Cuando supe de Mario Rojo fue en tiempos de la entonces directora de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UANL, la psicóloga Ana Carmen Márquez. Él era un mal necesario en las instituciones públicas, de esos estudiantes que destacan por hacer grilla y por labiosos, menos por ser brillantes.
Eran los últimos años de los noventa cuando Márquez se hizo de un grupo conocido como “La banda de los Peugeot”, alumnos opacos en el kardex pero buenos para otras encomiendas y que tenían el privilegio de tener asignados autos de modelo reciente de esa marca francesa comprados con dinero de la FCC.
Rojo era un grillo en la política, como él mismo de definió en una entrevista que concedió a la revista Vida Universitaria hace más de una década, porque como brillante estudiante nunca dejó huella, vaya, ni asistía a clase, como lo ha escrito reiteradamente el reconocido catedrático José Luis Esquivel.
El ahora tambaleante director de la Facultad, a quien la Junta de Gobierno de la Máxima Casa de Estudios lo puso en la tabla floja a punto de ser devorado por verdaderos tiburones, nunca renegó de ser parte de un equipo de priistas que encabezado por Felipe Enríquez a quienes traicionó. Y su afiliación al PRI la presumía en su perfil de Facebook ya sentado en su alto cargo.
Pero Rojo perdió el piso muy pronto. De ser protegido y apoyado en 2014 por el entonces secretario general de la UANL, Rogelio Garza Rivera, para llegar a ser candidato oficial de la rectoría, le mordió la mano al actual rector y a su principal mentor, Carlos González Santos, entonces director de comunicación social quien lo cubrió con su manto protector.
Sin el apoyo de los entonces inquilinos del quinto piso (Garza Rivera) y del décimo (González Santos), Rojo jamás hubiera llegado a ser director de la Facultad que le ha dado brillo a la UANL de donde han egresado destacados comunicólogos con estudios de posgrado dentro y fuera del país, y en el periodismo internacional.
Una lista donde Rojo está excluido de manera natural por ocuparse de hacer grilla y no de la cara, porque su meta estaba en traicionar a los sucesores de su protectora Márquez: Roberto Silva y Lucinda Sepúlveda. Y, peor atrevimiento, también a los exrectores José Antonio González y Jesús Áncer Rodríguez.
Y cuando quiso ponerle una rayita mas a la cacha de su pistola con Rogelio Garza Rivera, los miembros de la Junta de Gobierno y la secretaria general de la UANL, Carmen del Rosario de la Fuente, lo llamaron a cuentas.
En pocos y agónicos días para él, ellos serán los encargados de que pague cada una de todas las afrentas que debe.