En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. Y es así como el ser humano expresa su poder creativo. Independiente de la lengua y de la nacionalidad, toda intención se pone de manifiesto a través de las palabras. Los sueños, los sentimientos y la identidad cultural se traducen en un lenguaje o código cuya máxima expresión está en las palabras.
No son sólo sonidos o símbolos escritos. Son una fuerza avasalladora en toda sociedad humana. Son un poder devastador en toda comunidad para comunicar y para transmitir información. Pero también para manipular y crear realidades a modo. Y eso lo saben muy bien los políticos. Por eso en las campañas electorales escuchamos palabras, palabras y más palabras para tejer promesas y pronunciamientos que se quedan en palabras.
Así, en estos días nos asombra el que compromete su palabra afirmando que mandará al diablo las instituciones, que terminará con la corrupción, que tiene la fórmula para exterminar la inseguirdad en todo México, que una amnistía a los criminales los volverá gente decente y de corazón noble, que hará una mejor reforma educativa, que acabará con los pobres, que dará una pensión jugosa no solamente a las personas de la tercera edad sino también a los “ninis”; que rebajará los sueldos de los funcionarios públicos empezando por el del presidente de la república, que quitará las pensiones y gastos superfluos a los expresidentes, que no mentirá, no robará y no traicionará al pueblo. Y se declara liberal puro, con una franca dimensión social y democrática.
Otro se vale de palabras para querer convencernos de que cuando llega su partido al poder los corruptos van a dar a la cárcel como los ex gobernadores presos actualmente; que hay dinero para un Ingreso Básico Universal (IBU) que garantice a los mexicanos, por el solo hecho de ser mexicanos, un ingreso para vivir con dignidad, y así exterminar la pobreza extrema de millones de compatriotas; que subirá el salario mínimo y que creará millones de empleos, etc.
No podía faltar el que presume experiencia en cargos gubernamentales, y en sus palabras se quiere transparentar como el más honesto porque no tiene cola que le pisen; el que va al gran en sus discursos proponiendo confiscar sus fortunas a los corruptos (la mayoría de su propio partido, incluyendo a sus jefes y amigos; que alardea de tener fórmulas mágicas para que México llegue al primer mundo y ejerza un liderazgo en áreas básicas y que se gane el respeto de Donald Trump y a nivel mundial.
La palabra, lo saben los políticos en campaña, es la herramienta más poderosa para subrayar el qué de sus bravatas, aunque se olvidan de puntualizar el cómo aterrarizarán todo a la hora buena. Por eso hay que ver en ellos las palabras también como armas de doble filo: pueden crear el sueño más bello o destruir todo a su paso. Porque uno de los filos es el uso erróneo de las palabras, que crea un infierno en vida. El otro es la impecabilidad de las palabras, que sólo engendrará belleza, amor y cielo en la tierra.
En todo el planeta muchos seres humanos han destruido a otros seres humanos con sus palabras. Las han sembrado en la mente de quienes las escucharon, y, como semillas, crecieron en la mente fértil de los que les creyeron. El más recalcitrante ejemplo nos los dio en la Alemania nazi el carismático Hitler, que se basaba en creencias y acuerdos generados por el miedo, por el terror, pero también por la potencia de su convicción y de su voz, al grado de congregar a millones de jóvenes a su alrededor y apoyarlo a morir en su ideal nacionalista.
Fidel Castro y sus peroratas de tres horas en Cuba, o su imitador y discípulo Hugo Chávez en Venezuela, son casos a analizar con el fin de ponderar el vigor de su seguridad y fe en lo que decían. Porque las palabras, según como las usemos, nos liberan o nos esclavizan más de lo que imaginamos. Y cuando las palabras son pura magia, si se les utiliza mal, son magia negra.
Esta magia es tan poderosa que una sola palabra puede cambiar una vida o destruir el destino de millones de vidas. Una palabra de uno de los políticos del mundo puede llevar a los suyos a una guerra y una palabra de otro, su rival, es capaz de desatar un choque de naciones en contra de quien no piense igual, y dar curso a las matanzas y a ríos de sangre.
Seamos, pues, conscientes del poder de las palabras. Y seamos muy cautos para creer en todas las palabras, especialmente las de los políticos en campaña. “En el principio existía el Verbo…”