No nací ayer, ni me chupo el dedo, ni tengo dudas en afirmar que si hay un cambio en Tamaulipas será para empeorar, como pasó en 2000 y 2006 con Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón Hinojosa, quienes presumen que la macroeconomía de México era el paraíso, pero las calles eran un infierno.
A los mortales, a los de carne y hueso, a los que no andamos en camionetas blindadas y con un séquito de escoltas fuertemente armados, nos importa madres todo lo que presumieron los dos expresidentes del PAN.
Porque fueron doce años que México se calentó como nunca, por estrategias fallidas en el tema de combate al narco. Fox y Calderón incendiaron el país y se largaron a disfrutar su opulenta vida producto de la corrupción.
Pero dejaron engendros vivos como el candidato albiazul en Tamaulipas, que está aprovechando tierra fértil para asumir al Estado -de ganar las elecciones-, en sus peores años de corrupción, igual o peor como cuando fue alcalde de Reynosa.
Entiendo las preocupaciones de mi madre cuando cuestiona: ¿Hijo, no tienes miedo de que ese Cabeza de Vaca te haga algo? Me lo volvió a decir este domingo cuando la visité en Matamoros por el 10 de Mayo anticipado.
“No mamá. Miedo en Sarajevo, cuando estuve en la guerra de la exYugoslavia. Pero sí me consta que esta persona tiene sus seguidores y posibilidades de ganar porque se siente rabia contra el sistema”, le respondí.
Doña Angela me conoce. Somos iguales cuando se trata de ser justos e incorruptibles. Junto con mi padre, don Marcos, trabajó más de 30 años en el Servicio Postal Mexicano y están jubilados. Salieron del Correo con la frente en alto y ambos han sido ejemplos a seguir.
Insisto, Tamaulipas no se merece un gobernante con ese perfil. Que tiene una riqueza descomunal, jamás justificable.
Entre otras, una lujosa residencia en McAllen, Texas; un penthouse en el exclusivo sector de Santa Fe en la Ciudad de México, y una villa al estilo suizo en Soto La Marina con un valor superior a 100 millones de pesos, sólo ésta última.
El Estado no debe estar peor, en serio. Pero entiendo a mi madre quien sigue preocupada y me insiste: “Tú no puedes cambiar solo este mundo”.
Ojalá un día Dios me dé esa oportunidad. Porque no toda la política es porquería. Hay gente honesta en todos los partidos. Lástima que en este mundo para los justos, los buenos, los limpios de manos y corazón no hay cupo.
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