Hoy esta columna salpicará nepotismo puro. Me es imposible no abordar una de las vivencias más importantes de mi vida y que seguramente una buena parte de mis lectores experimentó con el nacimiento de sus hijos. Me gusta romper la cadencia política de mis escritos, pues me doy cuenta que a la gran mayoría de mis lectores les atrapan esas cosas de la vida que nos conforman la existencia para mejorar como personas.
Aquel jueves 6 de abril de 2000, el día esplendoroso de la llegada de mi hijo Jorge Isaac. Para mí un momento profético en la que involucro toda mi existencia, todo lo vivido y lo por vivir, todas las épocas simultáneas, sin principio ni fin. La visión retrospectiva desde el momento de su nacimiento hasta el día de hoy me hace pensar que hemos corrido a galope lo que va del siglo XXI.
En un parpadeo me transportó en el tiempo y recuerdo que el aroma legendario de bebé iba invadiendo dos cosas, la casa y mi alma, cuya fragancia quedaría para siempre asociada con elementos místicos y misteriosos de celebración en mi mente de papá cuervo. Todo era pensar en el futuro de mi hijo. Escudriñaba la penumbra de sus brillantes ojos pizpiretos para adivinar lo que no me decía. Increíble cómo y cuánto llenaba el ambiente con su sola presencia de niño tan frágil y tan dominante de la escena en casa. Era mi bebé y hoy es mi hijo joven con criterio que a veces choca con el mío. Desde entonces pasó a ocupar un compartimiento de reserva en mi mente.
Quiero agregar que en homenaje a ese recuerdo sentimental, los primeros años iba al súper el día anterior a su cumpleaños en busca de lo que yo arbitrariamente asumía que era su pastel favorito, cuando en realidad era el mío o el de su madre y dulcemente nos engañábamos que era precisamente Jorge Isaac quien lo había elegido. Él solo nos daba plenitud y felicidad con su existencia como hasta hoy.
En las tardes largas de domingo, cuando yo mismo me doy el tiempo de recordar, sigo repasando la lista exigua de las travesuras de mi hijo y los momentos memorables que hemos compartido juntos y me doy cuenta que el tiempo que pasaba en esa casa con mi hijo me daba ánimo para lidiar con cualquier inconveniente.
Hoy en su juventud anhelo que viva lo suficiente para que todos sus círculos se cierren y que por sí solo llegue a la conclusión de que mantener la fe en Dios es lo mejor de la condición humana.
Los acontecimientos más importantes, los que determinan el destino, casi siempre escapan por completo a nuestro control. En el caso de mi hijo Jorge Isaac, al sacar las cuentas, veo que su vida está marcada por el avance tecnológico y después por una pandemia con su numeralia de contagios y de muerte. Mi hijo no escogió nada de eso, simplemente le tocó y ha sabido mantener su prudencia en este drama para el cual su padre no tenía un manual sanitario, pero juntos aprendimos sobre la marcha de la mano de Dios.
Querido y dilecto lector creo que nadie medita sobre su vida en la juventud, la mayor parte de la gente nunca lo hace, la ansiedad de no resolverle a mi hijo todos sus problemas presentes y futuros ha desaparecido gradualmente con el tiempo al ver con satisfacción que tiene un criterio y lo usa, a veces le da vacaciones a ese criterio pero es parte de su juventud. Mi padre decía que era una lástima que este tipo de inventario se hiciera en la vejez, cuando ya no hay tiempo para enderezar las cosas, pero la vida es como es.
Hoy frente a mi esencia de padre que me ha dado Dios con la existencia de mi hijo, entiendo que no se puede cambiar el pasado con una historia de claroscuros, pero tal vez se pueden ir eliminando los peores recuerdos y acentuando los que son gratificantes, como lo es para mí tener un hijo llamado Jorge Isaac y que sepa la importancia de contar siempre con un refugio en la seguridad inalterable de su familia, su piso firme diría Alfonso Reyes.
Quiero concluir que el cariño de Jorge Isaac siempre me ha ayudado a defenderme de mis tristezas solapadas que a veces me siguen como un enemigo y que a veces me asaltan con su cargamento de malos recuerdos. La primera vez que se alejó me sentía perdido, se me apagó por un tiempo el fuego interior y en su lugar quedaban las cenizas que su ausencia provocaba. Después supe que esa tristeza tenía un nombre: El nido vacío y hoy la vida continúa.
¡Feliz cumpleaños Jorge Isaac!
El Tiempo hablará.