Dice la Biblia: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. “Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá”. (Mateo7:7-8)
Una de mis mejores amigas me contaba ayer que, al estar en el proceso de cambiarse de casa luego de haber vivido 30 años en la casa que ahora dejaba, encontró una caja en la que guardaba todo aquello que alguna vez, a lo largo de su vida, le había pedido a Dios. Eran un conjunto de papelitos doblados en los que había escrito sus peticiones. Y me dijo: “Me sorprendió ver que, de una u otra forma, todo lo que alguna vez pedí se había cumplido. Eran peticiones importantes para mí, nunca simples caprichos. Pero he de decir que, aquello que pedí, no siempre se cumplió a “a mi manera y a mi tiempo”, pero se cumplió justo cuando lo necesitaba”.
Su testimonio me dejó pensando que pedir algo (a Dios, al Universo, al Poder Superior), es sin duda un acto de fe. Pero saber pedir con fe y que nuestra petición sea cumplida, requiere de colocarnos en un nivel superior a la razón y la conciencia. Porque creo que la razón, la consciencia y la fe están alineados, pero en niveles ascendentes: la fe, (creo yo) está por encima de la razón y por encima de la consciencia. Es decir: la fe incluye pero trasciende a la razón y a la consciencia.
Pedir es un arte. No en balde se dice que “en el pedir está el dar”. La petición debe reunir varios “requisitos”: debe ser honesta, clara, precisa, sin dudas, ni titubeos, ni ambigüedades, pero sobre todo, de intención pura. Lo más difícil de saber pedir, es saber que es lo que uno quiere o necesita verdaderamente…y muchas veces no sabemos qué es lo que queremos, ni porque lo queremos. A veces, puede ser que nuestras peticiones tengan un cierto sabor a egoísmo, a ambición, a envidia, a ira, a soberbia, a vanidad, a venganza, o a amargura…Incluso a sentimientos impuros que, si no nos conocemos bien a nosotros mismos, ni siquiera los detectamos. Creo que lo que se pide así, no procede. Los verdaderos milagros suceden siempre y cuando, lo que pedimos para nuestro bien, no perjudique a alguien más.
Hacer una petición con la confianza de que se nos cumpla, implica una petición elaborada de la forma más limpia y pura posible, es decir: con Amor, con profunda consciencia del bien, y sobre todo, con humildad; y con la voluntad de servir como el instrumento mismo para que se cumpla…Eso es lo que quiere decir el refrán: “A Dios rezando y con el mazo dando”… Eso es colocarnos en “disposición” para que la fuerza superior actúe sobre nosotros y nuestra circunstancia. Por eso me gusta tanto la famosa Oración de San Francisco de Asís: “Hazme instrumento…” Porque es petición que lleva implícita la ofrenda.
Saber pedir es un arte, insisto. La petición debe ser precisa, concisa y maciza, impecable, pura, clara, y bien intencionada, libre de sesgos convenencieros. Y especialmente, debemos ponernos al servicio de lo que se requiera para que se nos conceda, para encontrar, para que el camino se abra. Y así se cumple….siempre se cumple, como dice mi querida amiga.