fajarse bien y bonito para despertar al pueblo y hacerlo que aplauda los préstamos del Fondo Monetario Internacional como señal de confianza en la macroeconomía del país. ¿Y la microeconomía? ¿Y el depreciado poder adquisitivo de las mayorías? ¿Y los precios de los artículos y bienes de consumo indispensables en un hogar? ¿Y los golpes del dólar contra nuestro pobre peso?
Otras muchas cosas han de hacer, en serio, los que conducen en estos momentos a México y que dicen que “se está moviendo” sin reconocer que sí “se está moviendo para atrás”, sin aceptar que la inseguridad sigue galopando a sus anchas y que la corrupción y los abusos de poder no pueden ocultarse. Pero también han de hacer caso del consejo que nace del sentido común, consistente en ya no utilizar tanto la televisión para ensalzar a Peña Nieto.
Ya dejen de exhibirlo en noticias a modo creyendo que el pueblo se tragará el anzuelo. De veras, ya no traten de hacernos creer que es lo mejor que le ha pasado al país y que su belleza física le tiene deparado un lugar especial en la historia. Lo que cuenta es la inteligencia y el oficio político, y en este rubro deja mucho qué desear.
Y si no lo creen ahí están los resultados del domingo anterior en las urnas. Se le acabó al PRI su valor agregado y el plus para el proceso que viene en el 2018. Hagan caso: no ganó el PAN, perdió Peña Nieto. Y en Tamaulipas todavía más: se derrumbó el castillo de napies tricolor merced a los pésimos gobiernos de Tomás Yarrington, Eugenio Hernández y Egidio Torre.
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