Quiero admitir que desde que tengo uso de razón, y más cuando tuve la primera oportunidad de votar, me desagradaba ver en las campañas cómo el PRI y el PAN -los partidos hegemónicos en la presidencia hasta 2018-, se aprovechaban de las necesidades de millones de mexicanos de escasos recursos.
Cierto, desempeñando un trabajo como otros similares de estar bajo el sol jornadas enteras de ocho horas promoviendo en las calles un producto, los partidos políticos de antaño inventaron las brigadas de impacto y usaron a la gente para ondear sus banderines, regalar gorras, playeras y bolsas, y pegar calcas de candidatos en los carros.
Y después del PRI y PAN nacieron otros como el PT, PRD, MORENA, Movimiento Ciudadano (antes Convergencia por la Democracia), y decenas más que desaparecieron pero vivieron de dinero público que les daba -primero el desaparecido IFE, y actualmente el INE-, a manera de prerrogativas para las campañas.
En la actualidad, aunque existen topes de campaña para todos los candidatos, y sin distinción de colores, no se salva uno que se los pasen por el Arco del Triunfo.
El descaro es el mismo, o peor, como pasó este miércoles a 18 días de los comicios del 2 de junio: el gobierno de Nuevo León anunció regalar botellones de agua en un sector popular de Monterrey (casualmente donde compite la esposa del gobernador para la alcaldía), previo registro con su credencial del INE como pasó cuando regalaron dinero a usuarios del Metro.
Y a nivel federal el presidente Andrés Manuel López Obrador repitió lo que sus antecesores del PRI y el PAN hicieron por décadas: anunció un aumentó del diez por ciento al salario de los maestros, coincidentemente en su día.
Antes me desagradaban el PRI y al PAN por aprovecharse de las necesidades de los mexicanos cuyo voto valía una torta y un refresco.
Entonces me pregunto: ¿en qué ha cambiado México? Creo que en nada. Está seguramente igual… o peor.